BARCELONA (20 Diciembre 2014).- Este Barcelona, pese
al rotundo triunfo contra el Córdoba, está en plena construcción. Lo gobierna
un presidente muy simpático, pero al que nadie ha votado. En el banquillo,
mientras, habita un entrenador obsesivo y de rostro de hielo. Un técnico al que
se le presuponen ideas y empeño suficiente para que el equipo deje de
desprender ese aire a interinidad que sigue bien incrustado en los despachos
del Camp Nou.
Concluirá 2014, un año que el barcelonismo debería
olvidar cuanto antes. Y la hinchada, pese al abultado triunfo contra el
Córdoba, se irá de vacaciones sin saber muy bien en qué o a quién creer. O al
equipo, que mata mariposas a martillazos. O a Bartomeu, que insiste en decir
que Douglas fue fichado, en realidad, para ser importante el año que viene. O a
Zubizarreta, responsable de una faraónica inversión en el último verano de
171,25 millones de euros. O a Luis Enrique, que dice estar viviendo en
Disneylandia cuando lo que se ha visto tantas veces este curso es un bonito
escenario, pero de cartón piedra y repleto de andamios.
El Barcelona hizo lo que debía. Es decir, ganar el
encuentro con la contundencia que demandaba su enfrentamiento ante un rival que
sólo ha ganado un encuentro en toda la temporada. Pero, a excepción del último
tramo del segundo tiempo, exhibió la alegría justa y encadenó goles como si
estuviera trabajando frente a una cadena de montaje.
Ya se sabe. El equipo no es delicado en el ataque
estático, no acaba de ocupar los espacios como debe y sólo parece sentirse a
gusto en la transición y cuando el rival, ya harto de defender, asoma la
cabeza. Pero le sobra instinto asesino ante el gol. A Luis Enrique no parece
incomodarle mucho nada de eso, sobre todo viendo que su equipo sometió a un
Córdoba muy endeble y que estuvo todo el partido recluido en su campo. Otra
cosa es lo que pueda pensar el Camp Nou, que, antes de ponerse a aplaudir a
rabiar los dos últimos tantos de Messi, no tuvo reparos en silbar a los suyos
en el ecuador del primer acto ante un espectáculo por momentos gomoso y pesado.
Y sí, también aburrido.
Así que el partido agradeció la presencia de un
agitador como Pedro. Pocos futbolistas tienen un espíritu de supervivencia
similar al del canario. El delantero, aun consciente de lo esporádica de su
titularidad en un equipo parido para el lucimiento de su troika (Messi, Luis
Suárez y Neymar, éste el banco pese a tener ya el alta médica), se dispuso con
celeridad a corresponder al premio otorgado por Luis Enrique tras su frenético
hat trick en la Copa ante el Huesca. El reloj a duras penas había rebasado el
minuto de juego y Pedro, que entró como un rayo en el área a buscar un pase al
espacio de Rakitic, ya había inaugurado el marcador. Se comió el pase Iñigo
López y al canario le bastó con un buen control y un mejor disparo para dejar
sin respuesta al meta.
Sin embargo, el Barcelona, condenado a la exhibición
tras su notable inicio, redujo sus prestaciones bruscamente. Los callejones
interiores se cerraron una vez más, Montoya, a quien el club no piensa abrir la
puerta por si fuera imposible fichar un recambio hasta 2016, no concluía sus
buenas intenciones en su regreso a la titularidad en la Liga, y sólo Jordi
Alba, siempre asociado con Pedro, aparecía como solución recurrente.
Pero, visto que el Córdoba no podía aportar mucho
más que la fuerza de Ghilas y la clase de Cartabia, al Barcelona no le costó
volver a entonarse hasta prender la mecha que inauguró los fuegos artificiales.
Luis Suárez, en su papel de nueve puro, marcaría su primer gol en la Liga tras
ocho jornadas. Piqué demostraría con su testarazo a gol que está en pleno
proceso de redención. Y Messi, que se había aburrido como una ostra en el
primer tiempo, reclamó su turno y se ganó la ovación de una afición que pudo
marcharse a casa en paz. Que
no es poco.
Por FRANCISCO CABEZAS/El
Mundo
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