BARCELONA (23 Mayo 2015).- "¡Oh capitán, mi
capitán!". Pudo haber parafraseado el Camp Nou la escena cumbre de 'El
club de los poetas muertos', cuando el magnífico Robin Williams está a punto de
abandonar la escuela ante la desolación de sus alumnos. Porque se marcha del
colegio azulgrana el futbolista, pero permanecerá el mito. Se irá el líder,
aunque perdudará su legado. Se despide Xavi Hernández, se queda Xavi Hernández.
Convertido ya en mito, icono y leyenda desde hace tiempo, bendito fue el
momento en el que el Barcelona aprendió a homenajear a sus profesores. A
aquellos que enseñaron lecciones de vida, de fútbol, de comportamiento.
Educación balompédica impregnada en el aula del Camp Nou. El club de los poetas
vivos en versión deportiva. Oh capitán, su capitán.
No habrá más patio de recreo con él en cuanto acabe
la temporada. Pero hoy, el colegio le ha rendido pleitesía. En los aledaños de
estadio, con camisetas con su dorsal actuales o antiguas, daba lo mismo, porque
en todas aparecía su nombre de pila. Una pancarta gigante en la que se le daban
las gracias por los servicios prestados en 17 temporadas en el primer equipo,
aunque también por ende, por esos 24 años en la entidad y las 765 clases de
elegancia con botas aunque sin zapatos, con camiseta deportiva pero sin traje,
con brazalete y sin corbata.
Entró un crío en La Masia, se va un hombre del Camp
Nou. El mismo que ha tenido que mantener las formas tras levantar la Liga con
el barcelonismo y el escudo tatuados en su pecho. Se le ha tributado veneración
eterna. Aunque ninguna se asemeja a la más sentida cuando, en el minuto 85,
abandonó el terreno de juego. Tres besos al aire, habitantes de la grada, del
palco y del banquillo en pie. Sentimiento correteando por las venas, gritos en
las cuerdas vocales. Y una sustitución que va más allá del propio cambio y del
nuevo portador de la tela a modo de medalla del capitán: se fue Xavi, entró
Andrés Iniesta.
Homenaje
y festejo por partida doble
Entonces, estalló en lágrimas. Antes, ya en el
calentamiento, se le notó inquieto, poniendo a tono sus músculos pero también
saludando al público. Fue el primero en enfilar el túnel de vestuarios, con un
tímido hasta luego a los aficionados. Allí, preparado para salir al tendido en
su última velada liguera, se quedó boquiabierto cuando se desplegó una pancarta
gigante en su honor. Luego, fue él quien desencajó algunas mandíbulas con ese
don único para convertir en arte el reparto del balón.
Escuchaba de fondo su nombre y su apellido, mientras
su familia contemplaba el espectáculo en el palco de autoridades. Cuando se
disponía a realizar un saque de esquina, los espectadores se ponían en pie y
gritaban "'¡Xavi!" alargando la a y la i. Xavi Hernández. Últimas
clases antes de la retirada de los pupitres. Dos únicas funciones antes de que
el espectáculo se cancele.
Homenaje y festejo... por partida doble. Entre tanta
celebración, el Deportivo se unió al evitar impregnar de drama la jarana
gracias a una igualada memorable. La misma nostalgia que abraza al Barcelona
cuando se marcha uno de los suyos, ocurre con el que fuera campeón. Tras un
partido inicialmente soporífero tras dos pizcas de Leo Messi para adelantarse
en el marcador, se fue animando cuando el rival tiró de honor y quién sabe si
de historia. Las palabras que impregnaban este encuentro. Así, dos goles en
ocho minutos, uno de Lucas y otro de Salomao, confirmaron un empate y con él,
la permanencia. En conjunto, un calco de la escena lacrimógena de aquella
película marcada a fuego en la memoria de toda una generación.
Por
ANDRÉS CORPA/El Mundo
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