LA DISPERSIÓN DEL VOTO HACE IMPREVISIBLES LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES FRANCESAS

PARÍS (20 Febrero 2017).- Hay una gran probabilidad de que las presidenciales que Francia va a celebrar en dos meses consagren una avería nacional. Un desorden francés dentro de otro superior, el europeo, estrechamente relacionado, con ambos autoalimentándose. Eso es lo que hace importantes las citas francesas del 23 de abril (primera vuelta) y 7 de mayo (segunda). Avería, porque tal como están las cosas, lo más probable es que de esas elecciones resulte una Francia, y una Unión Europea, aún más descontenta, inestable y débil que la actual.

El sistema electoral francés de dos vueltas fue diseñado para acabar eligiendo entre dos partidos. A menos que un candidato gane con más del 50% del voto en la primera vuelta con muchos candidatos en la papeleta, se pasa a una segunda en la que sólo hay dos nombres. En la primera vuelta se elige, en la segunda se elimina. El problema es que ya no hay dos partidos, sino tres. El ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen ya tiene una mayor intención de voto en la primera vuelta que los dos partidos institucionales de siempre, los republicanos (centroderecha) y los socialistas (centroizquierda). Hace ya años que esto es así. Lo nuevo de estas elecciones es que los dos partidos para los que se diseñó el sistema están descompuestos.


En el centroizquierda, el candidato que lidera la intención de voto no es el del Partido Socialista, Benoît Hamon, un personaje al que muy pocos ven como presidente, sino el joven exministro de Economía Emmanuel Macron, que ni está en el Partido Socialista ni ha participado en las primarias para ser candidato, prefiriendo ir por libre con el apoyo de importantes medios financieros y empresariales, franceses e internacionales, lo que le confiere un respaldo mediático y económico considerable.

En el centroderecha, un candidato que tenía todas las de ganar, el ex primer ministro François Fillon, se ha visto enredado en un feo caso de empleos ficticios, el Penélopegate, por el nombre de su mujer, que compromete seriamente sus posibilidades de victoria. Fillon ha perdido diez puntos y ha pasado del primer puesto al tercero en intención de voto, por detrás de Marine Le Pen y Emmanuel Macron. Y lo peor, desde el punto de vista de la consistencia de la derecha, es que este escándalo que retrata a Fillon como un perfecto caradura parece que ha sido desencadenado por sus propios compañeros de partido, que habrían entregado las hojas salariales de Penélope Fillon a los periodistas de Le Canard Enchaîné, el semanario satírico que destapó el Penélopegate.

Esta maniobra ha deslucido el programa de François Fillon, que tiene tres vectores: uno económico thatcherista para los negocios; otro antiinmigrantes para las clases medias asustadas y degradadas, y un tercero tradicionalista dirigido al votante católico conservador. Muchos franceses que habrían votado por este programa prefieren ahora votar bien por Emmanuel Macron, bien por Marine Le Pen. Y algo ­parecido ocurre en el Partido Socialista.

El candidato oficial socialista, Benoît Hamon, es un disidente que ha contestado algunas políticas fundamentales de los cinco años de François Hollande en el Elíseo. Su victoria en las primarias socialistas ha dejado descontento al oficialismo del partido, que está más cerca de Macron y puede llevarse muchos votos socialistas. Otros sectores, más a la izquierda, se irán hacía un quinto candidato, el republicano social y ecologista Jean-Luc Mélenchon, apoyado por el Frente de Izquierdas (a la izquierda del PS) y, con desagrado, por el Partido Comunista. Así pues, a ambos lados del espectro oficialista va a haber una gran dispersión de votos.

Todo el mundo cuenta con que la ultraderechista Marine Le Pen estará en la segunda vuelta. Como Le Pen concentra la mayor alergia electoral de todos los políticos (más del 50% la consideran un peligro), todo el mundo desea que la candidata del Frente Nacional esté en la segunda vuelta para imponer en la final a su candidato, tal como ocurrió en el duelo entre Jean-Marie Le Pen y Jacques Chirac en el año 2002.

La novedad es que la dispersión de votos a izquierda y a derecha, así como el momento americano de estas elecciones, es decir, la división del establishment francés ante los candidatos, convierte estas elecciones y el resultado de la propia segunda vuelta en algo completamente imprevisible.

La situación se agrava por la fuerza que parece haber adquirido el llamado dégagisme, el irritado deseo del “que se vayan todos”. La lista de víctimas de este fenómeno es impresionante: François Hollande, que ha tenido la dignidad de no presentarse ante el rechazo que su candidatura suscitaba; Nicolás Sarkozy y Alain Juppé por la derecha; el ex primer ministro Manuel Valls en el centroizquierda y la exministra Cécile Duflot en los ecologistas. Esa irritación es transversal y con según qué combinaciones puede abonar una gran abstención. En condiciones normales, con un Fillon limpio, Marine Le Pen sería eliminada en la segunda vuelta sin dificultad. En una final contra Macron (o contra Hamon o Mélechon en hipótesis menos probables) es más discutible. Otro factor de abstención es el puente: el lunes 8 de mayo se conmemora la victoria aliada de 1945 y es festivo en Francia, lo que aumentará la tentación, politizada o no, de “irse a pescar” en lugar de ir a votar. Pero lo más importante quizá no sea eso.

Tal como están las cosas, lo más probable es que gane quien gane la segunda vuelta el 7 de mayo, la victoria del nuevo presidente deje descontentos e irritados a una mayoría de franceses que no se sentirán representados. Con Le Pen, cuya inconsistencia política es enorme, eso es evidente. Pero con cualquiera de los demás, seguramente también: Fillon sería visto por muchos como un presidente manchado por el nepotismo; Macron, como un producto de las finanzas, y cualquier modalidad socialista de izquierda, como un agravio añadido al suspenso de Hollande.

La avería francesa está servida. Y el problema es que esta avería se suma a Grecia, al Brexit, a los procesos en el Este de Europa y a la ambigüedad alemana, y sigue complicando la actual desintegración de la Unión Europea.

El trumpetazo de Estados Unidos ha puesto en cuestión los dos pilares de la Unión Europea neoliberal y su nexo con Washington: la libre circulación de capitales y la OTAN, ambos consagrados en el tratado de Lisboa. La desaparición de todo proyecto común en Europa está induciendo a la búsqueda de enemigos (Rusia) y a incrementar la militarización de la “Europa de la defensa”. Lo más probable es que las elecciones francesas agraven el actual extravío.


Por RAFAEL POCH, París. Corresponsal/LaVanguardia.com


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