BANCO MUNDIAL: ANALISTAS DE MERCADO ESPERAN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE CREZCA 1.5% EN 2017
SANTO DOMINGO, República Dominicana (18 Abril 2017).- El Banco Mundial (BM), presentó al mediodía de este martes
su informe “Contra viento y marea: Política fiscal en América Latina y el Caribe
en una perspectiva histórica”.
En el informe destaca la larga desaceleración ha sido el deterioro de las cuentas fiscales, aún en subregiones como México, América Central y el Caribe (MCC).
Señala que los guruces estiman que la economía en América Latina y el Caribe crecerá un .17% en el 2017.
Alternativasnoticiosas.com deja a sus lectores íntegro el informe del Banco Mundial.
Luego de una desaceleración que duró seis años (incluidos
dos años consecutivos de crecimiento negativo en 2015 y 2016), los analistas de
mercado esperan que la región de América Latina y el Caribe (ALC) crezca
alrededor de 1,5 por ciento en 2017, seguido de un 2,5 por ciento en 2018. La
desaceleración que tuvo lugar desde 2011 (así como la contracción de los
últimos dos años) fue impulsada por el desempeño de algunas de las grandes
economías de América del Sur (AS) (en particular Argentina, Brasil y Venezuela,
RB).
Brasil registró su segundo año consecutivo de
crecimiento negativo (-3,8 por ciento en 2015 y -3,6 por ciento en 2016) y el
PIB venezolano se contrajo un impactante 12 por ciento en 2016. Ahora también
se espera que México crezca 2 por ciento en 2018, mientras que América Central
y el Caribe seguirán creciendo a un ritmo sostenido de alrededor de 3,8 por
ciento, como ha sido desde la crisis financiera global.
Una característica notable de esta larga
desaceleración ha sido el deterioro de las cuentas fiscales, aún en subregiones
como México, América Central y el Caribe (MCC), donde la desaceleración ha sido
mucho menos pronunciada que en AS. De hecho, 29 de los 32 países de la región
tuvieron un déficit fiscal global en 2016. El déficit medio para AS en 2016 fue
de 5,2 por ciento del PIB, comparado con 2,1 por ciento para MCC. Como resultado
de esta acumulación de déficits fiscales, el volumen total de deuda creció con
los años, alcanzando una deuda bruta promedio de 50 por ciento del PIB para la
región en general, con países como Jamaica y Barbados llegando a niveles de
deuda de 119 y 109 por ciento del PIB, respectivamente.
Esta delicada situación
fiscal, que limita en gran medida las opciones en materia de política
macroeconómica y pública en muchos países de la región, es el punto central de
este informe. El objetivo, primero, es comprender cómo llegamos hasta aquí, y
segundo, cómo reflexionar respecto a las opciones en materia fiscal que
enfrentan los países.
Que hayan aumentado los déficits fiscales durante
una desaceleración o una recesión no debería sorprendernos. Aún si la autoridad
fiscal fuese completamente pasiva y mantuviera el gasto público y los tipos
impositivos constantes, la caída endógena de la base impositiva (consumo e
ingreso) resultante de la recesión en sí reduciría la recaudación impositiva de
manera considerable, aumentando de esta manera el déficit fiscal. Este es un
punto de referencia conceptual muy útil dado que nos está diciendo que, por sí
solos, los déficits fiscales no son necesariamente malos.
Los días en que la
simple aparición de un déficit fiscal desencadenaba automáticamente un ajuste
deberían haber quedado atrás, y con razón. Como este informe expondrá
claramente, la realidad siempre es más complicada e incluso antes de formular
la pregunta de si un país debería ajustar y cuánto, debemos entender cómo se
llegó a esa situación (el objetivo del Capítulo 1), cómo se implementa la política
fiscal a lo largo del ciclo económico (Capítulo 2), y los nexos entre política
fiscal, sostenibilidad de la deuda y duración del shock (Capítulo 2). Solo
después de responder a estas preguntas puede el gestor de políticas decidir si
y cuánto ajustar las cuentas fiscales.
¿Cómo llegamos hasta aquí? En AS, el déficit fiscal
medio en 2016 fue 4,6 por ciento del PIB más alto que en 2011. Curiosamente,
mientras que la caída promedio de los ingresos fue de 1,4 por ciento en el
mismo período, el aumento medio del gasto fue de 3,6 por ciento del PIB. En
otras palabras, de no haber sido por el incremento significativo del gasto, las
cuentas fiscales se hubiesen deteriorado mucho menos.
En cambio, y como reflejo
de la trayectoria mucho más estable del PIB durante el mismo período, MCC
experimentó una leve caída en el déficit fiscal promedio de 0,8 por ciento del
PIB, con una disminución promedio en el gasto de 0,4 por ciento del PIB y un
aumento promedio de la recaudación de 1,4 por ciento del PIB. Como se detalla
en el Capítulo 1, incluso cuando se mira el gasto público acumulado desde el
año 2000, la media para los países de AS fue de 39 por ciento del PIB de 2000,
comparado con el 33 por ciento del PIB de 2000 para MCC.
Mientras que MCC dependió mucho más del
endeudamiento como fuente de financiamiento, AS pudo contar con mayores
ingresos, generados por una combinación de crecimiento y tasas algo más altas
de recaudación.
En síntesis, del Capítulo 1 aprendemos que si bien AS y MCC mantuvieron
una trayectoria fiscal muy diferente desde el año 2000, para principios de 2017
ambas subregiones se encontraban con retos fiscales parecidos: déficits
fiscales elevados y un alto nivel de endeudamiento, con la perspectiva de tener
que recurrir a recortes fiscales adicionales en medio de un crecimiento bajo
(particularmente en AS) y políticas inciertas (sobre todo en MCC).
Habiendo establecido los datos fiscales básicos en
el Capítulo 1, el Capítulo 2 —el núcleo del informe— analiza en detalle los
principales factores fiscales en juego que caracterizaron la política fiscal
como una herramienta macroeconómica para los países en desarrollo en general y
ALC en particular.
En este sentido, volvemos en el tiempo a la búsqueda de patrones
básicos que puedan guiar nuestra meta de entender la política fiscal. La
primera pregunta que debemos plantear es: ¿cómo se llevó a cabo la política
fiscal a lo largo del ciclo económico en las últimas cinco décadas? La
evidencia apunta a que, en general, la política fiscal de los países en
desarrollo —y ALC en particular— ha sido procíclica (de hecho, el único país de
ALC que históricamente no ha sido procíclico es El Salvador).
En otras
palabras, la política fiscal normalmente ha sido expansiva en los momentos
buenos y contractiva en los malos. De manera significativa, esto es exactamente
lo contrario de lo que ocurre en los países industrializados, donde la política
fiscal casi siempre ha sido contracíclica (expansiva en momentos difíciles y
contractiva en los buenos). Las políticas fiscales procíclicas son sin duda
inapropiadas dado que amplían el ciclo económico que es de por sí volátil en
los países de ALC, amplificando las bonanzas y profundizando las recesiones.
Entonces, ¿por qué recurriría una autoridad fiscal a dicha política? Nuestra teoría
es que las presiones político-económicas para aumentar el gasto en los buenos tiempos,
junto a un acceso limitado a los mercados crediticios internacionales en los
malos, explican esta trampa de prociclicidad fiscal.
La pregunta entonces surge: ¿han podido ciertos
países pasar de una política fiscal procíclica a una contracíclica con el
tiempo? La respuesta es un sí rotundo. De hecho, si el período 1960-2016 se
divide en un antes y un después del 2000, el 41 por ciento de los países otrora
procíclicos fueron capaces de pasarse a políticas contracíclicas (este número equivale
al 39 por ciento de los países de ALC). Que un país sea procíclico o
contracíclico es clave para entender su comportamiento fiscal a lo largo del
ciclo económico. Si un país es contracíclico, entonces los déficits fiscales en
tiempos difíciles pueden, en parte, deberse a un intento de estimular la
economía mediante un gasto mayor o menores tipos impositivos.
Esto explicaría
el fuerte aumento del gasto durante el período 2008-2009 en países como Chile,
Colombia y México, como forma de estimular la economía durante la crisis
financiera global. Chile en particular adoptó un paquete de estímulo fiscal
equivalente al 2,8 por ciento del PIB, más o menos de la misma magnitud que el
implementado por los Estados Unidos.
Basándose en este marco fiscal, el Capítulo 2
procede a examinar el comportamiento fiscal de muchos países de ALC a través
del lente de política fiscal procíclica versus contracíclica, para así
comprender los desafíos a futuro. Mientras que en la última década Chile,
Colombia, Guatemala, México, Paraguay y Perú se volvieron contracíclicos,
países como Argentina, Bolivia, Brasil, Nicaragua, Panamá y Uruguay siguieron
siendo procíclicos.
Si el crecimiento sigue siendo bajo, la situación se
tornaría más difícil para estos últimos que para los primeros. En particular,
el grupo contracíclico tendrá algo de espacio fiscal para recurrir al gasto
público como herramienta de estímulo, un lujo que el grupo procíclico no
tendrá.
El informe luego formula una pregunta crucial:
¿existe un nexo entre prociclicidad fiscal y sostenibilidad de la deuda? Si
bien en teoría dicho nexo no es necesariamente parte de lo previsto, en la
práctica los países más procíclicos tienden a una menor calificación crediticia,
apuntando a un nivel de endeudamiento público más riesgoso.
Esto no debería sorprender
dado que, por definición, un país procíclico intentará recortar el gasto en tiempos
difíciles, algo ciertamente difícil de lograr en términos políticos. Los países
procíclicos, entonces, deberán consolidar sus cuentas fiscales de una manera más
drástica de lo esperado para minimizar los riesgos de un deterioro en su
calificación crediticia y por ende un aumento de su carga crediticia.
Por último, el informe analiza un posible vínculo
entre prociclicidad y duración de los shocks económicos. En teoría, un país
debería realizar un ajuste frente a un shock negativo permanente (i. e.,
debería recortar el gasto en la misma proporción que el shock), aunque podría
“financiar” un shock transitorio (i. e., puede pedir prestado para mantener el
gasto más o menos constante y reembolsar cuando regresen los buenos tiempos).
Claro está que en la práctica los formuladores de políticas enfrentan la
difícil situación de tener que juzgarla posible duración del shock económico en
tiempo real.
Esto probó ser una tarea especialmente difícil para los
exportadores de materias primas una vez que los precios de las mismas
comenzaron a descender drásticamente en 2014.
Examinando cómo Chile manejó sus cálculos respecto
al precio de “referencia” del cobre (que puede ser considerado como una
estimación del precio a largo plazo o “permanente” del cobre), el informe aduce
que la prudencia es posiblemente la única opción práctica. Por definición, un
gestor de políticas prudente tenderá a considerar un shock positivo como transitorio
y uno negativo como permanente.
Como resultado, el gestor de políticas prudente
podría, en general, ahorrar demasiado en los buenos momentos y dejar de ahorrar
(o pedir prestado) muy poco en tiempos difíciles. Un ahorro “excesivo” puede
verse como el costo de un autoseguro, y por lo tanto el precio a pagar para
poder vivir bajo un ambiente externo propenso a los shocks o volátil.
Curiosamente, en los tiempos difíciles un formulador de políticas prudente
puede imitar, hasta cierto punto, a un formulador de políticas procíclico.
En
todo caso, esto debería ser visto como un argumento adicional a favor de una
política fiscal contracíclica, dado que los reaseguros ofrecidos por el mercado
(claramente la primera opción idónea) deberían estar más disponibles a aquellos
países con una mejor calificación crediticia.
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