ANA JULIA RECONFORTÓ A SU PAREJA, EL PADRE DEL NIÑO QUE MATÓ Y LANZÓ EN UN POZO
MADRID (13 Marzo 2018).- Hasta el último momento Ana
Julia Quezada trató de mantener su gran mentira. “¡No he sido yo¡ He cogido el
coche esta mañana”, balbuceó llorosa al guardia civil que la retenía sobre el
capó de un coche policial mientras le colocaba las esposas por la espalda.
“¡Cállate!”, le ordenó con un grito. El investigador había presenciado y
grabado minutos antes a la mujer rescatando de un pozo un bulto que parecía ser
el cuerpo de Gabriel, para colocarlo después en el maletero de su coche, bajo
una manta. La mujer pretendía cambiar el cadáver de escondite. Hacía tres días
que los agentes seguían a la sospechosa las 24 horas del día. Ya no albergaban
dudas de su responsabilidad en la desaparición de Gabriel, pero esperaban que
la mujer les condujera hasta el niño y, pese a todo, rezaban para que estuviera
vivo y comprobar si actuó con un compinche o sola, como todos los indicios
apuntan.
Los guardias civiles decidieron darle el alto cuando
la mujer estaba a punto de entrar en un parking de la localidad de Vícar.
Faltaban pocos minutos para las dos de la tarde. Algunos vecinos presenciaron
el arresto en directo y otros incluso lo grabaron. El cuerpo del Pescaíto que
durante dos semanas ha mantenido a España en vilo estaba cubierto de barro,
bajo una manta. Una rabia, impotencia y dolor se apoderó de los investigadores.
Sospechaban que a esas alturas el niño estaba muerto, pero pese a todo
albergaban una mínima esperanza después de saber que la mujer había intentado
en los últimos días que la familia del menor ofreciera una recompensa de 30.000
euros si alguien ofrecía pistas del paradero del pequeño.
El investigador había presenciado y grabado minutos
antes a la mujer rescatando de un pozo un bulto que parecía ser el cuerpo de
Gabriel
Por eso hasta el último instante se barajó que
Gabriel pudiera estar vivo y que Ana, en colaboración con otra persona, sólo
buscara dinero. Una tesis avalada por algunos aspectos de su pasado. Ángel, el
padre del niño, también había empezado a sospechar de su pareja pero por
consejo de la Guardia Civil se mantuvo firme a su lado, tragándose el dolor
pero sin que ella notara sus dudas.
Pareja sentimental del padre de Gabriel en el último
año y medio, Ana se convirtió en sospechosa desde el inicio de la investigación.
Al principio por una cuestión de lógica policial. Todo aquel que estuvo con el
niño ese día fue investigado. Pero la reacción de Ana en sus primeros
interrogatorios sembró dudas. Para empezar nunca entregó su teléfono móvil.
Contó que lo había perdido. Y dio varias versiones sobre lo que hizo esos diez
minutos que permaneció en casa de la abuela Puri Carmen, la tarde de la
desaparición.
Ana sembró dudas en sus primeros interrogatorios
Aquel 27 de febrero Gabriel pasaba unos días en Las
Hortichuelas, la pequeña pedanía del Cabo de Gata en la que viven su abuela
paterna y una de sus tías, y donde tenía a su cuadrilla de amigos. Le encantaba
ese lugar. El día transcurrió con normalidad, jugando. Su padre estaba
trabajando. En casa de la abuela fue Ana quien le vistió por la mañana. Le puso
una camiseta interior con la ilustración de unos monos subidos a unas
bicicletas, un pantalón negro con rayas blancas y una sudadera roja con
capucha. Hacía buen día, pero con viento. A las 15.45 horas, el niño pidió a
las dos mujeres que le dejaran ir a casa de su tía. Podía ir solo. Por qué no.
Ese trayecto de tierra de apenas 100 metros que separa las dos casas lo había
hecho cientos de veces.
Gabriel salió de la casa y su abuela le acompañó con
la mirada hasta perderle en el camino. Ana permaneció en la vivienda diez
minutos. Después salió. En estos días, no fue capaz de aclarar a los
investigadores ni lo que hizo ese tiempo ni lo que fue a hacer después. Hasta
dos horas después no se dio la voz de alarma por la ausencia del pequeño.
Los padres del niño, Ángel y Patricia, se volcaron
desde ese momento en una búsqueda desesperada. Y junto a ellos, en un segundo
plano, estuvo siempre Ana. Una dominicana madre de una niña adolescente, que
hace un tiempo llegó a este maravilloso rincón del Cabo de Gata con otra
pareja, hasta que empezó su relación con Ángel. Una mujer con un pasado turbio
en su país de origen que los investigadores no han tenido tiempo de
reconstruir. Ana lloraba, gimoteaba, lucía la camiseta con el rostro de Gabriel
y participaba en las búsquedas.
En esos primeros días, la mujer se sintió confiada.
Había trascendido la detención de Diego Miguel, un perturbado acosador de la
madre de Gabriel que, precisamente, el día de la desaparición había desconectado
la pulsera telemática que debía garantizar que cumplía su orden de alejamiento
de Patricia. Los investigadores de la UCO examinaron la posible responsabilidad
de este hombre. Pero dos de sus vecinos de Antas aseguraron a los agentes que a
la hora de la desaparición, el hombre leía en voz alta un libro en su terraza.
Pero algo sucedió el pasado día 4, un sábado en el
que decenas de voluntarios peinaban rincones del Cabo de Gata, que desvió de
nuevo la mirada de los investigadores. En el camino que conduce a una
depuradora, junto al barranco de Las Agüillas, en Las Negras, Ana se abalanzó
en un terraplén sobre unas matas de chumbera y rescató la camiseta que llevaba
Gabriel el día de su desaparición. Ella misma se la había puesto. Todavía
desprendía la fragancia del agua de colonia con la que le había peinado.
La mujer se llegó a caer y lesionó un tobillo.
Sorprendió porque esa misma zona ya había sido rigurosamente peinada y la
prenda no estaba. Y no pasó desapercibido que estuviera seca cuando el día
anterior había llovido.
Desde ese momento, y ya descartado el acosador de
Patricia, el foco se mantuvo firme sobre Ana. Su teléfono seguía sin aparecer.
Sus declaraciones entraban en vaguedades. El viernes, los investigadores
decidieron tomarle nuevamente declaración. Entró en nuevas contradicciones.
Ángel ya sospechaba, pero mantuvo las formas como pudo. Y el sábado, los
investigadores le pidieron que les acompañara a la inspección de varias
propiedades que estaban a su nombre y de su expareja. Todo formaba parte de una
estrategia para ponerla nerviosa. Los investigadores querían forzar que hiciera
un movimiento y les llevara hasta el pequeño. Quedaba por inspeccionar una
propiedad del padre de Gabriel, en Rodalquilar, camino de la Isleta del Moro.
Ayer, Ana salió de su casa con el móvil de Ángel. Lo
que vino después ya se sabe. Los investigadores esperarán para tomarle
declaración. Los padres de Gabriel, toda la gente que quería al Pescaíto se
preguntan “¿por qué?”. Es cierto que a Gabriel nunca le gustó Ana. No se
llevaban muy bien. Falta por ver si la mujer decide en las próximas horas
contar lo que realmente pasó aquel 27 de febrero en el que el Pescaíto se
sumergió para siempre en su mar.
Por
MAYKA NAVARRO/La Vanguardia
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