MUERE GEORGE STEINER, INTELECTUAL Y MAESTRO DE LA LITERATURA COMPARADA, A LOS 90 AÑOS DE EDAD
MADRID (5 Febrero 2020).- George Steiner, intelectual y un hombre de letras
cuya influyente crítica a menudo abordaba la paradoja del poder moral de la
literatura, ha muerto el lunes en su casa en Cambridge, Inglaterra, según ha
informado su hijo.
Steiner tenía 90 años. Ensayista, escritor de ficción,
profesor y crítico literario, sucedió a Edmund Wilson como crítico de libros
para The New Yorker desde 1966 hasta 1997.
Durante este periodo, deslumbró a
sus lectores por su profundidad analítica, convirtiéndose en un gran maestro de
lo que se dio en llamar “literatura comparada”. Su defensa del canon y la
crítica al relativismo y a la banalización técnica fueron los ejes de su obra.
Cuando nos recibió en su casa de Cambridge,
Inglaterra, dijo que hablaría durante una hora. A lo largo de ese tiempo repasó
la historia mundial, con el mismo énfasis en la guerra que en Chareles Darwin,
en Pablo Neruda o en Albert Einstein. Atravesado por todas las heridas de su
época, Steiner tenía el sentido del humor de un muchacho que sigue jugando,
como aconsejaba Samuel Beckett, a fracasar mejor. Su historia fue la de un
exiliado de todas las guerras del siglo XX y a todas ellas se refirió en esa
entrevista que tuvimos cuando a Europa y al mundo los mordía la guerra de la
austeridad, que prosigue.
Esos días le dijo a su amigo y colega italiano Nuccio
Ordine que él no se sentía ya cómodo en el mundo; este es un lugar
irreconocible, y lo era para una de las personas que con más inteligencia lo
interpretó.
Era tan preciso, y esa inteligencia era tan
implacable, que, en su cabeza amueblada para el escándalo y la alegría no había
ni un minuto de reposo para la improvisación. Hasta el punto que, cuando había
pasado la hora en punto que nos dio para conversar, dijo: "Hemos acabado.
Ahora vamos a tomar jerez, galletas, café y hummus".
Y ahí, en ese rato en
su cocina fue cuando él quiso saber de España, de nosotros, de otros
escritores, con la memoria que aún tenía de cuando, en Oviedo, recibió en 2001
el Príncipe de Asturias. Era 2008. En España, y en el Reino Unido, estaba la
sombra del paro, que a él le parecía la amenaza "más grande del
futuro". Pero nos preguntó también, por ejemplo, por Javier Marías,
"quien me honró haciéndome parte de su Reino de Redonda", a quien
consideraba uno de los grandes escritores de Europa.
Su discusión con las artes, la poesía, la narrativa,
la pintura, se reducía, en su inteligencia, a lo que según él era lo más
sublime que había alcanzado el hombre, "la melodía". Según él, que
parecía siempre estar dirigiendo una pequeña orquesta, subiendo y bajando sus
manos como si en ellas estuviera la residencia de sus palabras, no había nada
más perfecto que la melodía porque en ella estaba el misterio.
Era un hombre proclive al silencio y de ello hizo un
monumento paródico: escribió un libro de ensayos, Los libros que nunca he
escrito, y una prolongación de su autobiografíia, Errata, y en todo lo que
escribió siempre estaba como su voluntad de tacharlo. Proclive al silencio,
también lo fue al escándalo. Le preguntamos sobre lo que él sentía en torno a
la tristeza y al pesimismo que fueron conceptos manejados por la generación
que, como la suya, había vivido bajo la amenaza de la desaparición. Nos dijo: "¿Sabes
por qué soy tan poco popular entre mis colegas académicos? Siendo joven ya dije
que había una diferencia abismal entre el creador y el profesor, o editor, o
crítico. Y a los colegas no les gusta escucharlo". Lo que no les gustó
escuchar a sus colegas fue el capítulo Envidia: él fue el miembro más joven de
la Universidad de Princeton, donde convivía con Einstein y Robert Oppenheimer.
"Y yo quería ser El Cartero entre ellos, quiero que me llamen El Cartero,
como ese personaje maravilloso en la película sobre Neruda. Es un trabajo muy
hermoso ser profesor, ser el que entrega las cartas, aunque no las
escriba". "Mis colegas", decía Steiner, "detestan escuchar
eso. ¡La vanidad de los académicos es enorme! Derrida dijo que toda la literatura,
hasta la más grande, es un mero pretexto. ¡Al infierno con Derrida! Shakespeare
no es un pretexto. Beckett no es un pretexto. No lo es Neruda, no lo es
Lorca".
Becket fue una parte clave de su conversación con la
literatura, con la historia y con el fracaso. "Yo intento fracasar
mejor", nos dijo. Después fue cuando, al piano, quiso emular a Franz
Schubert y, más tarde, en la cocina, quiso ser el músico, el conversador, el
hombre que, ante el mundo que entonces le rodeaba dijo, como le dijo a su amigo
Nuccio Ordine, que era un horror vivir en un mundo que ya no reconocía. En
aquella entrevista nos dijo: "Creo firmemente en el derecho a la
eutanasia. Es un horror envejecer sin dignidad. Antes, las familias más o menos
se podían hacer cargo de sus ancianos, pero ya no pueden. Quizás la próxima
crisis sea generacional". Steiner estaba entonces prediciendo que un día
la conversación que entonces milimetraba hasta hacerla perfecta en una hora
dejara de existir algún día como síntoma final del fracaso que era al fin toda
existencia. Aunque fuera tan pletórica como la suya.
Por JUAN CRUZ/El País
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