MADRID.- Messi lo hace ahora así, en apenas un
ratito, porque no puede jugar más. Tiene una lesión en el muslo y aún más miedo
entre ceja y ceja. Así que frente al Betis, saliendo del banquillo, aceleró una
sola vez en media hora, ya en el añadido, y no fue gol porque aguantó a pie
firme Adrián. Sin embargo, sólo minutos antes, Leo había dado la puntilla a la
Liga con dos remates a la red y otro a la cruceta. Quizá no sea una
sofisticación evolutiva, sino pura crueldad futbolística.
Evoluciona Messi, midiendo cada arrancada, evitando
cada riesgo. Así le basta para decantar el título, con un par de libres
directos y una aparición en el sitio del '9', donde hay que ser muy bueno para
que todo parezca tan fácil. Todo en cuarto de hora. Sin sudar. Como quien sale
a tomar una caña al bar de abajo. Ahora, un triunfo el domingo en el Manzanares
ratificará el alirón azulgrana. Y si el Málaga empata el miércoles en el
Bernabéu, ni eso.
El
cambio de Villa
En cualquier caso, más allá de cualquier aritmética
está Leo Messi. Por encima también de las opiniones médicas o las contingencias
del resultado. Al menos en esta Liga, donde ya suma 46 goles en 31 jornadas. De
nuevo, fue reclutado de urgencia y como antídoto ante el pánico. A poco de
iniciarse el segundo tiempo, justo tras el 2-2 de Villa, que marchó a la ducha
jurando entre dientes. Tras pifiar tres claras situaciones de gol, El Guaje ni
siquiera tuvo tiempo de festejar el empate.
Era un domingo de nervios, porque el Madrid había
reducido la distancia a ocho puntos, algo insólito desde noviembre. Se palpaba
la tensión desde el arranque con un despiste colectivo traducido por Pabón en
el 0-1. Una de esas noches tontas en el Nou Camp, como en tiempos de Venables,
Menotti o hasta Cruyff. Todo lo que podría salir mal, empeoraría. Eso, seguro.
Así sucedió en el primer tiempo, donde el buen
fútbol azulgrana no obtuvo respaldo en el marcador. La profundidad de Tello por
la izquierda, las maniobras de genio de Iniesta o la velocidad de Alba se
quedaron en casi nada por el mal tino de la Alexis y Villa. Sólo la pasividad
de Alex Martínez permitió al chileno cabecear a la red el 1-1. De todo lo demás
se ocupó Adrián. Y El Guaje, desquiciado.
Dos
libres directos
Lo hacía bien el Betis y además tuvo la inesperada
pedrea de Rubén Pérez justo después de que Tello se topara con el larguero. El
tirazo desde 25 metros del canterano del Atlético, a un minuto del descanso,
desquició aún más al barcelonismo. Así que hubo que encomedarse a Messi, casi
con desesperación de náufrago.
Le saludó en pie la gente, siempre con fiel al
ídolo, ausente del once en siete de los últimos ocho partidos. Tres minutos
después, desde su perfil natural, acarició un libre directo con dirección a la
escuadra. Casi sin tiempo, desde el lado contrario, por delante de Xavi, hizo
crujir la cruceta de Adrián, que esta vez ni pudo estirarse. Se le notaba
estupefacto el portero ante ese Messi deconstruido, maestro ahora en el balón
parado.
La tumba del Betis, un buen equipo, bien dirigido,
pero blandísimo atrás, donde las pasaron canutas Mario o Amaya y aún peor Chica
ante Tello. Con la lesión de Jorge Molina y el 1-2 en el zurrón, quiso rectificar
Mel, del 4-3-3 a un concepto más ordenado con Beñat. Pabón, del extremo derecho
a solitaria referencia ofensiva. Todo en balde, con un triste acercamiento de
Campbell, taponado por Adriano. Quien debía hacerlo definitivo era Messi. El
taconazo previo, como todo lo bueno del domingo, llevó la firma de Iniesta.
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