CAMBRAI, Francia (7 Julio 2015).- De tanto avisar
que viene el lobo, cuando al final llega, todos los cazadores tienen preparadas
las escopetas, así que los siete tramos de adoquín sólo eliminaron al favorito
de la prensa francesa, Thibaut Pinot, desesperado porque un mecánico imberbe no
supo darle soluciones, y ni siquiera un empujón suficiente como para devolverlo
a la carrera.
Los demás llegaron sin novedad a la meta, lo que
supone, en términos de espectáculo, una pequeña decepción, porque de una etapa
así se espera la épica de las caídas, los cortes y las minutadas perdidas; que
se descuelgue un favorito, en fin. Juntos como compañeros de faena, todos
quienes aspiran a ganar el Tour y alguno más -no hay que olvidarse de Van
Garderen o Urán-, llegaron juntos a Cambrai, y al ex líder, Chris Froome, no le
importó en absoluto, ceder el jersey amarillo a Tony Martin, que lo buscaba
desde que comenzó el Tour. Cuando aceleró en los kilómetros finales, el inglés
se sintió aliviado al quitarse de encima el peso de la púrpura.
Pese a los nervios, pese a la mala colocación de
Contador en el segundo y el último tramo, nadie distanció a nadie. En el pavés
se vio a un Nibali poderoso, a un Froome atento, a un Contador peleón, a un
Valverde experto, a un Quintana paciente y a un Purito conservador. Todos
jugaron su papel a la perfección; nadie salió dañado.
No hubo lluvia, sólo el polvo del camino, como en el
Rocío. Fue una etapa en la que casi todos ganaron y nadie perdió. Tony Martin
fue el hombre más contento del mundo, con su jersey amarillo, y Pinot el más
desdichado. La bronca en el hotel del FDJ_puede ser épica, lo que se esperaba
de la etapa y se quedará en el comedor del hotel La Chartreuse. Purito, que
también duerme allí, tendrá que ponerse tapones en los oídos.
JON
RIVAS/Enviado especial El Mundo
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