LAS DESERCIONES REPUBLICANAS HACEN NAUFRAGAR LA REFORMA SANITARIA DE DONALD TRUMP
WASHINGTON
(18 Julio 2017).- La gran bandera de la derecha estadounidense vive días
agónicos. Las deserciones en las filas republicanas han llevado a un punto de
quiebra su mayor proyecto: la reforma sanitaria. La ley con la que el
presidente Donald Trump quería demostrar su poderío parlamentario y liquidar el
más preciado legado de su antecesor, el Obamacare, ha naufragado. Ya son cuatro
los senadores republicanos que han decidido votar contra la iniciativa, una
cifra exigua pero suficiente para hacer imposible su aprobación en una Cámara
donde los conservadores sólo aventajan en cuatro escaños a los demócratas
(52-48). Ante este bloqueo, el propio líder republicano en el Senado, Mitch
McConell, ha abandonado la iniciativa y ahora apuesta por derribar el Obamacare
rescatando una propuesta de 2015. Un camino que pareció apoyar el propio Trump,
quien pidió trabajar en un nuevo proyecto con la "pizarra limpia".
Era más que una ley. La reforma sanitaria había sido
presentada por Trump como el símbolo de una nueva era. La que iba a enterrar la
herencia de Barack Obama y unir a la derecha estadounidense bajo una misma
bandera. Pero su tramitación ha mostrado justo lo contrario. Pese a tener en su
manos la Casa Blanca, la Cámara de Representantes y el Senado, la unidad
republicana es una quimera. No hay una derecha sino muchas; tampoco existe un
proyecto, sino casi tantos como grupos de presión parlamentarios. El golpe es
profundo.
La debilidad de Trump ya quedó al descubierto al
iniciarse en marzo la andadura parlamentaria de la ley. Tras tomar él mismo el
liderazgo, el primer proyecto tuvo que ser retirado de la Cámara de
Representantes porque carecía de apoyos suficientes. El presidente, que se
había jactado de ser el mejor negociador del mundo, el dealmaker capaz de
superar cualquier desacuerdo, se vio obligado a admitir su fracaso y a
reiniciar una puja, esta vez a puerta cerrada, que desembocó en un texto lo
suficientemente ambiguo como para cosechar la mayoría.
Un sistema sanitario complejo y débil
Desde su nacimiento fue odiada. Los republicanos
consideran que la reforma sanitaria de Barack Obama amplía la burocracia
federal, ahonda el déficit y acaba con la libertad de elección. Es decir, ataca
de raíz sus fundamentos ideológicos. La realidad no es tan simple.
La ley aprobada en 2010 impuso cambios profundos en
el modelo sanitario estadounidense. Creó un mercado de compra de seguro,
expandió el programa público para personas con pocos recursos o discapacitadas
(Medicaid), y puso fin a abusos como el rechazo de las aseguradoras a pacientes
con dolencias previas. En su afán por acabar con el vacío sanitario, generalizó
las penalizaciones a quien no contratase un seguro y dispuso un entramado
fiscal, con impuestos a las rentas más altas, para sostener los gastos. Los
resultados fueron una masiva extensión de las coberturas, con 20 millones de
personas más aseguradas, pero también una subida de los precios de las pólizas.
En su ataque al Obamacare, los republicanos alegan
que es un sistema destinado no a mejorar la atención al paciente o a fomentar
el acto médico concreto, sino a subvencionar a las compañías de seguros y sus
cálculos de riesgo. Frente a ello, propone aligerar las cargas burocráticas,
reducir subsidios y recortar la expansión de Medicaid (al que se acoge
actualmente 62,4 millones, el 19% de la población). Unos planes que pueden
dejar fuera en los próximos años a millones de asegurados y afectar seriamente
al tejido social más débil.
En su paso por el Senado se ha vuelto a repetir la
humillación. Fuera de los focos, el líder republicano McConell preparó una
versión moderada de la reforma y mantuvo algunos impuestos y protecciones del
actual sistema. Pero la perspectiva de unas elecciones que cambiaran en 2018 un
tercio de la Cámara y el endiablado juego de intereses que implica la reforma
hicieron tambalear el proyecto. Esta fragilidad quedó patente la semana pasado
cuando, tras el rechazo de dos senadores (Susan Collins y Rand Paul), los
republicanos tocaron suelo. Empatados con los demócratas, sólo el voto de
calidad del vicepresidente Mike Pence, que ejerce de presidente del Senado,
podía sacar adelante la iniciativa. Tal era la zozobra, que cuando el ex
candidato presidencial John McCain anunció que no iba a participar porque tenía
que serle extirpado un coágulo de un ojo, la votación prevista para esta semana
fue aplazada hasta su recuperación.
Ha sido en este compás de espera, cuando los
senadores Mike Lee y Jerry Moran se han sumado al rechazo y han puesto en el
congelador siete años de agitación permanente contra el Obamacare. No es que
ninguno de los disidentes apoye la actual legislación. Pero, excepto en el caso
de la centrista Susan Collins, consideran que el desmontaje no va lo suficiente
lejos. “No acaba con todos los impuestos del Obamacare, y no reduce los costes
a la clase media ni da el suficiente espacio libre frente a las costosas
regulaciones de Obama”, afirmó el senador Lee, de Utah.
Bloqueada de momento cualquier votación, la salida
para Trump y los republicanos es compleja. McConell dio por perdida la
pretensión inicial de revocar el Obamacare y aprobar inmediatamente una nueva
ley, y optó por otra vía: resucitar una propuesta de 2015 (vetada por Obama)
que desmantelaba gran parte del sistema y que en su día contó con el
beneplacito mayoritario de los republicanos.
El camino sería parecido al sugerido por Trump
anoche en un tuit en el que instaba a su partido a liquidar el Obamacare y a
que con la “pizarra limpia” empezase a trabajar en un nuevo proyecto. “¡Los
demócratas se sumarán!”, tuiteó Trump.
En caso de llevarse adelante este plan, supondría el
inicio de otra negociación, que la oposición, en principio, no rechaza. “Este
segundo fracaso del Trumpcare es una prueba clara de que el núcleo de esta ley
es inasumible. Antes que volver a empezar el mismo fracasado proceso, los
republicanos deberían deberían ponerse a trabajar con los demócratas en reducir
los costes de los seguros, dar estabilidad a los mercados y mejorar el sistema
de salud”, anunció el líder demócrata en el Senado, Chuck Schumer.
El resultado de esta nueva fase aún está por ver.
Pero el tiempo corre en contra de los republicanos. No sólo los demócratas han
formado una cuña frente a la reforma sanitaria. También se oponen amplios
grupos de pacientes, asociaciones médicas y el poderoso lobby de las
aseguradoras, que alertó de que la iniciativa republicana iba a disparar los
costes. En un país donde 28 millones de personas carecen de asistencia
sanitaria, las espadas siguen alto.
Por JAN MARTÍNEZ AHRENS/El País
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