Crece la huella dominico-boricua

SAN JUAN, Puerto Rico.- Puerto Rico  y República Dominicana alcanzan una máxima expresión de hermandad en dinámicas de intercambio de costumbres culturales producto de relaciones matrimoniales, vecinales y profesionales en las que boricuas adoptan estilos de vida propios del vecino país y viceversa.

Esas dinámicas aumentan a partir del crecimiento de la comunidad dominicana en Puerto Rico,  que se calcula entre 100,000 y 300,000 personas.

La cifra mayor fue  citada en la Primera  Cumbre de Líderes Dominicanos en Puerto Rico e Islas Vírgenes por María Teresa Feliciano, líder del grupo Mesa Redonda Dominico-Americana.

Sin embargo, el sociólogo Jorge Duany, investigador de la migración dominicana en el país, señala que el Censo de los EE.UU. registró en 2010 un total de 68,000 dominicanos en Puerto Rico, pero  si se consideran los indocumentados, la comunidad quisqueyana en la Isla rondaría las 100,000 personas.

Aunque la comunidad dominicana libra batallas para combatir situaciones de discriminación atribuidas a entidades gubernamentales y denuncia que persisten actitudes xenofóbicas de muchos puertorriqueños, también se producen relaciones armoniosas en nuevas familias dominico-boricuas.

Raúl Martínez, agrimensor mayagüezano de 39 años, alude, por ejemplo, a “cambios positivos” en su forma de hablar y a ciertos ajustes “negociados” de  alimentación, entre otras modificaciones de su cotidianidad, a raíz de su relación de cinco años con la bloguera dominicana Cristina Marrero.

Vocabulario mejorado

“La gente dice que hablo como mi esposa dominicana. En cinco años de matrimonio he adoptado en mi vocabulario muchísimas palabras que aquí no se dicen, y a veces, ni se entienden. También me ha enseñado a apreciar más el castellano. Los puertorriqueños hablamos un spanglish avanzado y en ocasiones me pasó que yo me reía de palabras que eran correctas, pero ella tenía que buscar un diccionario y probármelo”, revela Martínez.

“En cuanto a la comida, he incluido nuevos platos a mi variedad y gusto. Sin embargo, aunque los dominicanos cocinan delicioso, usan muchísimos sazones. Además, adoran los alimentos fritos. En lo culinario, hoy día, ella encontró el punto medio de lo rico y “light” que yo necesitaba.  Ella me enseñó a comer sabroso y yo le enseñé a leer los ‘nutrition facts’, porque según ella ‘los yaniqueques no tienen tabla nutricional’”, narra jocoso.

“En mi transculturación he aprendido a amar a la República Dominicana. Cuando viajamos, me encanta el estilo de vida de allá. Es curioso que los niveles de pobreza sean tan altos y que un profesional con trabajo pueda tener lujos que no tiene cualquier persona de clase media aquí. Allá la gente es muy humilde y alegre, y uno se contagia de eso”, puntualiza.

Explica que los cambios en ambos son variados, pero como boricua considera que “lo más importante que he aprendido es a ver a los dominicanos de una manera distinta. A romper los estereotipos que la mayoría de los puertorriqueños tenemos. Mi idea de un dominicano era el personaje de televisión, Altagracia. ¡Imagínate!”

Raúl se refiere al popular personaje cómico de la doméstica sin mucha escolaridad, imagen que retrata de forma limitada un segmento de la diáspora dominicana en Puerto Rico. “Somos dos culturas caribeñas demasiado parecidas. Y lo que nos hace diferentes, nos enriquece a cada uno de manera individual, agrega.

Vivencias en internet

Cristina, la esposa quisqueyana de Raúl, por su parte, canaliza en su blog www.elcanaldelosmonos.blogspot.com las experiencias buenas y malas producto del choque cultural de una joven dominicana viviendo en el Puerto Rico actual.

“Ser un dominicano en Puerto Rico significa muchas cosas. De cómo hablas y de cómo luces puede depender que tu experiencia sea más o menos positiva. Yo me considero agraciada. Estoy en el bando de las que se expresan  “aceptable” y lucen un poco mejor que eso. ¡En serio, no es vanidad! El principal elogio que recibo es: “Pero, ¡tú no pareces dominicana! Yo pensaba que eras venezolana”.  Y como en Venezuela tienen muchas reinas de belleza, yo estoy obligada a decir gracias”, escribe Cristina en una de sus comentadas reflexiones en línea.

Precisa que comentarios centrados en estereotipos durante “los primeros meses los dejé pasar sin dar muchas explicaciones. Una risa boba era suficiente. Luego vino el análisis. ¿Por qué la gente, ‘en serio’, siente que me está halagando al insinuar que no parezco de mi país? Entonces, vinieron las aclaraciones sin sonrisas”, agrega Cristina, antes de proceder a un análisis de ese polémico asunto de los estereotipos.

 Y es precisamente el estereotipo, esa imagen o idea inmutable y errada, pero aceptada comúnmente por un grupo o sociedad, la que rompe el trato prolongado con distintos tipos de dominicanos y con distintos tipos de puertorriqueños, según destaca, por su parte el ingeniero Edgardo Santiago, oriundo de Comerío, quien admite que antes de conocer a la que hoy es su esposa, su interacción con los quisqueyanos había sido desalentadora.

Rescate de valores

En su trabajo tuvo que lidiar con obreros cuyo desempeño no llenó las expectativas de supervisores y el grupo resultó “difícil”, confesó, al contrastar con la experiencia que culminó en una relación de tres años con la periodista Tania Polanco, corresponsal de Diario Libre.

Edgardo revela que al descubrir a fondo la cultura dominicana ha rescatado valores familiares que aquí se están perdiendo, como las reuniones frecuentes para comer, dialogar y compartir en las casas de sus parientes.

“He recobrado la familiaridad que había aquí en tiempos de mis abuelos a cuya casa se iba siempre los domingos después de misa. Muchos puertorriqueños nos hemos adaptado más a costumbres americanas, pero con Tania y su familia he recuperado eso del tiempo de mis abuelos. Ahora estoy más pendiente a la familia y  los seres cercanos”, relata.

“También he cambiado mis costumbres sobre dónde tratarme. Ahora voy a médicos de República Dominicana. Allá la medicina es más personalizada. Me hice un chequeo con un especialista y el mismo día ese mismo doctor me buscó un cardiólogo que me atendió de inmediato”, comenta Edgardo.

Tania, por su parte, expresa que “a mí, mis hermanas me llaman casi todos los días y allá la familia no pasa más de una semana que no se ven y se reúnen. La costumbre ahora la adoptó Edgardo (con su familia) y creo que es uno de diversos aportes positivos en la relación”, agregó.

En algunos espacios vecinales  metropolitanos el intercambio dominico-boricua suele ser muy positivo como señala la boricua Aida Hernández sobre su nueva vecina dominicana María Inés Saldaña. Aunque en la calle Arrigoitía, en Roosevelt, la mayoría de los residentes son puertorriqueños, Hernández expresa que mantiene estrecha comunicación con su vecina quisqueyana, quien es sumamente cooperadora y amable. Además, destacó que entre sus mejores amigas cuenta también con el apoyo de Mercedes Objido, oriunda de Santo Domingo, quien también fue su vecina y con ella aprendió a degustar el sancocho dominicano, así como la programación televisiva del vecino país, que ambas miraban juntas entre pláticas en su casa en Hato Rey.

En escenarios laborales sanjuaneros, como restaurantes, los meseros dominicanos y boricuas aprenden palabras de uso común en el vecino país y viceversa, así como expresiones comunes que en ocasiones resultan jocosas.

Poco estudiado

El fenómeno de la transculturación asociada a la estrecha relación de los puertorriqueños con los dominicanos, sin embargo, ha sido poco estudiado, según el profesor Jorge Duany.

El catedrático de la UPR explicó que sus estudios y los de otros expertos se han centrado mayormente en las características demográficas, así como en el impacto laboral y económico, producto de la llegada de miles de quisqueyanos a suelo boricua.

Sin embargo, datos como la fundación de la Asociación 21 de enero, que fomentó la devoción a la Virgen de la Altagracia, en una de las iglesias de Río Piedras, han surgido al investigar otros aspectos de la comunidad dominicana en la zona metropolitana.

Al presente dijo desconocer si el grupo, fundado en los ochenta, sigue activo y si puertorriqueños se han unido a las iniciativas de la asociación, que surge de una tradición cultural dominicana.

El profesor Duany, por otro lado, mencionó que es evidente en nuestra cotidianidad la aceptación de la bachata como música preferida de muchos puertorriqueños, como ocurrió aquí con el merengue hace décadas.

Luisa Hernández, catedrática de la UPR que laboró con Duany en los primeros estudios de la diáspora dominicana en Puerto Rico, por su parte, señaló que la adopción de costumbres del vecino país se observa durante la socialización primaria, en el hogar, cuando  menores de edad están al cuido de niñeras dominicanas.

“Los niños utilizan palabras y hasta adoptan el acento de sus niñeras. Además, desde pequeños desarrollan el gusto por la comida dominicana”, sostuvo Hernández.

Al comentar sobre otros aspectos de transculturación, mencionó la preferencia por remedios propios de la República Dominicana que pueden formar parte de opciones de la medicina alternativa y suelen conocerse por personas dominicanas que cuidan enfermos o desempeñan tareas domésticas regulares para una misma familia.

El doctor César Rey, quien también formó parte del equipo de las investigaciones sociológicas sobre la migración dominicana en el que laboraron Duany, Hernández y el doctor Lanny Thompson, mientras, sostuvo que al presente percibe un espacio más propicio para la interacción positiva de adoptar elementos de la cultura dominicana por parte de los boricuas.

Se refirió a que en décadas pasadas el rechazo y en general las manifestaciones xenofóbicas en el país eran más marcadas, pero al presente la comunidad dominicana  “se  ha ganado un espacio” que cada vez más boricuas reconocen y respetan.

En los estudios del citado grupo de sociólogos, se consignaron prejuicios vinculadas a temores de una migración laboral que acentuó nociones locales sobre quitar puestos a los nacionales. El equipo aportó reemplazar nociones incorrectas sobre esta migración y documentó estos flujos como rasgo definitorio de las economías interdependientes caribeñas.

Rey destaca como empresarios dominicanos operan grandes negocios en Puerto Rico, lo que evidencia la evolución de una comunidad que ya no está únicamente ligada al sector laboral de servicios, asociados al estereotipo del obrero sin mucha escolaridad que imperó en otras décadas.

Puntualizó que los dominicanos se han integrado en campos profesionales y otros espacios importantes de una sociedad puertorriqueña más abierta a la diversidad cultural que en el siglo pasado.

Al margen de estos avances citados por sociólogos, persiste también un sector dominicano muy apegado a su cultura, en cuyo estilo de vida en el exilio predominan prácticas de su país, grupo que en términos antropológicos se define como subcultura étnica.

El apego extremo a lo dominicano en algunos casos lleva a rechazar lo puertorriqueño o americano y limita las interacciones en el país de estancia, fenómeno que no ha sido objeto de investigación sociológica en el país.

En ese grupo figuran los dominicanos que se mantienen en el gueto, donde en general no se juntan con los nacionales del país donde se han establecido, sin herramientas para una integración beneficiosa.


Por GERARDO CORDERO/Endi.com

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