
Pep Guardiola, quizá de los pocos que ha logrado
descifrar los silencios del argentino, inauguró su era triunfal en el Barcelona
cuando comprendió que el éxito pasaba por concederle plenos poderes a Messi.
Proteger la estabilidad emocional de La Pulga se convirtió en una obsesión para
el ex técnico azulgrana, que procuró recrear un paraíso terrenal alrededor de
la diminuta figura del 'diez'. Aunque para ello tuviera que renovar
continuamente a compañeros que le hacen las veces de ángel de la guarda, o
condenar a tipos tan importantes para la historia de la entidad como Samuel
Eto'o. O tan ruinosos como Zlatan Ibrahimovic, al que no le quedó más remedio
que enfrentarse para que Messi continuara feliz con su camino. En el club
todavía recuerdan aquellos almuerzos privados en los que Guardiola intentaba en
vano que el argentino y el sueco intercambiaran más de dos frases.
La fórmula, como bien es sabido, resultó ideal para
que el equipo encadenara 14 títulos de 19 posibles. Y también para que Messi
alcanzara registros goleadores que quizá ya nunca vuelvan a superarse. Todo
ello, mientras enhebraba tres Balones de Oro consecutivos. El peaje a pagar, en
cambio, no parecía demasiado caro. Si acaso cerrar la boca cuando La Pulga
torciera el gesto. Como cuando el chico decidió quedarse en su casa, cabreado y
sin intención alguna de entrenar, porque Guardiola no lo había sacado de
titular en un partido contra el Sevilla. Desde aquel día, el entrenador
barcelonista entendió que Messi debía jugar siempre. Sí o sí.
Cuando Guardiola huyó del club el pasado verano, ya
había tenido tiempo de descubrir que Messi no tendría reparos en recriminarle a
viva voz, y ante el resto de sus compañeros, toda situación que le incomodara.
Así sucedió tras consumarse el pasado curso la doble decepción ante Chelsea y
Real Madrid, fracasos que el argentino achacó en aquel momento a un mal
planteamiento táctico de Guardiola, que tuvo la 'osadía' de colocarle como
acompañante, primero a Cuenca, y luego a Tello.
Leo Messi no es el hombre del saco. Ni mucho menos.
Simplemente, vive por y para ganar títulos, ya sean individuales y colectivos.
El resto se la trae al pairo. Además, ha sabido corresponder a sus compañeros
en momentos capitales. Como el día que dedicó su tercer Balón de Oro a Xavi
Hernández, o más recientemente, cuando acompasó con una sonrisa y un gesto de
complicidad el último premio al mejor futbolista de Europa concedido a Andrés
Iniesta. Porque el argentino sabe ser justo cuando toca. Aunque sus compañeros
también saben mejor que nadie que todo les irá mejor con el argentino de cara.
Así, durante el partido contra el Granada, Thiago o
Alexis aceptaron sin rechistar las broncas de Messi, cada vez más seguro de sí
mismo en su papel de Rey Sol. No tuvo tanta paciencia David Villa. Que el día
en que vuelves a la titularidad en la Liga después de diez meses seas abroncado
por no pasar un balón, quizá, no sea la sensación más agradable del mundo
cuando lo que buscas es confianza para adquirir cuanto antes el pulso
competitivo.
Tito Vilanova piensa seguir la estela de Guardiola
en cuanto a los cuidados de Messi se refiere. En la pretemporada ya le ahorró
viajar a un amistoso por un golpe sin tener en cuenta que el club perdería una
buena suma de dinero. Y en la pasada jornada contra el Getafe, tuvo que pactar
la suplencia antes de que al chico le diera por incomodarse. Tiene razón el
técnico cuando resta importancia a la publicitada bronca entre el argentino y
Villa. Es una anécdota propia de la impotencia ante la dificultad que no pasará
de ahí, cierto. Pero indicativa para saber quién manda y delicada cuando el
receptor es uno de los futbolistas más queridos de la plantilla.
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