El neurocirujano realiza las primeras incisiones en
el cerebro más excepcional que ha tenido en sus manos. Un instintivo
presentimiento le inquieta, aunque pregunta en broma al agente Most, de la KGB
soviética: «¿Capitán, usted me está vigilando?». El oficial, con una leve
sonrisa en sus labios, contesta: «No, doctor, estoy cuidando un cerebro».
Uno de los mejores especialistas de la cirugía
cerebral en ese momento, el alemán Oskar Vogt, es quien dirige el equipo
médico. Se comienza a investigar la corteza cerebral de un ruso extraordinario:
Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, el artífice de la Revolución que en solo diez
días estremeciera al mundo.
Dos dudas deben dilucidarse: las verdaderas causas
de su muerte, y si es factible hallar indicios físicos justificativos de la
genialidad y la profundidad de su pensamiento.
Lo primero es el carácter secreto de la autopsia,
calculada en unas cinco horas. El Gobierno soviético contrató al grupo de
prominentes hombres de las neurociencias. Los médicos han pedido cobrar el
equivalente de 25 000 pesos oro per cápita por su trabajo y se les pagaría 30
000 a cada uno.
Lenin fue objeto de un atentado a tiros el 30 de
agosto de 1918, con balas envenenadas. Le disparó a mansalva Feiga Jaimova
Roitman, alias «Kaplan»: eserista, anarquista y contrarrevolucionaria. Dos de
los tres disparos de una pistola Browning hechos por esta mujer, a boca de
jarro, dieron en el cuerpo del líder bolchevique, pero solo uno parecía ser
mortal. Ocurrió cuando Lenin salía de hablarles a los obreros de la fábrica
Michelson, en las afueras de Moscú, aunque no murió hasta el 21 de enero de
1924. Tenía el plomo más agresivo y peligroso incrustado en el cuello, muy
próximo a la médula espinal, e imposible de extraer en aquella época.
Para investigar aquel cerebro excepcional, a un
grupo selecto de especialistas soviéticos se sumó otro integrado
fundamentalmente por científicos austríacos, belgas y alemanes, contratados por
el Gobierno de la URSS. Son desconocidos todavía hoy los criterios expresados
por los neurocientíficos.
Se ignoran igualmente las pesquisas que en 1970
hicieron los científicos soviéticos por el centenario del natalicio de Lenin.
Se desconoce además que la KGB, al enterarse de la posible invasión alemana en
1941, ejecutó una operación comando secreta consistente en trasladar con
urgencia el cuerpo embalsamado de Lenin y ocultarlo casi cuatro años en un
lugar seguro en la Siberia, mientras se exponía un Vladimir Ilich de goma en el
mausoleo, para protegerlo de secuestro o destrucción enemiga, según información
entregada por la Embajada rusa en La Habana.
Lenin en el panteón de los cerebros
Durante las secuelas del atentado, 27 médicos
atendieron a Lenin, pero solo ocho firmaron su autopsia, con la mayor
discreción guardada sobre una maniobra de esta envergadura, fiscalizada por la
Salud Pública y los servicios secretos de la URSS.
Vogt, quien viajó a Moscú en numerosas ocasiones
entre 1920 y 1930, expuso algo muy controvertido: «El cerebro de Lenin es
distinto, tiene algo peculiar. Las neuronas piramidales de la capa III de su
corteza cerebral son de un tamaño mayor y más numerosas de lo normal, una capa
más gruesa. Y la IV más fina que en la mayoría de los demás cerebros humanos».
Consideró que esas células implicadas en circuitos
de asociación y conexiones habían permitido al dirigente ruso «una mente muy
ágil, con un gran sentido de la realidad y de la imaginación, capaces de
relacionar ideas con gran rapidez».
En aquella autopsia de 1924 intervinieron el
anatomopatólogo ruso Alexei Ivanovich Abríkosov, «Semashko», comisario de
Sanidad de la URSS; el doctor Filímonov, jefe del Departamento de Patología del
recién creado Instituto de Investigaciones del Cerebro, de Moscú, así como
otros neurocirujanos. El equipo fue encabezado por Oskar Vogt y sus ayudantes,
además, por el médico Minor. Estaba presente el citado capitán «Most», de la
KGB.
En el Instituto de Investigaciones del Cerebro, de
Moscú, (creado al fallecer el líder soviético), Vogt organizó lo que denominó
El panteón de los cerebros. El primero llevado a ese centro fue justamente el
de Lenin. Le siguieron los de Máximo Gorki, Konstantín Stanislaski, Serguei
Einsenstein e Iwa Pavlov, entre otros. El último en recibirse entonces fue el
cerebro del físico y Premio Nobel de la Paz de 1975, Andrej Sajarov.
Vogt era ya profesor y director del Instituto
Emperador Guillermo de Investigación Cerebral y Biología General, en Berlín,
donde comenzó a recibir donaciones de cerebros de hombres eminentes, sobre todo
de científicos. Allí logró reunir una colección de órganos «de élite» para
poder investigar lo que denominó «fuente de la genialidad», según su hipóteis.
Esta institución fue financiada por la Sociedad Emperador Guillermo, la
Sociedad Max Planck, la Fundación Rockefeller y el Gobierno del Reich alemán.
Pero en cuanto Adolfo Hitler supo que Vogt estaba colaborando con los
soviéticos, mandó a destituirlo. Mas como Oskar Vogt era amigo íntimo del
principal magnate del acero en la tierra alemana, Fritz Alfred Krupp, además de
su médico personal, este al enterarse financió más tarde la creación de otro
Instituto similar en la denominada Selva Negra, en Neustadt, dirigido por Vogt.
Vogt publicó un artículo científico en 1929 en el
que afirmaba que las células «piramidales» de la tercera capa del cerebro de
Lenin evidenciaban su genio.
Dos décadas de investigación
Oskar Vogt sugirió fraccionar el cerebro de Lenin en
31 000 secciones o láminas y repartirlas entre los principales especialistas
alemanes, austríacos, franceses, belgas y de otras naciones. Cada grupo
investigaría tales láminas, rendiría un informe detallado de sus hallazgos y
las devolvería a la URSS en una fecha acordada mutuamente. 4
Seccionar adecuadamente el cerebro de Lenin le llevó
a Vogt casi un año, y la investigación abarcó casi dos décadas. En 1945 las
partes del cerebro que fueron a parar a Alemania para su estudio seguían en ese
país, ocultas como para no devolverlas nunca, y en poder, increíblemente, de
Vogt.
Según los especialistas belgas L. Van Bogaert y A.
Dewulf, los soviéticos enseguida montaron una rápida operación comando para
impedir que los servicios secretos estadounidenses consiguieran apoderarse de
tales porciones del cerebro de Lenin.
Un reducido grupo de agentes de la Inteligencia
soviética, ya dentro de Berlín —cuatro hombres y una joven y bella mujer—
tocaron a la puerta de Oskar Vogt y no tuvo otra alternativa que entregar el
tesoro que escondía.
Así, de manera rápida y clandestina, fueron
rescatados, custodiados y regresados a Moscú aquellos diminutos restos del
líder soviético, para completar el «rompecabezas» en que se trocó su luminoso
cerebro y que logramos ver el fotógrafo Reinaldo González y el autor de este
trabajo en su depósito definitivo en Moscú, el Instituto de Investigaciones del
Cerebro, en el invierno de 1979, como enviados especiales de Juventud Rebelde.
A cien años
Sobre las causas del fallecimiento de Lenin hay
distintas versiones. Unos plantean que murió de neurosífilis, transmitida por
una «activista» de amor libre. Otros que falleció porque la supuesta enfermedad
venérea fue tratada con arsénico en dosis demasiado altas, y hasta se comentó
que su muerte la originó un factor genético heredado de su familia por la
mutación irreversible del gen NT5E, que interviene en la ruta metabólica del
calcio, lo que por una excesiva calcificación, le convirtió parte de su cerebro
en una «piedra».
Los médicos soviéticos en su informe señalaron que tal obstrucción dio lugar al
surgimiento gradual de los cuatro infartos o isquemias cerebrales que sufriera.
El primero, en mayo de 1922. Los médicos le exigieron que no leyera ni
escribiera, y hablara solo lo necesario, y él afirmó: «¡Pero no me pueden
prohibir que piense!». El segundo, en diciembre de ese mismo año, le paraliza
el lado derecho del cerebro y tiene que retirarse de la actividad política. Por
el tercero, en marzo de 1923, queda postrado en cama, sin poder escribir ni
hablar. Y el último le causa la muerte, a las 18:50 horas de Moscú, el 21 de
enero de 1924, en la localidad de Gorki.
En 1970, en el centenario del natalicio de Lenin, se
retomó el trascendental asunto. Mijail Suslov, entonces miembro del Buró
Político del PCUS, encargado de la conmemoración, ante versiones periodísticas
extranjeras falsas sobre las verdaderas causas de la muerte de Vladimir Ilich y
de su real enfermedad, encomendó a Eugenio Chazov, entonces ministro de Salud
de la URSS, la tarea de esclarecer definitivamente el tema.7
Chazov, en su libro Salud y poder, expresaría:
«Nuestra primera dificultad fue encontrar en 1970 materiales vinculados con ese
importante tema. Se me autorizó a consultar cualquier archivo y resultó que
después de 1924 (año de la muerte de Lenin) relativamente pocos científicos se
interesaron por tales testimonios o documentos. Y en realidad hallé lo que
buscaba donde no imaginé que estaría: en el Instituto de Marxismo-Leninismo de
la URSS, ubicado en Moscú. La información la custodiaba una leal mujer, ya anciana,
que con gran celo guardaba los materiales imprescindibles para cumplir la
compleja misión asignada. Ella se asombró de que luego de tantos años alguien
acudiera en busca de unos datos y materiales como los que ella guardaba, en un
viejo armario de madera, un sitio especial del referido instituto, apenas
frecuentado.
«Allí hallamos los diarios de los médicos y
enfermeros que atendían a Lenin durante su enfermedad, las historias clínicas
de su evolución y hasta los preparados histológicos adecuadamente conservados
del estudio de los vasos sanguíneos cerebrales, realizados después de su
fallecimiento. De esta forma se pudieron constatar las causas verdaderas de su
muerte.
«Me impactó mucho saber que Lenin en la recta final
de su enfermedad, luego del atentado y sus dolorosas secuelas, llegó a estar
inválido totalmente; había perdido el habla, la capacidad de leer y escribir y
se convirtió en un ser humano incapaz de vivir sin ayuda. Humanamente era muy
duro para sus familiares —y en especial para su esposa, Nadezhda Krupskaya—
verlo postrado.
«Lo anotado en los materiales encontrados, lo
entregué a los más importantes científicos del país encargados de verlos y
analizarlos, entre ellos a los académicos en Medicina y neurociencias E. V.
Schmidt, A. I. Strukov y S. Sarkissov. Todos confirmamos que Lenin murió por
una severa arterioesclerosis de las carótidas que le provocaron sus cuatro
infartos cerebrales, el último de los cuales fue el definitivo.
«Comprobamos que una de las carótidas (yugulares)
fue obstruida por la compresión o apretamiento de un hematoma que se formó
después de la herida por el balazo recibido en el atentado que sufrió, que no
pudo ser eliminado a tiempo. No se encontró ninguna evidencia de lesiones
sifilíticas de ningún tipo. Nuestras conclusiones, en aquel año 1970, fueron
suscritas igualmente por el ministro de Salud Pública de la URSS en ese año, B.
V. Petrovsky». La memoria del hombre que inauguró una nueva época mundial,
estaba limpia de calumnias e infamias.
Por
LUIS HERNÁNDEZ SERRANO/Juventud Rebelde
No hay comentarios.: