Atravesando San Cristóbal norte a bordo de una silla de ruedas

BOGOTÁ (5 Agosto 2014).- José Fernando Bohórquez vive en el barrio San Cristóbal norte, ubicado en la localidad de Usaquén, y tiene 39 años. La calle en la que reside está ubicada en la carrera 8H Bis con calle 162 y es una de las vías que fueron priorizadas hace dos años, pero que aún no han sido arregladas.

Cuando apenas era un niño lo llevaron a que le pusieran la vacuna del polio, pero nadie le dijo a sus padres que a un niño con fiebre no se le debe aplicar, pues puede correr el riesgo de padecer esta enfermedad, que hasta ha afectado a presidentes como Franklin D. Roosevelt.

Y así fue como, por una enfermera despreocupada, terminó condenado a una silla de ruedas de por vida. Sin embargo, José cuenta que estar allí no es del todo malo. “Esto tiene sus ventajas. Yo por ejemplo nunca hago filas en los bancos o en las clínicas y si entro a un TransMilenio en hora pico, me abren campo, a veces a la fuerza, pero me lo abren”, dice.

Este artesano, que vive de las redes de mercadeo y de los productos que logra vender, ha vivido casi toda su vida en San Cristóbal norte, y así como conoce cada una de sus cuadras, también sabe dónde están los huecos que debe esquivar.
Apenas sale de su hogar se encuentra con una calle destapada por la cual no puede bajar, por lo que avanza por el andén, que en realidad es la suma de varios desniveles. “Aquí todo el mundo hizo su pedacito de acera sin tener en cuenta cómo lo había hecho su vecino y gracias a eso, me toca casi que saltar cada metro”, le contó Bohórquez a EL TIEMPO ZONA.

Mientras que en casi ninguna cuadra hay rampas que permitan el fácil acceso a bordo de estas sillas, el estado de los sardineles es un verdadero vía crucis, ya que son muy altos, o algunos están en mal estado, lo que pone en peligro la vida de personas como José Fernando.

Así como están los huecos, llegan los accidentes. “Uno de esos días que iba a comprar las cosas del día, me tocó pasar por el hueco que queda justo en la esquina del Surtimax de San Cristóbal y en menos de lo que pensé, terminé en el piso, casi que expulsado de mi silla. Fue tanta la cosa, que a la gente que pasaba por aquí le tocó ayudarme a levantar. Casi me mato”, comentó José Fernando, que a pesar del susto, no se ha vuelto a caer.


Por ahora, él espera que cuando arreglen las vías priorizadas en los cabildos participativos de 2012, alguien se acuerde de hacerles mantenimiento a los andenes para que personas como él no tengan que vivir experiencias extremas si quieren salir a vivir en comunidad.

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