(2 Septiembre 2014).- Hace solo unas semanas se cumplían 26 años de su
muerte. Hoy, sin embargo, celebramos su vida. Ramón Valdés cumple 90 años
haciéndonos reír. Porque sigue vivo. En cada risa que nos roba con sus clásicas
frases “no te doy otra, nomás”, “si serás” y “con permisito, dijo Monchito”
cuando vemos alguna repetición de “El chavo del ocho”. Y sé que sigue vivo
porque, en este domingo laborable en el que escribo esta nota, puedo decir con
absoluta seguridad que no hay trabajo malo. Lo malo es tener que trabajar.
Es conocido que Don Ramón era una extensión de Ramón
Valdés. Que Chespirito, cuando lo llamó para formar parte de la vecindad, le
dijo “sé tú mismo”. Y así fue. En la ficción, como en la vida real, hizo de
todo para ganarse unos pesos y así intentar pagar los 14 meses de renta que
debía al señor Barriga. Fue torero, boxeador, peluquero (¡fígaro, fígaro!),
zapatero, carpintero, vendedor de churros, globos y confeti, lechero, fotógrafo
y agente especializado en compra y venta de artículos para el hogar (porque ya
nos aclaró que no es ropavejero).
Por cien pesos era capaz de hacer hasta de Sophia
Loren, no era vengativo porque la venganza “mata el alma y la envenena” y
siempre recibía cachetadas de la vieja chancluda. Soportaba heroicamente las
arremetidas del Chavo y Quico preguntándose si son así de brutos o si están
haciendo méritos. “¿Y luego por qué les pega uno?”, era la pregunta que les
hacía.
Después de cada cachetada se desquitaba con su
sombrero y estuvo a punto de casarse con La Bruja del 71 en un sueño. Estuvo,
para que lo sepan, nueve años en el colegio. “Ocho años en primero y uno en
segundo”.
Familia
talentosa
Ramón Valdés, el de la vida real, pertenecía a una
familia acomodada y tenía ocho hermanos. Se casó tres veces y tuvo 10 hijos,
aparte de la Chilindrina. “Tenía mi foto junto a las de cada uno de sus hijos”,
reveló hace algunos años la actriz María Antonieta de las Nieves.
Querido por todo el elenco de “El Chavo del Ocho” a
pesar de su carácter peculiarmente despreocupado, nada volvió a ser igual
cuando decidió dejar el programa. Rafael Valdés, su hijo, lo explicó así: “Lo
escuché decir que al último no trabajaban muy a gusto. Se fue rompiendo el
engranaje con la salida de Quico y luego con la de mi papá”, manifestó.
Sus
últimos días
Luego de su retiro se dedicó a hacer giras por
Latinoamérica y el Perú fue el último país que visitó. Incluso grabó un
comercial de turrones. Luego la cosa se complicaría: sufrió una lesión en la
columna, en la parte posterior de la cadera. Luego se le detectó cáncer de
estómago.
En el Perú los canales cortaron sus transmisiones
para anunciar su muerte. María Antonieta de las Nieves fue llevada de
emergencia al enterarse de la noticia y fue la única vez en su carrera que
canceló una función. Édgar Vivar y Rubén Aguirre fueron los únicos que pudieron
estar en su velorio, además de muchos seguidores.
Sus rabietas, sus huidas, los golpes, las
ocurrencias y su carisma continuarán en el recuerdo colectivo no solo de
nuestra generación, sino de hasta tres generaciones que disfrutaron del talento
de Ramón Valdés. Son 90 años y seguimos riendo con Don Ramón.
Participó
en más de 50 películas
La carrera cinematográfica de Ramón Valdés fue muy
prolífica, aunque poco reconocida. Quizá porque en el séptimo arte no había
sitio para dos Valdés: su hermano Germán, el extraordinario Tin Tan, fue uno de
los más grandes comediantes de la historia del cine mexicano (en realidad, del
cine a secas) y hasta hoy su figura sigue siendo venerada por todo el mundo.
Ramón trabajó en más de 50 películas, comenzando al
lado de su hermano en cintas como “Calabacitas tiernas” (1948), la
extraordinaria “El rey del barrio” (1949) y “Dios los cría” (1953). En esa
época, el cine mexicano era una industria muy poderosa, y la cantidad de comedias,
melodramas y cintas de otros géneros que se producían era muy importante. En su
vena cómica, el cine mexicano se caracterizaba por su picardía, por mostrar a
personajes con mucha calle que, de una u otra manera, deben engañar para
sobrevivir.
El buen Don Ramón justamente se caracterizó por
hacer personajes secundarios de esas características: seres más bien
marginales, como pequeños delincuentes o estafadores que, acompañan o ponen en
aprietos al protagonista. Una marginalidad que es muy cara al imaginario del
cine mexicano: la idea de arribista, de aquel que aparente algo que no es ha
sido la base de las grandes comedias de época de oro del cine mexicano.
Y esa misma marginalidad es aquella que, tiempo
después, Valdés explotaría de la mano de Roberto Gómez Bolaños en “El Chavo del
Ocho”. La televisión era el formato de Ramón Valdés: el cine no le hizo
justicia a lo extraordinario actor que fue.
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