MADRID (14 Septiembre 2014).- En este trayecto de
redención del baloncesto estadounidense que comenzó en 2005 y que sólo tuvo un
inicial traspié (semifinales del Mundial de Japón), 63 victorias consecutivas
desde entonces, era en este 2014 cuando más grietas se le podían intuir al
proyecto, marcado por el sospechoso efecto dominó de sus renuncias y el
infortunio de la escalofriante lesión de Paul George. También por la
tradicional abulia con que los norteamericanos han mirado a los Mundiales:
hasta ayer nunca habían ganado dos seguidos. Y, sin embargo, qué forma de
despejar dudas ajenas, qué histórico equipo el que se paseó por España,
corroborando anoche en la final de los récords su insultante superioridad.
[Narración y estadísticas (129-92)]
Fue Serbia un pelele en sus manos, como lo fueron
antes el resto. Reivindicaron en la final su estupenda forma, resultó este
joven equipo de EEUU un digno y merecido campeón, trabajado con mimo por Mike
Krzyzewski como si fueran una prolongación de Duke, la Universidad donde sienta
cátedra.
15-0
en dos minutos
Competitivamente, la final duró 10 minutos, un
espejismo. Desde el ilusionante arranque balcánico que dejó desconcertados a
los americanos, hasta la fulminante respuesta que liquidó el asunto. Casi tan
sorprendente una cosa como la otra. Del 7-15 sin fallo serbio, todo canastas en
la pintura, al 35-21 con el que finalizó el primer acto, con un parcial de 15-0
en tan solo dos minutos, que coincidió con el paso de Teodosic por el
banquillo.
El huracán desatado sobre el Palacio fue una
delicia, violento por su velocidad y suave por la elegancia con la que Harden o
Irving herían. Especialmente asombroso lo del base de los Cavaliers, con
diferencia el mejor jugador de la final y seguramente del torneo, 15 puntos en
ese trayecto, seis triples sin fallo para acabar, un despliegue para recordar y
una invitación a temer lo que puede suponer para la NBA el trío que a partir
del próximo curso formará con LeBron James y Kevin Love en Cleveland.
Serbia, que por su descaro y determinación en el
amanecer había parecido una reencarnación de la España de las finales
olímpicas, quedó grogui ante semejante vapuleo. Era imposible contener ese
torrente de baloncesto, penetrar en esa defensa de manos fugaces, detener su
ofensiva cuando además afinaban su acierto (11 triples al descanso). La
distancia se disparó hasta los 31 puntos (67-36), mientras Tom Thibodeau,
entrenador de los Bulls, asistente aquí, se desgañitaba en la banda pidiendo
(más) tensión defensiva.
Otros
cielos
Con menos estrellas, pero seguramente más
concienciados, la versión 2014 del USA Team ha resultado una dignísimo
descendiente del Dream Team, unos herederos más solventes incluso que hace
cuatro años en Turquía. No han pasado ni un apuro a lo largo del torneo, todo
palizas en su camino hacia el oro. Si la selección española hizo pensar en
algún momento que las distancias se habían reducido, ayer dejaron claro que
siguen habitando otros cielos.
La segunda parte sólo le sirvió a Serbia para
intentar evitar el escarnio. Djordjevic ordenó endurecer el juego e incluso
algún conato de incendio hubo, pero ni siquiera en esas tentaciones han caído
los jovenzuelos de Coach K, adiestrados con la disciplina militar de quien
instruyó en West Point.
La noche se quedó para imaginar lo que podría haber
sido con España aquí, desangelado el Palacio, rabioso gritando contra Orenga, y
para engordar los números de esos genios llamados Irving y Harden (49 entre la
pareja). Para deparar finalmente un marcador histórico, disparado hasta los 129
puntos, la segunda anotación más alta en la final de un Mundial.
Por
LUCAS SÁEZ-BRAVO/El Mundo
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