BARCELONA (7 Diciembre 2014).- Quizá tenga poco
sentido referirse a justicias poéticas en el deporte profesional. Siempre habrá
un argumento rotundo para justificar el alborozo de unos y la desgracia de
otros. Y quizá no haya elemento más desestabilizador en el fútbol de hoy en día
que Leo Messi, capaz de corromper por sí solo un deporte colectivo y hacer de
su duelo con Cristiano una disciplina en sí misma. Poco importó que el
Barcelona no tuviera plan de juego durante todo el primer tramo o que Luis
Enrique quedara por momentos en evidencia con la pizarra ante Sergio González.
El derbi duró cuanto quiso La Pulga para tormento del Espanyol, que sumó un gol
y dejó escapar otros dos antes de que, a un suspiro del descanso y cuando los
blanquiazules divisaban ya la primera orilla, Messi impusiera su dictadura. El
resto ya sería coser y cantar.
Le costará olvidar al Espanyol lo ocurrido en la
destemplada tarde de Barcelona. Desde que aquella resplandeciente calva de De
la Peña reclamara el foco en el último triunfo blanquiazul en el Camp Nou (21
de febrero de 2009), toda emoción en el derbi había quedado recluida en los
libros de historia. Desde entonces, los pericos no habían conseguido marcar un
solo gol en territorio azulgrana. De ahí que el gol inaugural de Sergio García
llevara consigo ese aroma a extraordinario. Aún más tras atender a ese 5-1
final que nadie habría sido capaz de augurar tras lo visto en el primer tiempo.
Comencemos por el principio. Mejor dicho, por esas
preocupantes disfunciones que hacen del Barcelona un equipo tan camaleónico.
Sergio Busquets, tal y como ocurrió en Valencia, perdió un balón en el centro
del campo. Quizá Caicedo cometiera falta en su acoso, pero el mediocentro pagó
ese exceso de confianza que últimamente le juega malas pasadas. A la contra,
quien quedó retratado fue Piqué. Sergio García corría hacia adelante, el
central lo hacía hacia atrás como si pretendiera llegar hasta la Diagonal
mientras al delantero se le abrían los mares. Con la puerta abierta de par en
par, al capitán blanquiazul le bastó con un pequeño quiebro y un latigazo para
apuntarse el primer gol de su carrera ante su ex equipo.
El tanto del Espanyol dejó al Barcelona atolondrado.
Atosigado en el embudo central, ni se ocupaban las bandas, ni se interpretaban
los espacios, ni Luis Enrique lograba descifrar el planteamiento táctico de
Sergio González. Y eso que la única variante del capataz del Espanyol respecto
a su dibujo habitual consistió en escorar a Víctor Sánchez a la izquierda para
doblar la posición de lateral y contener cualquier actividad de Messi por el
carril. Aunque arrastrar al argentino al centro acabaría costándole al Espanyol
una visita a la cámara de tortura cuando tan cerca estaba de cambiar su suerte
en los derbis.
Tendrá tiempo la hinchada blanquiazul de maldecir
dos jugadas de las que no se olvidan. La primera, un contragolpe de Caicedo,
propiciado otra vez por una pérdida de Busquets, y que Sergio García no acertó
a coronar. La pésima defensa en transición del equipo de Luis Enrique
permitiría también que Víctor Sánchez ganara la espalda de Alves para plantarse
solo ante Bravo. Un mal control, unido a la traza del meta chileno en los
duelos al sol, impediría al Espanyol derribar una puerta que se le acabaría
cayendo encima.
No veía más salida el Barcelona que buscar a Messi
al precio que fuera. Una premisa que atendió a la perfección Jordi Alba, que
mantiene su exultante momento de forma. Y el argentino, que ya había asomado
con un disparo de falta al larguero, tuvo a bien concluir una jugada iniciada
precisamente por el lateral zurdo. Casilla sólo pudo dirigir la mirada hacia el
balón después de la fenomenal rosca de La Pulga desde la frontal a un minuto
del descanso.
Pese a que no fue más que el empate, los brazos
caídos y la mirada perdida de los futbolistas del Espanyol camino del vestuario
ejercieron de spoiler. Porque ya no habría más noticias de los hombres de
Sergio González en toda la tarde, zarandeados con violencia en el amanecer de
la reanudación. Eric, que sustituía a Colotto en el eje defensivo, estuvo a
punto de jugarse la expulsión por una carga a Neymar fuera del área. Apenas
había pestañeado el Camp Nou y Messi, tras apoyarse en un Luis Suárez que
continúa priorizando el bien colectivo, ya estaba tirándole un caño a Fuentes
para volver a ajusticiar a Casilla. Todavía andaba el Espanyol tumbado en la
lona cuando Piqué remató a gol el gran córner botado por Rakitic.
Del tembleque se había pasado a la extrema placidez
en tiempo récord. Tarde idónea para que Luis Enrique concediera descanso a Luis
Suárez, Rakitic y Busquets, le diera carrete a Iniesta de cara al próximo duelo
frente al PSG, y para que Pedro, comprometido con la causa, se permitiera
embolsarse un gol. Pero si alguien debía firmar el desenlace del derbi con un
último tanto era Messi, que sigue encontrando el sol entre las tinieblas.
Por
FRANCISCO CABEZAS/El Mundo


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