WASHINGTON (18 Abril 2015).- Si los muros de la Casa
Blanca pudieran hablar qué no contarían. Pero conocedores de lo que pasa cada
día en el perímetro conocido como los 18 acres más famosos del planeta son
también los mayordomos, ujieres, cocineros, limpiadores y floristas (por citar
algunos) que cada día asisten a la primera familia de Estados Unidos. Y saben
hablar.
Aunque obedeciendo a una ley de silencio más propia
de épocas de Downton Abbey, los trabajadores de la Casa Blanca han ido
heredando generación tras generación el código de honor que, entre otros
episodios, permitió mantener en la esfera de lo privado la parálisis de
Franklin D. Roosevelt, al introducir, por ejemplo, en la sala a los invitados a
una cena cuando el presidente ya estaba sentado y su silla de ruedas fuera de
la vista de todos.
En una ciudad en la que todo el mundo cuenta dónde
trabaja antes incluso de pronunciar su nombre, el personal de la Casa Blanca
mantiene un bajo perfil, entre otras cosas porque es consciente de que
cualquier indiscreción puede costarles el puesto. En el libro de reciente
publicación La residencia, Kate Andersen Brower, periodista de Bloomberg News
que cubrió la Casa Blanca de Barack Obama durante cuatro años, ha recogido los
testimonios de más de 30 trabajadores de la residencia oficial que a lo largo
de los años han trabajado en ella desde el tiempo conocido como Camelot hasta
la llegada del primer hombre de raza negra al 1.600 de Pensilvania Avenue.
Ninguno está en activo, razón quizá por la cual
todos se han confiado a Brower. Algunos, como el mayordomo James Ramsey, no han
vivido para ver el volumen publicado. Todos sacrificaron sus vidas personales
para servir al presidente de turno y su familia. A pesar de su entrega y duro
trabajo, el personal de la residencia siempre queda fuera de la foto. “Hay una
regla no escrita que nos coloca en el fondo. Si hay una cámara, nosotros
siempre la evitamos pasando por arriba, por el lado o por donde podamos”, se
lee en el libro en palabras del ujier James W. F. Skip Allen, en nómina de la
Casa Blanca entre 1979-2004.
Capítulo tras capítulo en La residencia se cuenta
que el matrimonio presidencial favorito de los trabajadores de la Casa Blanca
fue el que formaban el primer presidente Bush y su esposa Barbara. ¿El que
menos? Uno que podría volver a ocupar sus muros tras las elecciones de 2016
pero con los papeles invertidos: el de los Clinton.
Bill y Hillary Clinton rozaban la paranoia y no
confiaban en los empleados. La pareja ordenó rehacer el servicio telefónico de
la Casa Blanca para evitar intermediarios y operadores. Brower apunta a que
quizá la razón por la que tanto el servicio como los Bush se sentían cómodos
era porque estos —a diferencia de los Clinton— habían vivido siempre con
empleados en sus hogares.
El escándalo de Monica Lewinsky desde luego no ayudó
a que en la Casa Blanca reinara la paz. Quizá uno de los relatos más jugosos
del libro es el que cuenta que Hillary pegó tan fuerte con un libro a Bill que
la cama se llenó de sangre y el presidente necesitó puntos de sutura. Aquellos
días tuvieron también un impacto en el servicio, que soportaba los arranques de
mal genio de la primera dama y las palabras malsonantes que se pronunciaba el
matrimonio o los prolongados silencios a los que se condenaba la pareja.
Hillary calmaba su ansiedad y tristeza ordenando al pastelero de la residencia
que le preparara bizcocho de moca. “Hice muchos pasteles de moca por aquel
entonces”, apunta Roland Mesnier (1979-2006).
Pero si hay alguien del servicio que vivió una
crisis nerviosa que obligó a su hospitalización ese fue Reds Arrington
(empleado entre 1946-1979), jefe de fontanería de los 18 Acres. Lyndon B.
Johnson quería en la Casa Blanca una ducha exactamente igual a la que tenía en
su casa de Washington, que básicamente consistía en un chorro de agua muy
fuerte pero con dos derivadas, una manguera que apuntara a la altura de su pene
—que él apodaba Jumbo— y otra a su trasero. El agua debía de adquirir una
temperatura muy caliente.
El 36º presidente de EE UU, el hombre convertido en
defensor de los derechos civiles pero que una vez le dijo a su chófer negro que
hiciera “como si fuera una pieza más del mobiliario”, tuvo cinco años
trabajando en el artilugio a Arrington, lo que acabó por llevar al hospital a
este último. Cuando Richard Nixon ocupó la Casa Blanca miró perplejo el invento
y dijo: “Desháganse inmediatamente de eso”.
A los Kennedy se los adoraba y Lady Bird Johnson
encontró muy difícil la tarea de reemplazar a Jackie. “Era como salir a escena
para un papel que nunca había ensayado”. Bush hijo se comportaba como uno
esperaría que se portara Bush hijo: jugando con el servicio, descolocando las
fotografías y haciendo que cazaba moscas con matamoscas invisibles cuando
pasaba al lado del staff.
La llegada de los Obama a la Casa Blanca marcó un
hito, no en vano a lo largo de su historia la mayoría de los empleados han sido
negros (en la actualidad 95 personas trabajan a tiempo completo y 250 a tiempo
parcial). En 2009, tras el baile de inauguración y cuando Michelle y Barack
Obama se disponían a pasar su primera noche en la Casa Blanca, Worthington
White se disponía a retirarse cuando oyó al presidente decir: “Lo tengo, lo
tengo, ya sé cómo funciona”. El mandatario se refería al equipo de música. “De
repente, comenzó a sonar Mary J. Blinge” (cantante negra de hip hop y soul),
explica White. Los Obama vestían ya ropa de estar en casa y comenzaron a bailar
al ritmo de Real Love.
“Fue un momento hermoso como no podría imaginar”,
dice White en el libro. “Apuesto a que nunca ha visto nada semejante en esta
casa”, le retó Obama. “Puedo decir sin faltar a la verdad que jamás escuché
ninguna [y resalta la palabra ninguna] canción de Mary J. Blinge en esta planta
de la Casa Blanca”.
Por
YOLANDA MONGE/El País.es
No hay comentarios.: