MADRID (14 Junio 2015).- Mucho se ha especulado
estas últimas semanas sobre los posibles fastos del primer aniversario de la
proclamación. Pero el Rey prudente, en el que parece haberse convertido Felipe
VI, ha renunciado a promover cualquier celebración que pudiera interpretarse
como un gesto ciego ante la crisis que aún impera en el país.
Así que el próximo viernes 19 de junio, día en que
se cumple un año del nuevo reinado o, más aún, del histórico relevo en la
Corona, el Rey de España cumplirá con su agenda ordinaria; una agenda que le
retendrá toda la semana en Madrid y que no incluye ningún acto oficial del
anterior Monarca, el Rey Juan Carlos -sí uno de Doña Sofía, quien presidirá una
entrega de Premios Sociales de la Fundación Mapfre-.
Eso sí, Felipe VI estará ese día en el Palacio Real
para presidir el acto de imposición de condecoraciones de la Orden del Mérito
Civil, donde pronunciará unas palabras. Y allí aprovechará, previsiblemente,
para lanzar un feliz y modesto recordatorio del día en que juró la
Constitución, por cierto, en una ceremonia también sobria en el Congreso,
seguida de un maratón de besamanos en el propio Palacio, sin siquiera invitados
extranjeros de por medio.
Un recordatorio feliz, porque el entorno del
Monarca, poco dado a efusiones, no oculta la satisfacción por el positivo
resultado que ha deparado la estrategia de lluvia fina desplegada por el nuevo
Rey en favor de la institución. Un recordatorio modesto, en todo caso, porque
esa misma estrategia se ha basado en no llamar la atención más de lo necesario
y, al mismo tiempo, estar presente en el mayor número posible de escenarios. Lo
que vulgarmente se llama perfil bajo.
El mismo que le llevó a ausentarse, ayer mismo, de
la boda del hijo menor de la Familia Real sueca. Normalmente, el Monarca
acostumbra a delegar en su madre, la Reina Sofía, o en su hermana, la Infanta
Elena, la asistencia a este tipo de eventos reales. Esta vez, sin embargo, la
boda real sueca competía con el 50 cumpleaños de la Infanta Cristina, quien
ayer reunió a parte de su familia -la Reina Sofía incluida- en Ginebra.
Golpe
de autoridad
Si no fuera por el golpe de autoridad propinado
estos días frente a su hermana la Infanta Cristina -a la que primero revocó el
uso del título de duquesa de Palma, y luego la desmintió sobre su pretendida
petición al efecto-, la prudencia de Felipe VI habría corrido el peligro de ser
confundida con falta de carácter. Y del mismo modo, de no ser por algunos
gestos elocuentes, como sus constantes visitas a Cataluña o su primer discurso
como Monarca en Gerona, la disciplina del primer Rey constitucional respecto
del Gobierno, con la que se ha distinguido de su padre -Don Juan Carlos iba más
por libre y llegó a criticar las «quimeras» independentistas-, le habría
llevado casi a desaparecer, como de hecho ocurrió en los momentos más tensos y
delicados, como fue el del desafío soberanista de Artur Mas.
Normalidad y trabajo: éstas son las dos palabras
preferidas por el entorno del Monarca para describir el contexto en el que
aspira a moverse el jefe del Estado. Una rutina de actos, audiencias, viajes y
despacho, apenas rota en este año para marcar significativas pautas de ruptura
con el pasado.
La primera, la prohibición a los miembros de la
nueva Familia Real de hacer negocios, cobrar comisiones o disfrutar de ventajas
crediticias. La segunda, el establecimiento de un estricto código de conducta a
los funcionarios de la Casa, y la rescisión del contrato al más polémico de
todos ellos, como fue el secretario de las Infantas, Carlos García Revenga. La
tercera pauta marcada por Felipe VI fue la de vincular al Estado la auditoría de
la gestión de su propia Casa.
Pero el Rey prudente y disciplinado, que casi
siempre lee con corrección largos y aburridos discursos, también rompe en
ocasiones importantes, como la de la entrega de los Premios Príncipe de
Asturias, en que se dirigió a los españoles, en medio de la creciente atmósfera
de corrupción y de crisis institucional, para hacer una llamada al rearme moral
de la nación.
Pero más allá de esto, el Rey no se ha permitido más
audacias y su prioridad ha sido la de no meter la pata. Un objetivo cumplido,
puesto que nadie le ha señalado ni un solo error; pero un objetivo
insuficiente, probablemente, ahora que el vuelco electoral y el atomizado
escenario político revierten las miradas hacia el árbitro constitucional. Tal
vez sea el próximo aniversario el que haya que celebrar.
Por
CARMEN RAMÍREZ-GANUZA/El Mundo
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