PLATEAU DE BEILLE, Francia (16 Julio 2015).- El
cambio brutal no cambia nada. A mediodia, en Plateau de Beille, donde los
pastores del Ariège presumen de sus vacas gasconas, que no se meten en la
carretera como las del Tourmalet, y las sirven convertidas en hamburguesas
-poco hechas-, junto con el embutido local, la temperatura alcanza los 35
grados. Se pueden freir huevos en el asfalto, el polvo se levanta al paso de
los coches acreditados, que aparcan en los prados.
A esa hora, Purito Rodríguez se cuece en los valles
que atraviesa el Tour, metido en el grupo de cabeza, discreto, sin derrochar
energías. Cuatro horas más tarde, la tormenta de relámpagos y granizo ha hecho
descender la temperatura diez grados.
La gente se pone de pantalón largo y luce
chubasquero. Se va la luz en algunos sitios y Joaquim Rodríguez, empapado por
la lluvia, suda camino de casa, muy cerca de Andorra, su lugar de residencia,
por el Plateau de Beille, uno de los puertos que mejor conoce, por donde se
entrena a menudo.
Cada curva le es familiar, las pendientes no le
sorprenden. Sabe que en la meta tiene el mejor premio, más allá del ramo de
flores y del podio. Le esperan su mujer y sus hijos, que se le tiran al cuello.
El cambio fue espectacular, e inesperado, pero las
nubes anunciaban tormenta. Vendrá una, y luego otra, auguraban los vecinos de
la zona, tocados con sus boinas vascas. Pero en la carrera no cambia nada. Vino
una tormenta, y luego otra, pero la temperatura sigue siendo la misma.
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