SANTO DOMINGO, República Dominicana (28 Enero
2016).- Yo Ramón González, fui testigo presencial a través de la televisión de la explosión en una
fecha como hoy hace 30 años, del Challenger.
Me encontraba en el Hotel Napolitano en el Malecón
de Santo Domingo, presenciando el Torneo Nacional de Ajedrez Masculino y
Femenino, en donde San Cristóbal tenía como participantes a la campeona nacional
Ana Esther Portes, a nuestro campeón nacional Yuan Eu Liao; al maestro nacional
Marcos Tulio Pérez y a los expertos nacionales Tony Adames y Papucho.
Por un momento salgo del salón donde se celebraban
las partidas situadas en el segundo nivel del Hotel y bajo a la recepción a
observar el lanzamiento del Challenger.
Todos, unos y otros estábamos atentos a este
acontecimiento en que por primera vez iba como tripulante una mujer, la
profesora Christa McAuliffe.
A los 73 segundos del lanzamiento de la nace al
espacio, todos reaccionamos estupefactos al ver como explotaba.
Lo
que dijeron los medios al otro día
El mundo que aquel verano contempló embobado el
mayor acontecimiento del siglo XX ya no era el mismo y el pasado esplendoroso
de la Agencia Espacial no tenía nada que ver con su desvaído presente. Reavivar
el fulgor de uno de los orgullos de la nación era la idea que subyacía en la
mente de Reagan cuando en plena campaña electoral de 1984 anunció el programa
“Un profesor en el espacio”.
La opinión pública había abandonado a la NASA y
ninguna manera mejor de recuperar la fe que humanizarse. En la próxima misión
espacial un ciudadano ordinario representaría a todos los americanos. Y quién
mejor para convertirse en un referente nacional que un maestro. La piedra
angular de cualquier sistema educativo.
La administración Reagan conocía a su
público. Y conocía la delicada situación económica y de imagen por la que
pasaba la agencia que en los últimos años había centrado todos sus esfuerzos en
un transbordador espacial que no había conseguido su principal objetivo:
convertirse en un autobús espacial que abaratase los costes de las misiones.
Un
profesor en el espacio
En 1985 y tras un proceso de selección entre más de
12.000 candidatos, el, por entonces vicepresidente de los Estados Unidos,
George Bush comunicaba al mundo el nombre del elegido: Christa McAuliffe. Una
profesora de historia de New Hamphsire de 37 años casada y con dos hijos de
seis y nueve años. Christa iba a impartir desde la nave una clase diaria de 15
minutos sobre el espacio, que sería retransmitida a todos los colegios
norteamericanos. Ella era la persona llamada a recuperar el orgullo espacial de
los americanos y velar por el presente y el futuro de la Administración
Nacional de la Aeronáutica y del Espacio.
Y como estaba planeado, la simpática maestra
consiguió que los focos se girasen nuevamente hacía la NASA. No era la primera
mujer en viajar al espacio, Valentina Tereshkova en 1963 y Svetlana Savitskaja
en 1982 habían sido pioneras en la Unión Soviética. Y ni siquiera era la
primera norteamericana: Sally Ride había participado en otra misión del
Challenger en 1983. Pero sí sería primera civil y eso era suficiente para
estimular la ilusión del país. Otra vez una misión de un transbordador espacial
era atractiva para el público. En todo el país y sobre todo en las escuela se
seguían con fervor las andanzas preespaciales de Christa a quien se llamaba
“heroína ejemplar de América”.
La misión del transbordador era sencilla: poner en
órbita un satélite de comunicaciones, un trabajo rutinario llevado a cabo por
una nave que ya había viajado al espacio en nueve ocasiones. Pero eso era lo de
menos. Lo verdaderamente importante era demostrar la seguridad de los viajes
espaciales y hacer un lavado de imagen a la agencia. «Quiero desmitificar la
NASA y los vuelos espaciales», declaraba McAuliffe en aquellos días. Había
nacido una estrella.
Un
desastre inevitable
Pero los problemas no tardaron en llegar. Las malas
condiciones climatológicas obligaron a suspender dos veces el lanzamiento
provocando la impaciencia de la Agencia, de los patrocinadores y del público. Y
finalmente el 28 de enero, a pesar de que el clima seguía siendo adverso, la
Nasa aprobó el lanzamiento. A las nueve de la mañana los astronautas se
vistieron con sus monos azules y a las 11:38 tenía lugar una cuenta atrás que
sólo unos minutos antes había sido abortada por la presencia de placas de
hielo.
Lo que sucedió menos de un minuto y medio después lo
hemos visto mil veces y nos sigue impactando. El Challenger se transformaba en
una bola de humo y fuego ante la mirada de los familiares de los astronautas,
millones de espectadores y cientos de miles de niños desde las escuelas de todo
el país.
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