SAO PAULO (28 Octubre 2018).- El
ultraderechista Jair Bolsonaro, un exmilitar de 63 años nostálgico de la
dictadura, ha dejado claro desde el primer instante que comienza una nueva era
en Brasil. Inmediatamente después de ganar este domingo con un contundente
55,13% frente al 44,87% de Fernando Haddad, 55 años y del Partido de los
Trabajadores.
Bolsonaro se ha dirigido a sus compatriotas por Facebook, ha rezado
con su familia y ha comparecido en televisión sin mencionar a su adversario.
Concluye una campaña marcada por la tensión, la desinformación en las redes
sociales y, sobre todo, por las actitudes antidemocráticas de Bolsonaro.
Sus
amenazas y diatribas abocan al mayor país de América Latina a la incertidumbre
y refuerzan el auge de la ultraderecha en todo Occidente.
Con ese
estilo de hombre duro que llama a las cosas por su nombre que tanto triunfa en
estos tiempos (véase al estadounidense Trump, el húngaro Orbán, el ruso Putin,
el filipino Duterte, el turco Erdogan…), este capitán nostálgico de la
dictadura, en la reserva desde finales de los ochenta, ha logrado capitalizar
la indignación que embarga a buena parte de los brasileños, el desencanto con la
clase política de toda la vida, la rabia ante una corrupción que carcome a
todos los partidos; un hartazgo generalizado del que Bolsonaro se ha
aprovechado, presentándose como un ejemplo de limpieza.
Y símbolo
del cambio, algo paradójico en vista de que lleva siete legislaturas como
diputado en Brasilia. Sus alabanzas públicas a la dictadura (1964-1985) y las
amenazas a sus adversarios políticos generan auténtico miedo en el Brasil
progresista y honda preocupación en el Tribunal Supremo.
“Todos
juntos vamos a cambiar el destino de Brasil”, ha dicho el ganador de los
comicios a sus ocho millones de seguidores en Facebook. “No podemos seguir
coqueteando con el socialismo, con el comunismo, el populismo o el extremismo
de izquierda”. El futuro presidente ha asegurado, ya ante la televisión ante su
casa en Río de Janeiro, que su Gobierno será “constitucional y democrático”.
Su rival,
Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, siempre en segundo plano en
esta tensa, polarizada, sucia y violenta campaña, pese a ir recortando la
ventaja no ha logrado atraer a suficientes brasileños a su planteamiento de que
esta era una elección entre dictadura y democracia. “Hay muchas personas con
miedo y angustiadas en los últimos días. No tenemos miedo. Estamos aquí con las
manos unidas y con coraje”, ha afirmado tras la derrota sin felicitar al
vencedor.
La
declaración hecha por el presidente del Supremo tras depositar su voto en
Brasilia da también idea del terreno en el que se ha movido esta elección: “Hay
que garantizar la pluralidad política y respetar la oposición que se formará”,
ha declarado el juez Dias Toffoli, tras recordar que el presidente electo
tendrá que respetar las instituciones, la democracia y el poder judicial.
Pero para
muchos brasileños desencantados y ansiosos de un cambio profundo, Bolsonaro es
un regalo caído del cielo. Es más o menos lo que le ocurrió a Patricia Miranda,
de 46 años: “Le pedí a Dios que mandase un candidato. Y Bolsonaro llegó en el Facebook”.
El ultraderechista se convirtió en un fenómeno político siguiendo el libreto
nacionalpopulista ultraconservador resumido en su lema “Brasil por encima de
todo, Dios por encima de todos”.
Cambio.
Esperanza. Son las dos palabras que repetían los que salían de votar a
Bolsonaro en el colegio Santo Agostinho de São Paulo, convertido en colegio
electoral para brasileños empadronados en otras regiones y de paso por la
ciudad. “Tenemos la esperanza de que pueda ocurrir algo nuevo, un presidente
que haga algo por el país”, declaraba Edeuzina Maehler, comerciante jubilada de
67 años. Votó por Bolsonaro, al que alaba como “un hombre de familia, una
persona de bien”.
Precisamente
para frenar ese cambio, la médica Sayoné Andrade de Moura, 32 años, de Salvador
de Bahía, cambió la guardia dominical para depositar su papeleta por “la
izquierda”. Tras seis años sin votar, ahora lo consideraba esencial: “Tengo
miedo a revivir el periodo más oscuro de nuestra historia”, explicaba la mujer
vestida con una camiseta con el lema “Lute como uma garota” (Pelea como una
chica), que popularizó la número dos de Haddad, Manuela D’Avila.
El ganador
tendrá que gobernar con un Congreso indomable de 30 partidos encabezados por el
grupo del Partido de los Trabajadores (PT) con 57 diputados y el del Partido
Social Liberal (PSL), de Bolsonaro, con 52, aunque este tiene más potenciales
aliados.
El ultraderechista ha encandilado a los mercados con sus promesas de
privatizaciones en un país con un inmenso y rígido sector público gracias en
buena medida a su gran asesor económico y futuro ministro de la materia, Paulo
Guedes, doctorado en la Universidad de Chicago, cuna del ala dura del
liberalismo económico moderno. No está tan claro que los generales que le
acompañarán en el Gabinete sean tan entusiastas de esos planes.
Brasil ha
votado inmerso en una inédita crisis política, económica e institucional. Los
últimos años han sido especialmente convulsos. La política ha ido de sobresalto
en sobresalto mientras la economía entraba en un periodo de recesión
(2015-2016) del que empieza a recuperarse débilmente. Dilma Rousseff, heredera
política de Lula, fue reelegida presidenta por la mínima en 2014 para un
mandato que es recordado por sus errores en materia económica (que agravó una
situación ya difícil por la crisis mundial) y que terminó abruptamente en 2016
con un tormentoso proceso de impeachment al hilo de un presunto delito
electoral. Le sucedió Michel Temer, del Movimiento Democrático Brasileño, que
seguirá en la presidencia hasta fin de año, y que también se ha visto salpicado
por varios escándalos de corrupción.
El país ha
dejado atrás la recesión, pero está lejos de entrar en la recuperación con
firmeza. Si hace 10 años crecía al 7% y hace solo cuatro años presumía de pleno
empleo, ahora tiene casi 13 millones de desempleados, un 12,1%.
La campaña
de esta elección será recordada porque los jueces cortaron en seco el intento
del encarcelado Luiz Inácio Lula da Silva de regresar a la presidencia de
Brasil por tercera vez, porque Bolsonaro fue apuñalado por un loco que actuaba
“por órdenes de Dios”, según le dijo a la policía, lo que le llevó tres semanas
al hospital, y por las diatribas que profirió antes y después de ese suceso.
“Vamos a barrer del mapa a los bandidos rojos. O van presos o marchan al
exilio”, proclamó hace una semana en una arenga a miles de seguidores en São
Paulo retransmitida por Facebook desde su casa de Río, donde se refugió durante
la convalecencia. “El error de la dictadura fue torturar y no matar”, declaró
en una entrevista en 2016. Su número dos, Hamilton Mourão, propuso abiertamente
el pasado septiembre encargar a unos notables una nueva Constitución. “Una
Constitución no precisa ser hecha por los representantes electos del pueblo”,
dijo este general que se retiró de las Fuerzas Armadas en febrero. Bolsonaro
rechazó la propuesta y dijo que defiende “el voto popular”.
La seguridad
debe ser según Edelzina Maehler, 67 años, comerciante jubilada, la prioridad
del próximo presidente. Es un sentimiento compartido entre los bolsonaristas
como ella. El ultraderechista propone recetas de mano dura como flexibilizar la
venta de armas a particulares para atajar el aumento de asesinatos, que sumaron
los 64.000 en 2017, incluidos 5.000 civiles muertos por disparos de agentes de
policía. Ha levantado ampollas en ciertos sectores su propuesta de dar
inmunidad a los policías que maten a supuestos delincuentes mientras están de
servicio.
Por NAIARA GALARRAGA
GORTÁZAR (ENVIADA ESPECIAL)/El País
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