LA NOCHE EN QUE UNA “ENORME CAJA DE MUERTO” NOS CRUZÓ MONTADA EN UN MOTOR A ORILLA DEL LAGO ENRIQUILLO
![]() |
Emiliano Reyes Espejo |
¡Zaaafa!,
expresó Fondeur un poco espantado. Dio un acelerón al vehículo que
conducía de regreso a la capital. Nos
desplazábamos cerca de la medianoche por la vieja carretera que bordeaba el
Lago Enriquillo, de regreso de Jimaní, en la zona fronteriza.
-¡Diaaablo! ¿Y qué es esto? ¿Viste eso? Jesús magnifico
ni mameo, esas gentes están locas”, expresó mientras continuaba acelerando.
Miré para el
otro lado y no atiné a ver nada. La noche nos arropaba con espesa oscuridad y
reducía al mínimo la visibilidad del entorno. Como se dice popularmente, “no
nos veíamos ni las palmas de las manos”. Apenas alumbrábamos el trillo de la
carretera con la luz de la camioneta.
-“Vámonos
rápido de aquí, esto no me pinta para nada bien”, expresé.
Hacíamos el
periplo de retorno a Santo Domingo por la vieja carretera trazada a lo largo de
la orilla del Lago Enriquillo.
Después de
realizar un agotador recorrido por la frontera como reportero acompañando al
dirigente reformista Luis Toral, la noche nos atrapó en Jimaní. Habíamos tomado
la decisión de dormir en el vehículo para regresar temprano del día siguiente,
en razón de que habíamos diligenciados dormitorios donde quedarnos y no encontramos. Los pocos que existían ya
estaban ocupados por mercaderes y políticos que visitaban estas comunidades.
Eran los
intensos meses del año 1990. A solicitud de un amigo y mi jefe en la
institución donde laboraba como encargado de prensa, Diógenes Rodríguez, recorríamos
la zona fronteriza para realizar trabajos periodísticos como apoyo alternativo
al dirigente político Toral, pese a éste tener un excelente equipo de prensa.
El recorrido
cubrió a Jimaní, Duvergé, Neyba y otros pueblos de la zona. En Bahoruco hicimos
una parada en Villa Jaragua, en la finca a orilla del lago propiedad del
senador Luis José González Sánchez -“Putico”- donde disfrutamos de un excelente
menú, atenciones y de un paisaje cuasi paradisíaco, colmado de uvas y otras
frutas tropicales.
Cuando llegó
la noche decidimos quedarnos en Jimaní. Para no regresar de noche, acordamos
entonces dormir dentro del vehículo que estacionaríamos en un lugar seguro.
Pero luego
cambiamos de planes. – ¿Tú eres como yo?, vámonos para la capital”, me planteó
Fondeur. Le dije que ya era un poco tarde y que era mejor que nos aguantáramos.
-“Está bien,
nos quedamos y nos vamos temprano, en la madrugada”, asintió.
Realizamos
un recorrido nocturno por diferentes lugares de la comunidad. La gente en estas
zonas acostumbra a acostarse temprano. Nosotros decidimos a hacer lo mismo,
pero en el vehículo. Un inesperado ataque de mosquitos que susurraban
insistentemente en nuestros oídos, y ante la incomodidad del vehículo, hizo que
nos arrepintiéramos de quedarnos.
-“Vámonos
para la capital-, nos dijimos. –No, no, esto aquí no lo aguanta nadie,
vámonos”.
Dicho y
hecho. Nos encomendamos a Dios y salimos. Cogimos por el trayecto de Galván
y Tamayo para salir al Cruce de Vicente
Noble y enfilar para la capital.
Las cosas
comenzaron mal
Las cosas no
comenzaron del todo bien ese día. Cuando íbamos para la zona fronteriza, en la
carretera Azua-Barahona, una de las
yipetas de la escolta de Toral soltó un neumático en plena subida de “El Número
de Azua”. De regreso además corrimos el riesgo de quedarnos en el camino porque
andábamos “corto de gasolina”.
La primera
reunión se llevó a cabo en el municipio cabecera de la provincia Bahoruco,
Neyba. Al terminar este encuentro salimos para la casa de Luis José González
Sánchez, en Villa Jaragua, a cuyo lugar debíamos llegar antes que Toral, lo que
nos ponía bajo presión.
Íbamos a
gran velocidad y en una curva muy cerrada se nos “barrió” la camioneta. Ante el
casi viraje, exclamé: -“Hay mis hijos, Fondeur tú me quieres matar, baja la
velocidad o me bajo aquí mismo”. Fue el primer susto en el trayecto de Neyba a
Villa Jaragua.
Luego en
Jimaní pasamos el segundo susto. No
había gasolina en el pueblo y la camioneta casi en reserva. Por suerte nos
dieron un par de galones de una planta eléctrica de un dirigente reformista.
Diógenes,
nuestro mentor, nos dio dinero para llenar el tanque en Neyba. Putico, Senador
de la Republica y dueño de la estación de combustible en esa ciudad, le había
dicho a éste: -“No es necesario, no te preocupes, que yo autorizo que le echen
gasolina en mi bomba”.
Cuando
llegamos a la estación de gasolina, “Putico” le dijo al operador: -“Échale 3
galones”. Fondeur, que escuchó, ripostó:-“Llénale el tanque, que nosotros no
andamos pidiendo, échale los 3 galones
al carro del senador, a ver si es bueno”.Por poco se arma un lio.
El regreso
De regreso
todo iba normal hasta que, cuando nos desplazábamos en la carreta a orilla del
Lago Enriquillo, Fondeur divisó a lo lejos un punto blanco de una luz
desfalleciente que avanzaba delante de nosotros en medio de la oscuridad.
-¿Y qué es
eso que se ve allá?, expresó, al tiempo que aceleraba el vehículo para
alcanzarlo. Mientras más aceleraba, más lejano se veía el pequeño objeto que
avanzaba en la oscuridad. Eso nos inquietó bastante, ya que lo que era iba muy
rápido.
Por fin lo
alcanzamos. Eran dos hombres en una motocicleta que llevaban una enorme “caja
de muerto” en sus cabezas.
-“Viste
eso”, me dijo Fondeur, quien a seguidas comenzó a rezar un “Padre nuestro” en
voz alta, se persignó y atinó a
exclamar:
-¡Zaaaaffffaaa!!!.
En principio
no logré reconocer el objeto que avanzaba delante de nosotros. Observé
detenidamente mientras nos acercábamos y comprendí entonces el porqué del susto
de Fondeur. Inicié mis propias oraciones.
-“Dios
santo, ¿y qué es esto?”, expresé entre susurros.
-“Que la virgencita
de La Altagracia nos ampare…vámonos rápido de aquí”, señaló de nuevo Fondeur,
quien dio otro acelerón al vehículo de tal manera que llegamos sino de un
salto, en un santiamén a la capital, rondando ya las cuatro de la madrugada.
Por EMILIANO REYES
ESPEJO
El autor es
periodista
No hay comentarios.: