COLOQUIO SOBRE LA REELECCIÓN PRESIDENCIAL CON ZOVATTO, RAMÍREZ-IRÍAS Y MONTANER
Voltaire nos
advirtió que es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran. En
Europa, los primeros ministros –excepto en Francia, que es un cargo no
electivo– pueden ser reelegidos indefinidamente en la medida en que sus propios
partidos confirmen sus liderazgos y en la medida en que la gente los vote. Y
dentro de esta línea de pensamiento concluyen que en estos países nadie habla
de que hay un peligro antidemocrático. Lo verdaderamente antidemocrático es la
reelección indefinida, no su prohibición.
Definamos
qué entendemos por reelección en un sistema presidencial, para evitar
confusiones. La reelección es el derecho de un ciudadano (y no de un partido)
que ha sido elegido y ha ejercido una función pública con renovación periódica
de postular y de ser elegido una segunda vez o indefinidamente para el mismo
cargo: titular del Ejecutivo.
La
reelección puede estar permitida o prohibida en términos absolutos o relativos
y, como tal, da lugar a cuatro fórmulas principales y a una variada combinación
entre ellas: 1) reelección indefinida; 2) reelección inmediata y prohibición de
la reelección para períodos siguientes; 3) prohibición de la reelección
inmediata y autorización de la reelección alterna, y 4) prohibición absoluta de
la reelección.
Mientras la
reelección indefinida no es antidemocrática en un sistema parlamentario (por
las características propias del sistema parlamentario), en un sistema
presidencial sí lo es.
Los
defensores de la reelección indefinida argumentan que esta permite aplicar un
enfoque más democrático, ya que posibilita a la ciudadanía elegir con mayor
libertad a su presidente y responsabilizarlo por su desempeño, premiándolo o
castigándolo según sea el caso. En la medida en que sus propios partidos
confirmen sus liderazgos y en la medida en que la gente los vote, ello no es
antidemocrático.
La
reelección indefinida refuerza la tendencia hacia el liderazgo personalista y
hegemónico inherente al presidencialismo y expone al sistema político al riesgo
de una “dictadura democrática” o bien, a una dictadura a secas. Además, suele
atentar contra los principios de igualdad, equidad e integridad en la contienda
electoral, al dar lugar a un ventajismo indebido a favor del presidente en
funciones, en desmedro de los demás candidatos.
La
reelección presidencial suele estar directamente relacionada con el grado de
institucionalidad de cada país: en aquellos con institucionalidad fuerte, los
riesgos de una desviación patológica son menores, y son mayores en aquellos
países con institucionalidad débil.
La
institucionalidad fuerte se caracteriza por la existencia tanto de poderes
públicos independientes del Ejecutivo, sobre todo el Poder Judicial, así como
por un sistema de partidos políticos competitivos e institucionalizado.
En países con
institucionalidad débil la reelección indefinida, e incluso la inmediata, del
presidente, ha servido para concentrar el poder político en el Ejecutivo, con
grave afectación al principio de división de poderes y sobre todo a la
independencia de los órganos del poder público, a los cuales les corresponden
funciones de control tanto jurisdiccional como político.
La
reelección indefinida en un sistema hiperpresidencialista además de
antidemocrático podría llegar a ahondar la distancia abismal que ya existe
entre el partido gobernante y el principal opositor, exponiendo a la democracia
al abuso de poder y a la falta de alternativa. Abuso que suele derivar en
“dictadura de la mayoría”, la cual quebranta los derechos del resto de la
población y genera, al mismo tiempo, una hegemonía del partido gobernante que
impide el control y el cambio.
La
consolidación y profundización de la democracia no se obtendrá a través de
líderes “indispensables” perpetuados en el poder vía reelección indefinida.
El camino a
seguir es otro: mediante la participación madura y activa de los ciudadanos;
con instituciones legítimas, transparentes y eficaces; con la existencia de un
sistema de frenos y balances entre los poderes y con una sólida cultura cívica.
Mas que liderazgos fuertes, lo que se necesita es instituciones fuertes y
liderazgos democráticos.
Hay varias
razones importantes para desaconsejar esa práctica en los sistemas
presidencialistas:
1. Obstruye
el reemplazo generacional, la competencia entre líderes y la circulación de las
élites.
2. Refuerza
el caudillismo en detrimento de las instituciones.
3. Cuando se
prolonga el mandato, el caudillo se va rodeando de cortesanos que lo halagan y
confunden en busca de privilegios.
4. Fomenta
un tipo de nociva relación mercantilista entre el poder económico y el
político. Se retroalimentan mutuamente, facilitando la corrupción.
5. Los
errores tienden a reiterarse por el conocido Einstellung Effect. No solemos
hacer las cosas porque estén bien o mal, sino porque primero la hicimos de
determinada manera, y el cerebro es una máquina que aprende y repite los
comportamientos.
6. Los
viejos gobiernos se quedan sin ideas, se van fosilizando, se resisten a las
reformas y segregan burocracias calcificadas, cada vez más incompetentes.
7. La no
reelección refuerza la noción de que lo conveniente es seguir planes de
gobierno a largo plazo, pensando en el país y no en periodos cortos. Se llega
al poder a medio camino y se entrega a medio camino porque es un viaje que no
puede o debe llegar a ninguna parte. Es una obra continua en la que el
presidente es solo un factor transitorio limitado por la ley.
Si no hay
reelección, ¿cuál es el periodo ideal? Seis años y adiós muy buenas. No tiene
mucho sentido mandar pensando y actuando en función de las próximas elecciones.
Hay un
vínculo muy estrecho entre los valores que existen en la sociedad y el
resultado de la obra de gobierno. Los políticos no surgen en el vacío. Son
parte de la misma tribu de donde salen los ingenieros, los curas, los soldados
o los vendedores de corbatas. No son peores. Si los países escandinavos son los
mejor gobernados del planeta, no es por las cuestiones formales, sino por las
virtudes que prevalecen en esas sociedades.
Tal vez el
complemento ideal para esos Gobiernos presidencialistas de un solo periodo es
la recuperación de una institución jurídica excelente, proveniente de la
tradición romana: el Juicio de Residencia. De manera automática, sin que
mediara acusación formal, todo gobernante saliente debía someterse a una gran
auditoría pública de la que podían derivarse consecuencias penales. Si había
mandado bien, se le honraba. Si había violado la ley, se le castigaba. Tras
pasar por el Juicio de Residencia, muy pocos querían volver al poder. Incluso
los buenos.
Todos estos
países comparten un fenómeno muy latinoamericano: el hiperpresidencialismo.
Este término, no es más que un Ejecutivo (Presidente) con atribuciones
extraordinarias que difícilmente es controlado por el Judicial y Legislativo
¿Por qué un
presidente busca la reelección? Hay dos respuestas: la adulterada y la
original. La primera, pues consideran que 4 años es muy poco tiempo para
realmente tener un impacto en términos de desarrollo. La segunda, es el afán de
continuar saboreando las mieles del poder.
No hay que
ver esto en blanco y negro, muchas veces estas dos dimensiones confluyen y
conviven juntas, pues nuestro político criollo además de ser paternalista es
patrimonialista. Pero el resultado de este capricho político es lo realmente
interesante.
Veamos tres
consecuencias positivas como negativas de la reelección:
Pro: La
reelección produce gobernabilidad en el corto y medio plazo.
Contra: La
reelección produce corrupción y menos rendición de cuentas en el largo plazo.
En el contexto latinoamericano hemos visto como presidentes reelegidos
desmantelan congresos y reducen a la oposición, permitiendo llevar a cabo
transformadoras reformas producto de la legitimidad popular.
Desafortunadamente,
la concentración del poder implica mayores oportunidades de corrupción y menos
oportunidades para el intercambio de ideas, al no haber rendición de cuentas y
competencia política. Al final, el encanto se acaba y las cosas se vuelven ingobernables.
Pro: La
reelección permite la implementación de políticas que favorecen a las masas
excluidas.
Contra: La
reelección se nutre del populismo para legitimarse.
Los países
latinoamericanos son de los más desiguales del mundo, esto hace que las grandes
masas populares no crean mucho en la democracia y más en caudillos que les
pueda proteger de las élites que históricamente los han explotado y excluido.
La manera predilecta de cuidar a los pobres es a través de políticas
clientelares que implica grandes erogaciones de dinero. El problema surge
cuando se acaba el dinero. Usualmente los países que han tomado la ruta de la
reelección utilizan sus recursos naturales como fuente de ingresos. Se tratan
de economías poco diversificadas que dependen de un commodity. Cuando bajan los
precios internacionales o entran nuevos competidores globales, las políticas
asistencialistas son golpeadas financieramente y en el proceso, la figura del
benefactor pierde legitimidad.
Pro: La
reelección permite que liderazgos carismáticos lleven a cabo reformas
trascendentales.
Contra: La
reelección produce vacíos de poder producto de la concentración de poder.
Una de las
principales características que han tenido nuestros líderes
latinoamericanos contemporáneos es su
habilidad de gobernar con gran soporte popular debido a su carisma y astucia
política. En el proceso, se convierten en los padres de la nación y brota el
culto a la personalidad. El problema de tener líderes de este calado es que se
convierten en el principal custodio e intérprete de los intereses del país.
Cuando el proyecto llega a un estrepitoso fin, no hay liderazgos que den
continuidad o llenen el vacío. Sumado a esto, la institucionalidad del Estado
queda huérfana y el período transición es mucho más largo y doloroso.
En
conclusión, la reelección en estados débilmente institucionalizados que no
permiten una distribución saludable del poder es una propuesta riesgosa. A
pesar de esto, la reelección, queramos o no, será un puente que nuestras
democracias latinoamericanas tendrán que cruzar para desengañarse. Por el
momento, pensemos en contrapesos republicanos independientes y mayor igualdad
entre partidos políticos para mitigar el hiperpresidencialismo.
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