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JOAN PONS LAPLANA, EL HOMBRE COBAYA: SE DEJA INOCULAR EL VIRUS PARA HALLAR LA VACUNA CONTRA EL COVID-19

OXFORD (14 Junio 2020).- Todo el mundo anhela una vacuna contra la Covid-19, Joan Pons Laplana el primero. Trabaja en Inglaterra desde el 2000, es enfermero y no uno cualquiera: “enfermero británico del año 2018” (el primer extranjero en recibir la distinción que concede el British Nursering Journal, una publicación solvente).

Todo el mundo anhela una vacuna, claro, pero sólo Joan Pons tiene una vida, una esposa con nombre y apellidos y tres hijos. También un buen empleo: forma parte del equipo directivo del Hospital Universitario de Sheffield (17.000 empleados).

–Usted y yo sabemos que urge la vacuna. Toda la humanidad lo sabe y está de acuerdo. Pero, ¿por qué se ofreció usted como voluntario para ser infectado y no otra persona en su lugar?

Mensaje de esperanza en plena pandemia.

–Pensé que podía hacer dos cosas: sentarme y esperar o dar un paso el frente y hacer lo que creo que tengo que hacer. Quería aportar un granito de arena. Va en mi ADN.

Joan Pons, 45 años, lleva ya dos semanas de cobaya en la segunda fase de los ensayos clínicos de la Oxford University -uno de los centros de referencia mundiales en la carrera por la vacuna-. Son 10.260 voluntarios.

El pasado 5 de junio a las 14 horas fue infectado con el virus. “Traigase su propia botella de agua”, alertaba la convocatoria.

–¿Tuvo molestias?

–Algo de cansancio y un poco de dolor en el hombro, por la inyección. Nada importante.

Miles, pero no decenas de miles, de “voluntarios” -el término cobaya es políticamente incorrecto y ha desaparecido de la terminología sanitaria aunque sirva para entendernos- ya participan en todo el mundo en los ensayos para hallar una vacuna.

A diferencia de otras pruebas, el dinero parece irrelevante para los cobayas. Los primeros voluntarios en Oxford fueron recompensados con 390 libras –según las tarifas que estipula la web del centro-. A los 155 seleccionados por los Institutos Nacionales de Salud de EE.UU. (más conocido por NIH, National Institutes of Health), en Bethesda, cerca de la capital federal, se les aplicó las compensaciones habituales: 200 dólares por vacunación –los tratamientos generales suelen incluir de una a cuatro– y 175 dólares por cada visita. En cambio, según el The Telegraph, el Imperial College NHS Trust británico ha pagado entre 190 y 625 libras a sus primeros 1.112 voluntarios.

“Los pagos se efectúan al terminar cada visita”, aclara la normativa del NIH estadounidense.

–Nada de dinero en mi caso, todo es voluntario, salvo el reembolso del billete de tren, taxi o el estacionamiento del parking.

Uno trata de ponerse en la piel de la esposa de Joan Pons. Un tipo con vocación que en el año 2000 había terminado la carrera en Barcelona, su ciudad natal, vivía a cuerpo de rey en casa de sus padres, “y salía a tomar birras con los amigos. Sólo que en España no encontraba trabajo de enfermero, así que me lancé a la aventura y me fui a Inglaterra”.

Principios duros pero principios. Sheffield no es la ciudad más alegre del mundo, ni siquiera del norte de Inglaterra. “Deprimente”, resume.

Pons va observando las deficiencias anquilosadas del sistema. Las sufre como profesional aunque menos que los pacientes. En el 2012 estalla un escándalo por el alza de la tasa de mortalidad en el hospital. “Había una obsesión con los objetivos. Mucho protocolo y papeleo. El paciente parecía el último”. Todo cambia ese año, empezando por la renovación de la cúpula del gran hospital universitario, a la que se incorpora. Le gustan las redes y su visión del cometido del enfermero. En semanas… 35.000 seguidores. “¡Había más profesionales como yo! Al final, todo se reduce a aplicar el sentido común”.

Ya está en comisiones, despachos y reuniones. Estalla la pandemia. Joan Pons se ofrece para reincorporarse . Y a la unidad de urgencia dedicada exclusivamente a los enfermos de la Covid-19. Primera línea. “Ha sido más duro de lo que pensaba, por el aislamiento de los pacientes. Terminabas siendo su padre, el esposo, el hijo. La soledad ha sido muy cruel”.

Después de casi tres meses, llegando a casa reventado y obligado a un protocolo de desinfección que le llevaba una hora antes de decir “¡buenas noches! ¡estoy en casa!”, la Universidad de Oxford pidió voluntarios, con especial énfasis por aquellos sanitarios que hubiesen estado muy expuestos a la enfermedad.

Voluntarios y cobayas listos para recibir el coronavirus cuyos efectos tanto han combatido y participar en las sucesivas fases del ensayo, que comprende “efectos colaterales”, sin descartar algo tan inconveniente como la muerte según la documentación previa a la firma.

–Mi edad no es de riesgo, es de una franja de mortalidad muy baja. No he tenido enfermedades crónicas. Si lees el folleto de una aspirina también podrías echarte a temblar…

En cuestión de 24 horas tomó la decisión de inscribirse. Lo comunicó a su esposa.

-¿Y cómo se lo tomo?

-Se echó las manos a la cabeza. Se enfadó un poco, pero sabe cómo soy y no quiere cambiarme.

Nadie le había advertido que su marido sería un cobaya.

Terminó por comprender.

“Ella es profesora de arte y tiene su negocio cerrado. Los niños no pueden ir a la escuela. Todos queremos volver a trabajar con normalidad lo antes posible. No podemos vivir permanentemente así, sin abrazarnos, guardando distancias, mirando con desconfianza. Como padre, como enfermero, como hijo, estoy hasta la coronilla. Ya no puedo más. El único remedio a este mal sueño es la vacuna. No quiero que el 2021 sea tan malo como el 2020. Tengo mucha esperanza, la tenemos en Oxford, de que haya una vacuna antes de Navidad”.

-Si no he entendido mal, a la investigación le convendría que usted desarrollase la enfermedad.

–Correcto. Esperan que alguno de esos 10.260 voluntarios la contraigan y de positivo. Es la única manera de acelerar el proceso. ¡Hay que ser optimistas! Sin vacuna, la vida sería para decir apaga y vámonos. Nos ofrecen 24 horas de asistencia, los siete días de la semana.

El perfil de los voluntarios de la investigación de Oxford parece “vocacional”. Personas convencidas de que alguien tiene que hacer este trabajo, un sentido del deber elevado y muy anglosajón. También estudiantes de Medicina, como Dan McAteer, de 23 años, que declina hablar con este diario después de la avalancha de peticiones que recibió tras aparecer en The Guardian, donde explicó la inquietud de la víspera a la primera visita por una noticia infundada sobre la muerte de un joven voluntario que circuló con éxito en las redes.

Nuestro hombre en Oxford, Joan Pons, no abandonó el Reino Unido tras el Brexit, a diferencia de los 3.962 enfermeros procedentes de la UE que lo hicieron entre el 2017 y el 2018. Vive en un pueblo tranquilo, llamado Chesterfield, y el periodista le pregunta eso tan tonto, en un mundo global –si hay un fenómeno global ese es la pandemia–, de si le gustaría trabajar en su casa. “Es una espina clavada”.


Por JOAQUÍN LUNA/La Vanguardia

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