"HÉROES" CALIFICA EL PAPA FRANCISCO A LOS PADRES ENFRENTAN TODOS LOS DESAFÍOS POR SUS HIJOS
CIUDAD DEL VATICANO (14 Enero 2022).- Entrevista del Papa Francisco con los medios de comunicación del Vaticano sobre la paternidad en tiempos del Covid y el testimonio de San José, ejemplo de fuerza y ternura para los padres de hoy.
El Año especial sobre San José se concluyó el pasado 8
de diciembre, pero la atención y el amor del Papa Francisco por este Santo no
se han concluido, es más, se desarrollan aún más con las catequesis que, desde
el pasado 17 de noviembre, se están centrando en la figura del Patrón de la
Iglesia universal.
Por nuestra parte, L’Osservatore Romano ha publicado
una columna mensual, a lo largo de todo el 2021, y que también ha recogido el
portal de Vatican News, sobre la Patris Corde, dedicanto cada número a un
capítulo de la Carta Apostólica sobre San José. Esta columna que ha hablado de
padres, pero también de hijos y de madres en diálogo ideal con el Esposo de
María, ha suscitado en nosotros el deseo de poder confrontarnos con el Papa
precisamente sobre el tema de la paternidad en sus diversas facetas, desafíos y
complejidades. El resultado es esta entrevista, en la que el Papa Francisco
responde a nuestras preguntas mostrando todo su amor por la familia, su
proximidad a quien experimenta el sufrimiento y el abrazo de la Iglesia a los
padres y a las madres que hoy deben afrontar miles de dificultades para dar un
futuro a sus hijos.
Santo Padre, usted ha establecido un Año especial
dedicado a San José, ha escrito una carta, la Patris Corde, y está llevando a
cabo un ciclo de catequesis dedicadas a su figura. ¿Qué representa San José
para usted?
Nunca he escondido la sintonía que siento hacia la
figura de San José. Creo que esto viene de mi infancia, de mi formación. Desde
siempre he cultivado una devoción especial por San José porque creo que su
figura representa, de manera hermosa y especial, lo que debería ser la fe
cristiana para cada uno de nosotros. José, de hecho, es un hombre normal y su
santidad consiste precisamente en haberse convertido en santo a través de las
circunstancias buenas y malas que ha debido vivir y afrontar. No podemos
tampoco esconder que a San José lo encontramos en el Evangelio, sobre todo en
los relatos de Mateo y de Lucas, como un protagonista importante de los inicios
de la historia de la salvación. En efecto, los acontecimientos que rodearon el
nacimiento de Jesús fueron acontecimientos difíciles, llenos de obstáculos, de
problemas, de persecuciones, de oscuridad y Dios, para ir al encuentro de Su
Hijo que nacía e el mundo le coloca al lado a María y a José. Si María es
aquella que dio al mundo el Verbo hecho carne, José es aquel que lo defendió,
que lo protegió, que lo alimentó, que lo hizo crecer. En él podremos decir que
está el hombre de los tiempos difíciles, el hombre concreto, el hombre que sabe
asumir la responsabilidad. En este sentido, en San José se unen dos
características. Por una parte, su fuerte espiritualidad se traduce en el
Evangelio a través de los relatos de los sueños; estos relatos atestiguan la
capacidad de José para escuchar a Dios que habla a su corazón. Sólo una persona
que reza, que tiene una intensa vida espiritual, puede tener también la
capacidad de distinguir la voz de Dios en medio de las muchas voces que nos
habitan. Junto a esta característica después hay otra: José es el hombre
concreto, es decir, el hombre que afronta los problemas con extrema
practicidad, y frente a las dificultades y a los obstáculos, no asume nunca la
posición del victimismo. En cambio, se sitúa siempre en la perspectiva de
reaccionar, de corresponder, de fiarse de Dios y de encontrar una solución de
manera creativa.
¿Esta
atención renovada a San José en este momento de prueba tan grande asume un
significado particular?
El tiempo que estamos viviendo es un tiempo difícil
marcado por la pandemia del coronavirus. Muchas personas sufren, muchas
familias están en dificultades, muchas personas se ven asediadas por la
angustia de la muerte, de un futuro incierto. He pensado que precisamente en un
tiempo tan difícil necesitamos a alguien que pueda animarnos, ayudarnos,
inspirarnos, para entender cuál es el modo juntos para saber afrontar estos
momentos de oscuridad. José es un testimonio luminoso en tiempos oscuros. He
aquí por qué era justo darle espacio en este tiempo para poder volver a
encontrar el camino.
Su
ministerio petrino inició precisamente el 19 de marzo, día de la fiesta de San
José…
He considerado siempre una delicadeza del cielo poder
iniciar mi ministerio petrino el 19 de marzo. Creo que, de algún modo, San José
me ha querido decir que continuaría ayudándome, estando junto a mí y yo podría
continuar pensando en él como un amigo al que dirigirme, al que confiarme, al
que pedir que interceda y rece por mí. Pero ciertamente esta relación, que se
da por la comunión de los santos, no sólo me está reservada a mí, creo que
puede ser de ayuda para muchos. Por eso espero que el año dedicado a San José
haya llevado a muchos cristianos a redescubrir el profundo valor de la comunión
de los santos, que no es una comunión abstracta, sino una comunión concreta que
se expresa en una relación concreta y tiene consecuencias concretas.
En la columna sobre la Patris Corde, organizada por
nuestro periódico durante el Año especial dedicado a San José, hemos enlazado
la vida del Santo con la de los padres, pero también con la de los hijos de
hoy. ¿Qué pueden recibir del diálogo con San José los hijos de hoy, es decir,
los padres del mañana?
No se nace padres, pero ciertamente todos nacemos hijos.
Esta es la primera cosa que debemos considerar, es decir, cada uno de nosotros
más allá de lo que la vida le ha reservado, es sobre todo un hijo, ha estado
confiado a alguien, proviene de una relación importante que lo ha hecho crecer
y que lo ha condicionado en el bien o en el mal. Tener esta relación y
reconocer su importancia en la propia vida significa comprender que un día,
cuando tengamos la responsabilidad de la vida de alguien, es decir, cuando
debamos ejercer una paternidad, llevaremos con nosotros sobre todo la
experiencia que hemos hecho personalmente. Y es importante entonces poder
reflexionar sobre esta experiencia personal para no repetir los mismos errores
y para atesorar las cosas hermosas que hemos vivido. Estoy convencido de que la
relación de paternidad que José tenía con Jesús ha influenciado tanto su vida
hasta el punto de que la futura predicación de Jesús está plena de imágenes y
referencias tomadas precisamente del imaginario paterno. Jesús, por ejemplo,
dice que Dios es Padre, y no puede dejarnos indiferentes esta afirmación,
especialmente si pensamos en la que ha sido su personal experiencia humana de
paternidad. Esto significa que José lo ha hecho tan bien como padre que Jesús
encuentra en el amor y la paternidad de este hombre la referencia más hermosa
para dar a Dios. Podríamos decir que los hijos de hoy que se convertirán en los
padres de mañana deberían preguntarse qué padres han tenido y qué padres
quieren ser. No deben dejar que su papel paternal sea el resultado de la casualidad
o simplemente la consecuencia de una experiencia pasada, sino que deben decidir
conscientemente de qué modo amar a alguien, de qué modo responsabilizarse de
alguien.
En el último capítulo de Patris Corde se habla de José
como padre en la sombra. Un padre que sabe estar presente, pero dejando al hijo
libre para crecer. ¿Es posible esto en una sociedad que parece premiar solo a
quien ocupa espacios y visibilidad?
Una de las características más hermosas del amor, y no
solo de la paternidad, es, de hecho, la libertad. El amor genera siempre
libertad, el amor nunca debe convertirse en una prisión, en posesión. José nos
muestra la capacidad de cuidar de Jesús sin adueñarse nunca de él, sin querer
manipularlo, sin querer distraerlo de su misión. Creo que esto es muy
importante como prueba de nuestra capacidad de amar y también de nuestra
capacidad de saber dar un paso atrás. Un buen padre lo es cuando sabe retirarse
en el momento oportuno para que su hijo pueda emerger con su belleza, con su
singularidad, con sus elecciones, con su vocación. En este sentido, en toda
buena relación es necesario renunciar al deseo de imponer una imagen desde
arriba, una expectativa, una visibilidad, una forma de llenar completa y
constantemente la escena con excesivo protagonismo. La característica de José
de saber hacerse a un lado, su humildad, que es también la capacidad de pasar a
un segundo plano, es quizá el aspecto más decisivo del amor que José muestra
por Jesús. En este sentido es un personaje importante, me atrevería a decir que
esencial en la biografía de Jesús, precisamente porque en un momento
determinado sabe retirarse de la escena para que Jesús pueda brillar en toda su
vocación, en toda su misión. A imagen y semejanza de José, debemos preguntarnos
si somos capaces de saber dar un paso atrás, de permitir que los demás, y sobre
todo los que nos han sido confiados, encuentren en nosotros un punto de
referencia, pero nunca un obstáculo.
En varias ocasiones usted ha denunciado que la
paternidad hoy está en crisis. ¿Qué se puede hacer, qué puede hacer la Iglesia,
para devolver la fuerza a las relaciones padre-hijo, fundamentales para la
sociedad?
Cuando pensamos en la Iglesia pensamos en ella siempre
como Madre y esto no es algo equivocado. También yo en estos años he tratado de
insistir mucho en esta perspectiva porque el modo de ejercer la maternidad de
la Iglesia es la misericordia, es decir, es ese amor que genera y regenera la vida.
¿El perdón, la reconciliación no son tal vez un modo a través del que nos
volvemos a poner en pie? ¿No es un modo a través del que recibimos nuevamente
la vida porque recibimos otra posibilidad? ¡No puede existir una Iglesia de
Jesucristo si no es a través de la misericordia! Pero creo que deberemos tener
el valor de decir que la Iglesia no debería ser solo materna sino también
paterna. Es decir, está llamada a ejercer un ministerio paterno no
paternalístico. Y cuando digo que la Iglesia debe recuperar este aspecto
paterno me refiero precisamente a la capacidad paterna de colocar a los hijos
en condiciones de asumir las propias responsabilidades, de ejercer la propia
libertad, de hacer elecciones. Si por un lado la misericordia nos sana, nos
cura, nos consuela, nos anima, por el otro lado el amor de Dios no se limita
simplemente a perdonar, a sanar, sino que el amor de Dios nos empuja a tomar
decisiones, a despegar.
A
veces, el miedo, más aún en este tiempo de pandemia, parece paralizar este
impulso…
Sí, este periodo histórico es un periodo marcado por
la incapacidad de tomar decisiones grandes en la propia vida. Nuestros jóvenes
muy a menudo tienen miedo de decidir, de elegir, de ponerse en juego. Una
Iglesia es tal no solo cuando dice sí o no, sino sobre todo cuando anima y hace
posible las grandes elecciones. Y cada elección siempre tiene consecuencias y
riesgos, pero a veces por el miedo a las consecuencias y a los riesgos
permanecemos paralizados y no somos capaces de hacer nada ni de elegir nada. Un
verdadero padre no te dice que irá siempre todo bien, sino que incluso si te
encontrarás en la situación en la que las cosas no irán bien podrás afrontar y
vivir con dignidad también esos momentos, también esos fracasos. Una persona
madura se reconoce no en las victorias sino en el modo en el que sabe vivir un
fracaso. Es precisamente en la experiencia de la caída y de la debilidad como
se reconoce el carácter de una persona.
Para
usted es muy importante la paternidad espiritual. ¿Los sacerdotes cómo pueden
ser padres?
Decíamos antes que la paternidad no es algo que se da
por descontado, no se nace padres, como mucho uno se convierte en ello.
Igualmente, un sacerdote no nace ya padre, sino que debe aprenderlo un poco
cada vez, a partir sobre todo del hecho de reconocerse hijo de Dios, pero
también hijo de la Iglesia. Y la Iglesia no es un concepto abstracto, es
siempre el rostro de alguien, una situación concreta, algo a lo que podemos dar
un nombre bien preciso. Nuestra fe cristiana no es algo que siempre hemos
recibido a través de una relación con alguien. La fe cristiana no es algo que
se pueda aprender en los libros o en un simple razonamiento, sino que es
siempre un pasaje existencial que pasa por las relaciones. Así, nuestra
experiencia de fe surge siempre del testimonio de alguien. Por tanto, debemos
preguntarnos cómo vivimos nuestra gratitud hacia estas personas y, sobre todo,
si conservamos la capacidad crítica de saber distinguir lo que no es bueno que
ha pasado a través de ellas. La vida espiritual no es diversa de la vida
humana. Se un buen padre, humanamente hablando, es tal porque ayuda al hijo a
convertirse en sí mismo, haciendo posible su libertad y empujándole a las
grandes decisiones, de igual modo un
buen padre espiritual lo es cuando no cuando sustituye la conciencia de las
personas que se confían a él, no cuando responde a las preguntas que estas
personas se llevan en el corazón, no cuando domina la vida de los que le han
sido confiados, sino cuando de manera discreta y al mismo tiempo firme es capaz
de indicar el camino, de ofrecer claves de lecturas diversas, ayudar en el
discernimiento.
¿Qué
es más urgente hoy para dar fuerza a esta dimensión espiritual de la
paternidad?
La paternidad espiritual es muy a menudo un don que
nace sobre todo de la experiencia. Un padre espiritual puede compartir no tanto
sus conocimientos teóricos, sino sobre todo su experiencia personal. Sólo así
puede serle útil a un hijo. Hay una gran urgencia, en este momento histórico,
de relaciones significativas que podríamos definir como paternidad espiritual,
pero -permítanme decir- también maternidad espiritual, porque este papel de
acompañamiento no es una prerrogativa masculina o sólo de los sacerdotes. Hay
muchas religiosas buenas, muchas consagradas, pero también muchos laicos que
tienen una gran experiencia que pueden compartir con otras personas. En este
sentido, la relación espiritual es una de esas relaciones que necesitamos
redescubrir con más fuerza en este momento histórico, sin confundirla nunca con
otras vías de naturaleza psicológica o terapéutica.
Entre las dramáticas consecuencias del Covid está
también la pérdida del trabajo de muchos padres. ¿Qué le gustaría decir a estos
padres en dificultades?
Siento muy cercano el drama de esas familias, de esos
padres y de esas madres que están viviendo una particular dificultad, agravada
sobre todo a causa de la pandemia. No creo que sea un sufrimiento fácil de
afrontar el de no conseguir dar el pan a los propios hijos y de sentirse encima
la responsabilidad de la vida de los demás. En este sentido, mi oración, mi
cercanía, y también todo el apoyo de la Iglesia es para estas personas, para
estos últimos. Pero pienso también en tantos padres, en tantas madres, en
tantas familias que escapan de las guerras, que son rechazadas en los confines
de Europa y no solo y que viven situaciones de dolor, de injusticia, y que
nadie toma en serio o ignora deliberadamente. Quisiera decir a estos padres, a
estas madres, que para mí son héroes porque encuentro en ellos el coraje de
quien arriesga su propia vida por amor a sus hijos, por amor a su familia.
También María y José han experimentado este exilio, esta prueba, debiendo
escapar a un país extranjero a causa de la violencia y del poder de Herodes.
Este sufrimiento suyo les hace cercanos precisamente a estos hermanos que hoy
sufren las mismas pruebas. Que estos padres se dirijan con confianza a San José
sabiendo que como padre él mismo ha experimentado la misma experiencia, la
misma injusticia. y a todos ellos y a sus familias quisiera decir que no se
sientan solos. El Papa se acuerda de ellos siempre y en la medida de lo posible
continuará dándoles voz y no los olvidará.
Por ANDREA
MONDA/ALESSANDRO GISOTTI/Vatican News
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