LA IGLESIA CATÓLICA CUENTA CON SEIS NUEVOS VENERABLES, EL PAPA FRANCISCO PROMULGÓ LOS DECRETOS QUE RECONOCEN LAS VIRTUDES DE ESOS SIERVOS DE DIOS
CIUDAD DEL VATICANO (19 Enero 2023).- Durante la audiencia de hoy con el cardenal Marcello Semeraro, Prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, el Papa Francisco autorizó la promulgación de Decretos que reconocen las virtudes heróicas de seis Siervos de Dios que se convierten así en Venerables.
Se trata de Miguel Costa y Llobera, Gaetano Francesco
Mauro, Giovanni Barra, Vicente López de Uralde Lazcano, Maria Margherita
Diomira del Verbo Incarnato y Bertilla Antoniazzi.
Adoración
eucarística y devoción mariana
Canónigo de la Iglesia Catedral de Mallorca por orden
de San Pío X, Miguel Costa y Llobera vivió en España entre la segunda mitad del
siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo pasado. Nacido en el seno de una
familia noble y rica, se hizo sacerdote a pesar de la oposición inicial de su
padre. Apasionado predicador y confesor, hombre de oración y poeta, fue también
profesor de arqueología sagrada y de historia de la literatura. Quienes le
conocieron le describen como un "hombre muy piadoso e ilustrado".
Evangelizador
entre los campesinos
El calabrés Gaetano Francesco Mauro, fundador en 1928
de la Congregación de Píos Obreros Catequistas Rurales, fue sacerdote diocesano
y vivió entre finales del siglo XIX y principios del XX. Durante los años de la
Primera Guerra Mundial, fue capellán militar en Friuli y, al ser capturado,
pasó un periodo de reclusión en varios campos de concentración austriacos,
donde se enfermó de tuberculosis. A su regreso a Calabria, se dedicó a aliviar
la miseria, la injusticia y la ignorancia religiosa de los campesinos mediante
obras de evangelización y promoción humana, creando en 1925 la Asociación
Religiosa de Oratorios Rurales (A.R.D.O.R.), para la enseñanza de la doctrina
cristiana en el campo, cuya sede estableció en el antiguo convento de San
Francesco di Paola, en Montalto Uffugo, que había restaurado unos años antes.
En 1943, la Santa Sede decidió unir la joven
Congregación de los Catequistas Rurales con la de los Píos Obreros, fundada por
Carlo Carafa en 1602: así nacieron los Píos Obreros Catequistas Rurales, que
después de la Segunda Guerra Mundial intensificaron su labor misionera en las
zonas rurales de Calabria y de la que el Siervo de Dios fue nombrado Superior
General en 1956. En sus diarios relata la "noche oscura", una forma
de depresión, vivida siempre firme en la fe y con esperanza: una prueba
espiritual que le acompañó hasta sus últimos días.
Un
cura feliz
El Siervo de Dios Giovanni Barra nació en 1914 en una
familia campesina de Riva di Pinerolo, en la provincia de Turín. Sacerdote
diocesano, asistente de la Asociación Juvenil de Acción Católica, en 1943 creó
en Pinerolo una sección de la Federación Universitarios Católicos Italianos
(FUCI), que dirigió hasta 1965. La liturgia y la caridad animaron siempre su
participación en otras asociaciones católicas. Abrió la "Casa Alpina"
para jóvenes en Pragelato, un lugar de oración y encuentro para jóvenes y
familias durante el verano. Siempre vivió el sacerdocio en unión con Cristo como
un don del Señor, y desde 1969 fue Rector del Seminario de Vocaciones Adultas
de Turín, donde puso la oración en el centro de la formación de los
seminaristas.
Agudo observador del alma humana, tenía una palabra de
esperanza para todos, y como educador fue un anticipador de los comportamientos
eclesiales que madurarían con el Concilio Vaticano II. Sacerdote periodista,
también fundó varias revistas y entabló diálogo con diversos intelectuales. En
su testamento espiritual, escribió: "Cuando miro atrás, siento una oleada
de alegría y gratitud que surge de mi corazón. Soy verdaderamente un cura feliz
con mi sacerdocio". Ni siquiera en la enfermedad perdió nunca su alegría,
experimentada como expresión de la plenitud de la vida en Dios.
Testigo
de paz y esperanza
Entre los nuevos Venerables se encuentra el Siervo de
Dios Vicente López de Uralde Lazcano, sacerdote profeso de la Compañía de
María, que vivió en España entre 1894 y 1990. Hombre de oración, en profunda
unión con el Señor, fue profesor, capellán y confesor apreciado por alumnos, ex
alumnos, sacerdotes y demás fieles del Colegio 'San Felipe Neri' de Cádiz, donde
permaneció durante 62 años.
Partícipe
de los dolores de la Pasión de Cristo
De carácter tranquilo y dócil, devota de la oración y
de la vida retirada, con un amor especial a la Eucaristía y a la Virgen María
fue la Sierva de Dios María Margarita Diomira del Verbo Encarnado, nacida María
Allegri, religiosa profesa de la Congregación de las Stabilite nella Carità del
Buon Pastore que vivió una breve existencia terrena, entre 1651 y 1677 en
Toscana. Para reparar sus pecados, se sometió a penitencias y mortificaciones.
Resistiendo la fuerte oposición de su padre, ingresa primero en el monasterio
florentino de las Camaldulenses de San Giovanni Evangelista di Boldrone, y
después, de nuevo en Florencia, en el monasterio de las Stabilite nella Carità
del Buon Pastore, dedicado a la educación de las niñas pobres y a la acogida de
peregrinos
María Margarita Diomira fue enriquecida por Dios con
dones espirituales extraordinarios, como profecías, visiones, éxtasis,
capacidad de aconsejar y participación en los dolores de la Pasión de Cristo,
llegando incluso a recibir los estigmas. No le faltaban períodos de tormento
interior. Muchas personas, entre ellas nobles, sacerdotes y obispos, acudían a
ella en busca de consejo y consuelo espiritual. Enferma de tisis, se ofrece
como víctima de amor al Señor y muere en Florencia con sólo 26 años.
La
ofrenda de la vida y la enfermedad
Entre los nuevos Venerables hay también otra mujer:
una laica. Es la Sierva de Dios Bertilla Antoniazzi, que vivió sólo 20 años,
entre 1944 y 1964, en el Véneto. Ingresada en el hospital de Vicenza con sólo
nueve años a causa de una grave disnea provocada por una endocarditis reumática,
la acompañó una enfermedad que la obligó a permanecer siempre en casa: dotada
de una gran fortaleza de alma, comprendió que su misión era consolar a los que
sufrían y acercar a los pecadores y a las almas a Dios mediante la ofrenda de
su vida y de su enfermedad. Nunca se encerró en sí misma: con los médicos y las
enfermeras estableció relaciones amistosas y con los demás enfermos una intensa
correspondencia epistolar. Confiando totalmente en Dios en la oración, nunca se
quejó, ni siquiera en los dos últimos años de su vida que pasó en cama, cuando
aparecieron úlceras de decúbito, su corazón entró en insuficiencia valvular y
sus pulmones en edema. En una peregrinación a Lourdes en 1963, no pidió a la
Virgen la curación, sino la santidad.
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