Con frecuencia escuchamos a nuestros principales actores políticos, enfatizar, su firme disposición de enfrentar como debe ser y a como dé lugar el flagelo de la pobreza.
En ese tenor también se expresan los dirigentes y
representantes comunitarios, los voceros de las iglesias, empresarios, todos,
coinciden y están más que convencidos de que se hace urgente tomar las disposiciones
que sean necesarias, para por lo menos, disminuir las condiciones de desamparo
en que viven miles de dominicanos
Sin lugar a dudas, vivimos en un mundo paradójico,
extremadamente rico pero con grandes precariedades y carencias generadas por la
ambición desmedida de la clase dominante, que prefiere echar al zafacón todo
aquello que ya no le representa ninguna utilidad, en lugar de satisfacer las
necesidades de la gente subyugada por la miseria.
El tema de la pobreza se pone muy de moda en tiempos
de campañas electorales y ocupa la mayor preocupación de todos los candidatos
quienes diseñan casi toda su estrategia prometiendo soluciones al respecto, a
los miles de habitantes que son presos de esta desgracia, tanto aquí en el
país, como en otras naciones con características similares a las nuestras.
No obstante, para hablar de la pobreza, se tiene que
haber dormido alguna vez boca abajo para mitigar un poco el hambre, o haberse
eximido de cruzar las piernas para no enseñar los zapatos rotos y en tiempos de
lluvias, ¡ay que tragedia! imagínese usted.
De igual forma, quién no haya pasado estrecheces, al
extremo de lavar de noche la camisa y el pantalón que se pondrá al día
siguiente, no podrá nunca hablar con certeza de la pobreza, porque sencillamente,
no la ha vivido.
Cuentan que un padre de familia en cuyo hogar, comer,
así fuera una vez al día, era una proeza, tuvo la suerte de encontrarse quinientos
pesos, y éste jubiloso, corrió al mercado y compró todos los ingredientes para
preparar un buen almuerzo, el que encantada su mujer cocinó y puso exquisitamente
decorado en la mesa.
Cuentan que los hijos de la pareja, de ocho y seis
años, al llegar a su casa y ver tan hermoso manjar esperar por ellos, provocó
que el mayor de estos, empujado por la sorpresa exclamara en voz alta, ¡cuánta
coomida¡ y el menor que venía detrás, no menos sorprendido, a todo pulmón,”
gritaba ...y con carne¡
Esa y no otra es la cara de la pobreza y miseria y el
desamparo en que discurre la vida de cientos de miles de dominicanos, a quienes
en aras de llegar o permanecer en el poder les ofertan la esperanza de un mejor
vivir, pero estas, sólo son palabras al viento, que como tales, el viento se
las lleva.
Por LEONARDO
CABRERA DÍAZ
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