El mes de julio trae consigo lluvias torrenciales, a veces vientos que nos alarman más por el ruido de su desplazamiento y no por su fuerza real. Y, a pesar de todo eso, se mantiene un calor diario, sofocante, acompañado siempre de una humedad casi cruel. Llega, siempre, también, el recuerdo imborrable del poeta camagüeyano Nicolás Guillén (1902-1989) cuya fecha de nacimiento (10) y muerte (16) transcurrieron, las dos, durante el mes de julio. Duele pensarlo. Duele tener conciencia de una desaparición física que, sin embargo, no ha descartado, para suerte nuestra, el disfrute de sus poemas, como agua de todos los días.
Gran lector de la poesía española en todas sus épocas,
especialmente de la del célebre Siglo de Oro, Guillén admiró y estudió, como
pocos, su zona elegíaca. La obra del gran Fernando de Herrera era frecuentada
por el autor de El apellido. Y, asimismo, repetía de memoria las célebres
Coplas de Jorge Manrique. ¿Quién podría olvidar que el padre de Guillén,
«muerto por soldados en 1917» es un tema visceral y, por ello, recurrente en su
poesía y en su prosa?
No por azar, su biógrafo y crítico Ángel Augier
incluyó todas sus elegías, con la anuencia del autor, en la edición de su
poesía completa publicada en dos tomos, justo en 2002, por la editorial Letras
Cubanas, a propósito de celebrarse a escala mundial, su primer centenario.
Dichas elegías son un caleidoscopio de formas métricas
y excelencia literaria, convertidas en un agua de mar y de río por donde
confluyeron, de una vez, la esencia de la lengua escrita y, sobre todo, la de
la tradición oral con su belleza indescriptible.
Fue Mirta Aguirre –la mejor cervantista del siglo XX
cubano– quien comparara la Elegía a Jesús Menéndez con una legítima sinfonía.
Portentosa, estremecedora, la elegía para su
compatriota amigo es un himno fraternal y un llamado a la conciencia ciudadana
de aquellos tiempos, al denunciar el macabro crimen de Manzanillo, ocurrido el
22 de enero de 1948.
Más de una vez, Nicolás lo había acompañado en
recorridos por su provincia natal, la antigua Las Villas. Emblema de los
trabajadores azucareros de Cuba, Jesús Menéndez cayó abatido a mansalva parado
frente al tren que lo llevaría a un viaje inminente.
Muchos años después, Luis Carbonell –cuyo centenario
festejaremos a lo largo de 2023–
interpretó, de forma magistral, el texto íntegro de la Elegía… en la
Casa de la Cultura de Calzada y 8, en El Vedado, a fines de los años 70.
A Nicolás Guillén, la proximidad de la muerte no lo
amilanó nunca. La había intuido en innumerables ocasiones y, cuando la tuvo
bien lejos, cuando transcurría su duro exilio parisino, pudo escribir versos
tan conmovedores como estos, fijos para siempre en el imaginario popular de la
Isla:
Iba yo por un camino / cuando con la Muerte di. /
–¡Amigo! –gritó la Muerte– / pero no le respondí, / pero no le respondí; / miré
no más a la Muerte, / pero no le respondí.
Por NANCY
MOREJÓN/Granma
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