En el episodio dos del reality La familia Stallone, luego de una sesión de tiro, el actor de Rocky le aconseja intempestivamente a su hija mayor -enlazada con un amor a distancia que a su padre no le agrada, como en su machista visión no le agrada ninguna de las relaciones de sus tres descendientes hembras- lo siguiente: “Después de hacer muchas cosas bien y muchas cosas mal, llegué a una sola conclusión: el tiempo es tu moneda, es la cuenta bancaria más valiosa que jamás tendrás, y debes gastarla en el lugar adecuado o irás a la quiebra.
Y hablo de quiebra emocional. Si se trata de amor, asegúrate de no malgastar tu dinero en la persona equivocada”.
Algo más adelante, en el propio capítulo tan afincado a
Cronos, Sylvester conversa de esta manera, no menos curiosa, con su esposa:
(…) “La esperanza de vida media (en
EE.UU.) ronda los 72 años. Eso equivale a 3 900 fines de semana. Así es. Es
todo lo que tienes, porque cuando tomas conciencia aprendes lo valioso que es
el tiempo (…).”
Aunque ambas metidas a calzador, casi frisando lo
ridículo, como la mayoría de las opiniones que unos u otros vierten aquí, las
declaraciones de Stallone -quizá derivadas de la preocupación por el tiempo en
alguien que alcanza los 76 años, o de la culpa de quien, según él mismo afirma,
debido a razones laborales ha estado ausente del hogar fundado junto a su
compañera de 54, durante cuatro de cada diez meses de cada calendario- figuran
entre lo poco sensato que el espectador escuchará y verá en este innecesario
show a la gloria de Sly.
Actor porno en su primera juventud, más tarde emblema
del cine pugilístico cuya andadura comienza muy bien con el Rocky de 1976 y
termina abrazada entre anatemas
propagandísticos antirrusos, luego icono del cine bélico más imperialista
posible en Rambo, Sylvester Stallone es un actor integrado como pocos de su
oficio a la simbología fílmica que lo sustenta, conservador hasta los tuétanos,
pero al margen de ello querido tanto en los mismos centros de poder cuya
ideología defiende como en esas “periferias” contra las cuales arremete en sus
representaciones cinematográficas.
Del set de su reciente primera temporada de la serie
gangsteril El rey de Tulsa (servida en bandeja para él por el no menos conservador
Taylor Sheridan), el multimillonario Sly desciende a los platós de La familia
Stallone para, como ocurre en todos los realities de “gente de alcurnia”,
embaucarnos miserablemente mediante simulacros de la vida real, captados,
tratados y montados a conveniencia y gloria de los sujetos enfocados.
Ni interesan ni atrapan las manidas cantinelas de sus
tres hijas, cuyas “preocupaciones” humanas son las que podría esperarse de tres
pijas californianas quienes no tienen ni remota idea de lo ocurrido en Viet-Nam
u otras naciones donde “luchó” daddy, ni de nada de cuanto acontece en el
planeta hoy día.
Ni interesan ni atrapan las “inquietudes” de su
esposa-florero (aquí la pareja parece la más feliz de la galaxia, pero poco
antes de rodar La familia Stallone, ella le solicitó el divorcio, aunque luego
lo reconsideró); ni la postura sobreprotectora (falsa o real) de este padrazo
con sus nenas; ni la relación con ese hermano cuya casa tiene toda la pinta de
la de un desequilibrado. Todo aquí huele a postureo, impostación,autoalabanza,
elementos que por otro lado tampoco sorprenden, en tanto representan pilares constitutivos
de la telebasura.
Nadie nos obligó a verla, sabíamos a lo que íbamos y
algo diferente no encontramos.
Por JULIO
MARTÍNEZ MOLINA
El autor es crítico visual y periodista
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