LA REALIDAD DEL MAL EN PICASSO, EL GUERNICA EXISTE PARA INQUIETARNOS, NOS RETRATA TAL Y COMO SOMOS
Al cumplirse cincuenta años de la muerte de Pablo Ruiz Picasso, falleció concretamente un 8 de abril de 1973 en Mougins, Francia, tengo la ocasión de visitar de nuevo algunos de los lugares más emblemáticos conectados con uno de los más grandes pintores españoles de todos los tiempos, en la ciudad de la luz, Paris.
En medio de una finísima lluvia permanezco inmóvil, con mi mujer e hijas, delante de Le Bateau-Lavoir en la plaza de Émile Goudeau en pleno corazón de Montmatre. Es el punto exacto donde se encontraba la primera residencia de Pablo Ruiz Picasso en Paris. Me parece algo espectral, esta tarde de principios de la primavera ya ha declinado, y pronto las luces de las farolas se encenderán para darnos a conocer otro Paris, el que nos trae la iluminación de la noche. Trato de repasar mentalmente lo que aquel lugar representa: aquí residió no solo Pablo Ruiz Picasso, desde 1904, sino también Juan Gris, Amadeo Modigliani y Max Jacobs; antes de Picasso estuvo por aquí Paul Gauguin cuando a Le Bateau-Lavoir se la conocía como La casa del trampero. Por aquí pasaron artistas de la talla de Henri Matisse, (acabamos de ver su exposición Cahiers d’art, le tournant des années 30 en el delicioso museo Musée de l'Orangerie en el Jardin des Tuileries, Place de la Concorde, côté Seine en Paris) Guillaume Apollinaire, Georges Braque, Jean Cocteau o Gertrude Stein entre otros. Aquella época, con aquellos y otros artistas, es recreada magnificamente en la película de Woody Allen Midnight in Paris.
Le Bateau-Lavoir significa Barco Lavadero porque su aspecto recordaba a Picasso y sus amigos las barcazas atracadas en el Sena que se usaban a modo de lavaderos. Es aquí en Le Bateau-Lavoir donde se expone por primera vez la primera obra emblemática de Picasso: Las señoritas de la calle de Avinyó. Algunas creen que se refiere a la ciudad de Avignón en Francia pero, en realidad, se refiere a una calle de Barcelona donde existía una casa de prostitución a principios del siglo XX. Esta obra es fruto de muchas influencias entre ellas las del arte africano, a través de Apollinaire y Gauguin y, muy en particular, sus máscaras que se pusieron en boga en Europa por aquella época. Un notable divulgador de las mismas fue el etnólogo alemán León Frobenius como comenta José Ortega y Gasset en su obra Las Atlántidas y el Imperio Romano. Asimismo Picasso evoca las figuras de El Greco en su obra Apertura del Quinto Sello del Apocalipsis; pero también varias obras de Paul Cézanne sobre el tema común de las bañistas. Las señoritas de la calle de Avinyó se considera por muchos como el nacimiento del arte moderno, en particular del cubismo. Picasso para críticos de la talla de Eugenio D' Ors, representa una genial reacción contra el predominio de la naturaleza en el arte y, en particular, contra el impresionismo. En un sentido, es una revuelta contra el realismo pero es, a su vez, una vuelta al modelo clásico de la imagen humana aunque estas aparezcan deformadas y en moldes más o menos geométricos.
Pero en este lugar, que por momentos se vuelve más y más lánguido por la lluvia y la hora del día que es, no pude dejar de pensar en la primera obra de Picasso que vi: El Guernica. Recuerdo que me sorprendió por sus dimensiones, extasiado por la potencia comunicativa de sus figuras, y por su color, esos tonos blancos y negros pero sobre todo grises. Pero también por los bocetos que le acompañaban en aquella exposición que recuerdo muy bien que estaban hechos sobre papel azul. Fue en el Casón del Buen Retiro de Madrid en 1981, donde acompañaba a mi padre. La presencia del Guernica en España fue el resultado de arduas gestiones del gobierno de Adolfo Suárez, encabezadas por el ministro de cultura Íñigo Cavero, y el director general de Bellas Artes, Javier Tusell. El emblemático óleo sobre lienzo llegaba a España después de su largo exilio en el MOMA de Nueva York.
Este mural, curiosamente, está también conectado con Paris. Aquí fue concebido y realizado para el pabellón español que formó parte de la exposición internacional Artes y técnicas de la vida moderna que tuvo lugar en 1937. Era un encargo que se le hizo a Picasso por parte del Gobierno Republicano por medio del director general de Bellas Artes, Josep Renau, y figuras tan relevantes de la cultura española como Max Aub, José Bergamín y Juan Larrea. La idea, aparentemente, era la de generar simpatías para la causa republicana en plena Guerra Civil española. Lo que nadie imaginaba es que el bombardeo de la ciudad de Guernica iba a proporcionar al pintor malagueño un tema cuya plasmación en lo que conocemos hoy como el Guernica de Picasso iba a permanecer como el más influyente alegato artístico contra la guerra. Y es que la localidad vasca fue bombardeada desde el aire un 26 de abril de ese mismo año, 1937, por aparatos pertenecientes a la legión Cóndor. Se considera la primera gran masacre de civiles de nuestros tiempos. Picasso se enteró de la masacre por la prensa, llegando incluso a ver fotografías publicadas en el periódico L´Humanité el 28 de abril. De una manera prodigiosa Picasso tardó tan solo cinco semanas en realizar la obra. Dora Maar nos legó un testimonio fotográfico del desarrollo de la obra, aparecidas en la revista Cahiers d´Art. El Guernica se encuentra ahora en el museo Reina Sofía de Madrid. He tenido ocasión de verlo allí igualmente y nunca deja de impresionarme. Pero en esa plaza parisina, la melancolía de aquel momento, de un pasado fugaz que ya no está presente, me ha recordado, sin embargo, la vigencia del Guernica, lamentablemente a la luz de otra contienda actual, la guerra contra Ucrania.
Bien se que se han vertido auténticos ríos de tinta para desentrañar el irresistible atractivo antibelicista de la gran obra del genio malagueño. Francisco Calvo Serraller comenta que: “los especialistas del Guernica- Blunt, Arnheim, Russell, Palau i Fabre, etc, se han vuelto locos buscando antecedentes en este laberinto sin final que compendia toda una vida de sabia contemplación y, si aciertan en identificaciones parciales, les queda algo siempre enigmático”. Aún así me siento compelido a indagar sobre las causas del éxito de este inmenso mural. A mi modo de ver la universal apelación del Guernica estriba en la movilización de todo el excepcional estilo picassiano para representar una causa general contra todo tipo violencia y matanza. Picasso quiere que esta obra no nos deje indiferentes. Francois Guilot, que llegó a ser su esposa, recuerda, en su célebre Mi vida con Picasso como el artista le dijo en una ocasión que lo que le interesaba comunicar eran los “rapports de grand écart …, la más inesperada relación posible entre las cosas de las que quiero hablar ... una pequeña cabeza en un cuerpo grande; una cabeza grande en un cuerpo pequeño. Quiero dirigir la mente hacia una dirección desacostumbrada y despertarla”.
El Guernica sería, entonces, una de las expresiones artísticas más relevantes de este ideal picassiano. En el Guernica, los efectos de la guerra aparecen plasmados en imágenes de una desusada fuerza simbólica: Así, la muerte, la destrucción y la desesperación se hacen carne. El cubismo y la pureza de las líneas del neoclasicismo consiguen que las figuras de las personas, en su deformación, transmitan un inexpresable dolor, un hondo abatimiento y lo que puede ser la pérdida de la vida. Pero también dos de estas figuras estropeadas expresarían, quizás, una suerte de atisbo de clamor al cielo, la de la izquierda del cuadro, un trasunto de la Pietá de Miguel Ángel, o, la más aparentemente alejada a la derecha con ambas manos levantadas en vertical. Los animales participan del desastre: el minotauro de Creta (la minotauromaquia tan querida por el malagueño no podía faltar) pasivo y quieto y, por tanto, desconocido, o el caballo relinchando, que casi podemos oír, o la paloma de la paz opacada. Me recuerda a lo que dice Pablo de la creación en Romanos 8, que no deja de gemir anhelando su liberación. La luz proveniente de una bombilla y un quinqué, se arroja sobre la escena, para que no se oculte la crueldad y la tragedia de lo acontecido. Dios también toma nota pues la bombilla está enmarcada en una suerte de ojo divino que todo lo escruta. Dios no dejará impune al malvado enseña la Escritura. Pero todo está imbuido de un ambiente sombrío, de claroscuros, que comunica lo que nuevamente Eugenio D' Ors cree que está presente en toda la producción del genio de Málaga: “una creencia, si se quiere ir hasta el fondo de las cosas en el mal y en el pecado”. Este es el origen de toda guerra y que de ningún modo, por lo menos para Picasso podría, aparentemente, ser transmitido por el impresionismo. La ausencia de fondos en la obra de Picasso, la difuminación de la perspectiva tan presente también aquí en el Guernica, es, a la postre, una bofetada de realidad. Nos topamos, nos damos de bruces con la crueldad de la guerra misma: la realidad de la existencia del mal.
Pero, aunque las figuras en un mismo plano sean de por sí magníficas, y nos inviten a desentrañarlas, el inmenso óleo comunica por su conjunto. Esto es lo que a mí más me seduce de Picasso, el impacto visual que causan sus representaciones en el lienzo tomado como un todo. Esta es, curiosamente, la realidad del mal en Picasso: en el Guernica el horror de la guerra, no puede ser meramente individualizado en este o aquel detalle concreto del cuadro, sino que aparece en la obra en su globalidad. La violencia como el mal absoluto: este es el mensaje de Picasso en el Guernica. Ese es el impacto que conservo desde la primera vez que vi el cuadro, una indeleble imagen en mi memoria. La Biblia también enseña que la Caída del ser humano en el pecado tuvo, enseguida como consecuencia atroz, el asesinato de Abel.
El Guernica permanece como un perenne icono contra la guerra. En este remanso de paz que es ahora ya con la noche cerrada, la plaza Émile Goudeau, no puedo quitarme de la cabeza a Ucrania y lamento que esa cruel agresión que sufre no sea un fenómeno del pasado. He aquí el emblema de los horrores de toda guerra, pasada, presente o futura. Y es ese doloroso llamamiento a la palpable existencia del daño que el ser humano es capaz de infringir a sus semejantes y a la naturaleza, lo que hace que el Guernica de Pablo Ruiz Picasso no pueda pasar de moda. El Guernica, es, posiblemente, su obra más íntegra. Y es que existe para inquietarnos, nos retrata tal y como somos, en nuestra capacidad para damnificar y para sufrir. Al contemplarlo nos vemos turbadamente reflejados. Es un espejo que nos muestra lo que somos. Por eso perdura. Tenemos, pues aquí, la terrible realidad del pecado y sus consecuencias. Una humanidad y una creación que conservan su dignidad aún en medio del pecado, aún heridos por el pecado. Y es por eso por lo que mal resulta tan turbador, porque atañe y menoscaba la misma imagen del ser humano.
Picasso nos muestra lo que es capaz de hacer el ser humano caído en pecado. Este potente alegato pictórico es más pertinente que nunca porque todavía nos creemos buenos y capaces de salvarnos a nosotros mismos. El Guernica no nos permite tener esa idea tan superficial del ser humano. Hay algo oscuro y malignamente enigmático en nuestra maldad. Por tanto, el diagnóstico que traza Picasso sobre el mal en esta obra es correcto. Ahora bien, precisamos de algo más que el Guernica para hacernos una idea completa de toda la realidad. Y es aquí donde aparece con todo su esplendor la fe cristiana. Aquello que no puede pintar Picasso, lo que no refleja el Guernica, a saber, el justo juicio de Dios que vendrá sobre el pecado y los hacedores de toda maldad. No se puede leer la Biblia sin toparse con la realidad de que habrá un Juicio Final. No vivir ante este hecho divino es negarse a tener una visión integral de todo. Pero también las Escrituras revelan la redención de esa humanidad caída en pecado, por Aquel que llevó sobre sí en la cruz el justo juicio de Dios sobre el pecado y el mal. Sus sufrimientos penales y sustitutorios son únicos, los del Dios-hombre, nuestro Señor Jesucristo. Y es que el sobrecogedor y silencioso clamor a lo alto que expresan algunas de las figuras de Picasso, solo puede ser respondido por la voz de Aquel que también soportó los resultados del mal en la cruz para así salvarnos, por Aquel que asimismo exclamó: “ Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, Mateo 27.46. El que ha padecido hasta ese punto, Jesús, puede ahora oír la queja de los que gimen por el mal. Y es por eso, precisamente, por lo que solo el Señor Jesucristo puede salvarnos: “porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”, Lucas 19.10.
Por JOSÉ MORENO BERROSCAL/Protestante
digital
No hay comentarios.: