"No más guerras, destruyen la vida", el Papa en la Conmemoración de los Difuntos
CIUDAD DEL VATICANO (2 Noviembre 2023).- Francisco celebró la Misa de Conmemoración de los Difuntos en el "Rome War Cemetery", entre las tumbas de los caídos en la guerra. Estaban presentes unas 300 personas, reunidas bajo la lluvia. El recuerdo de la joven edad de los caídos y el dolor por su final: "Tantos muertos inocentes, tantas vidas truncadas, las guerras son siempre una derrota. No hay victoria total". La invitación a pedir a Dios el don de la paz.
Hoy, pensando en los
difuntos, pedimos al Señor la paz para que la gente no se mate más en las
guerras. Tantos inocentes muertos, tantos soldados que dejan allí su vida, y
esto porque las guerras son siempre una derrota. Siempre.
Francisco lleva un
ramo de flores blancas, luego junta ambas manos en señal de oración y apoya la
barbilla en ellas mientras, sentado en una silla de ruedas, recorre el césped
sobre el que se alzan las 426 lápidas del Cementerio de Guerra de Roma, el camposanto
que guarda los restos de los soldados caídos de la Commonwealth. En este
espacio verde construido por el arquitecto Louis de Soissons tras la Segunda
Guerra Mundial en el barrio romano de Testaccio, poco conocido por los romanos,
pero claramente visible desde el exterior, Francisco eligió este año celebrar
la misa del 2 de noviembre, conmemoración de los fieles difuntos.
Las guerras, siempre una derrota
Una tradición llevada
adelante varias veces en estos más de diez años de pontificado con celebraciones
en el Cementerio Laurentino, el Cementerio Militar Francés, el Verano, Prima
Porta, el Cementerio Americano de Nettuno. Lugares de memoria, de historia, de
dolor que, en estos tiempos desgarrados por los conflictos, recuerdan a la
humanidad cuál es la principal consecuencia de la guerra: la muerte. De todos,
vencedores y vencidos. "Sin conciencia".
"Las guerras son
siempre una derrota. Siempre...", puntualiza el Papa en la breve homilía,
repitiendo lo que ya dijo en el último Ángelus desde el estallido de la
violencia en Oriente Medio.
Tantas personas
jóvenes y no tan jóvenes en las guerras del mundo, incluso más cerca de
nosotros, en Europa. Cuántos muertos... Se destruye la vida, sin tomar
conciencia de ello. No hay victoria total, no. Sí, uno gana al otro, pero
detrás está la derrota del precio pagado.
Vidas truncadas
El Pontífice llegó al
Cementerio de Guerra de Roma con casi media hora de antelación. Primero saludó
en la entrada al grupo de fieles reunidos allí desde hacía unas horas a pesar
de la lluvia intensa de la mañana, después, bajo el mausoleo, estrechó la mano
de los miembros del personal de la Commonwealth War Graves Commission (Cwgc),
la comisión que se ocupa del mantenimiento y la gestión del cementerio.
Inmediatamente después, el habitual recorrido entre las tumbas de los caídos en
la guerra. Miraba a su alrededor Francesco, intentando distinguir los nombres
inscritos en el mármol. Nombres de distintas nacionalidades, incluidos
militares, soldados e incluso algunos aviadores que murieron como prisioneros
de guerra en Roma. Nombres flanqueados por el escudo de la entidad militar a la
que pertenecían, algunos lemas y sobre todo las fechas que indicaban la edad,
incluso muy joven, de los fallecidos.
Yo miraba la edad de
estos soldados caídos, la mayoría entre 20 y 30 años. Y pensé en los padres, en
las madres que reciben esa carta: Señora, tengo el honor de decirle que tiene
usted un hijo héroe... Sí héroe, pero me lo han arrebatado. Tantas lágrimas en
estas vidas truncadas.
Unos 300 presentes bajo el sol y la lluvia
Desde las Murallas
Aurelianas que bordean el cementerio, mientras tanto, la sombra de un rápido
rayo de sol se extiende durante unos instantes, abriéndose paso entre las
negras nubes. La lluvia vuelve a caer copiosamente en cuanto termina la homilía
y esparce el olor a hierba mojada. La tierra hunde las sillas colocadas delante
del altar, instalado bajo un toldo blanco exactamente delante de la Piedra del
Recuerdo, una gran cruz de piedra en medio de la avenida.
Están presentes unas
300 personas, entre sacerdotes, familias, ancianos, militares y autoridades,
incluido el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri. Abren sus paraguas y se ponen
sus capas. No aplauden la llegada del Papa, ni comentan o pronuncian una sola
palabra. Mantienen el silencio que impregna toda la celebración, sólo
interrumpido por el llanto de una niña y el sonido de un taladro por unas obras
viarias cercanas.
Memoria y esperanza
Esta celebración,
dice el Papa al comienzo de su reflexión, "nos trae dos pensamientos:
memoria y esperanza". La "memoria de los que nos han precedido, que
han hecho su vida, que han terminado su vida". Memoria de "tantas
personas que nos han hecho bien, familiares, amigos, memoria también de
aquellos que no hicieron tanto bien pero que en la misericordia de Dios fueron
acogidos, la gran misericordia del Señor".
Luego la esperanza,
repite el Papa: "Esta es una memoria para mirar hacia adelante, para mirar
nuestro camino, nuestro recorrido".
Caminamos hacia el
encuentro con el Señor. Debemos pedir la gracia de la esperanza... La esperanza
cotidiana que nos lleva adelante, nos ayuda a resolver los problemas.
Pedir a Dios la paz
Francisco mira la
actualidad, este mundo herido por las guerras. Dirige, como en el pasado, su
pensamiento a las familias de los que mueren en los campos de batalla.
"Tantas lágrimas en estas vidas truncadas", repite. A continuación,
exhorta a los presentes a invocar la paz de Dios y a rezar por "nuestros
difuntos", de hoy y de ayer, "por todos".
Que el Señor acoja a
todos. Y que el Señor también tenga piedad de nosotros y nos dé la esperanza,
para seguir adelante y encontrarlos a todos juntos cuando nos llame. Que así
sea.
Al final de la
liturgia marcada por cantos y oraciones, por el sol y la lluvia, la oración del
Descanso Eterno. Luego, acompañado por los aplausos y los gritos de "Viva
el Papa" desde detrás de las puertas, se dirige lentamente hacia la
salida, con la cabeza gacha. Una última mirada a estas piezas de mármol que
condensan toda una vida. Una vida "truncada".
Por SALVATORE CERNUZIO/Vatican News
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