San Cristóbal está sumergida en una gran anomia, en donde todo va a la deriva, sin brújula que le lleve a puerto seguro, sin que se vea voluntad de cambios, tal parece que a nadie le importara su suerte, sencillamente y en buen dominicano, en esta ciudad se vive a la “brigandina”.
Es como si no tuviéramos autoridades, el día de hoy, es la fotografía exacta del día de ayer.
Violencia, drogas, delincuencia, desorden vial, connivencia, desamparo, desempleo, desencanto y la impotencia, caracterizan esta población, en la que al parecer la esperanza era verde y se la comió un burro.
Habría que preguntarse, para qué vamos a las urnas a elegir a un senador, diputados, Alcaldes, regidores y demás, si no son capaces de motorizar, impulsar y motivar acciones precisas y contundentes para enfrentar el deterioro y el estado de cosas que, en todos los aspectos vivimos y, que poco a poco nos desliza hacia el abismo social.
Pero de igual forma, llamar la atención a las instituciones y entidades de profesionales, empresarios, comerciantes, juntas de vecinos, obreros, a dejar de lado esa actitud parsimoniosa y esa dejadez, que solo a veces se activa cuando sucede un hecho o situación que por su magnitud e implicaciones detona la alarma en la población.
Como la desgracia, la gran explosión ocurrida en el antiguo Mercado de la Padre Ayala, el funesto día 14 de agosto pasado, que dejó 40 personas muertas y más de 60 heridas y lesionadas, y gran trastorno social y emocional, que por cierto, aún, cuatro meses después, no hay una respuesta convincente al respecto.
Pero con el pasar de los días, vuelve la cotidianidad del caos y el desorden, desaparecen las reseñas de los medios de comunicación, todos los que levantaron su voz, retornan a su no hacer nada, en su mundo silente y cómplice de la anomia que nos arropa.
Y seguimos caminando sin rumbos, ni metas definidas, porque en San Cristóbal, como siempre, en lugar de suturar bien nuestras heridas solo las curitas, son los santos remedios a nuestros problemas.
Pero a pesar de los pesares, en San Cristóbal, al parecer vamos en coche y todo es felicidad, a los ojos de nuestras autoridades.
Con Dios, siempre.
Por LEONARDO CABRERA DÍAZ
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