El Síndrome de pato


Vivir de las apariencias y del allante, salir a las calles simulando que todo está bien, y que no se le debe un chele a nadie, es el diario vivir de más de un quintal de  gente. 

Dicen que cuando estás en  buenas, a muchos amigos conviene 

Pero sí en “cuenca” estás, ni  vecinos, ni primos y ni mujeres tienes.

Pero siempre hay que tener la sonrisa y la bandera del ánimo en el tope del asta.

Caminar y jamás pensar en  tirar la toalla, ni ante  reveses, ni en momentos adversos. 

Cada día trae su propio  afán, con sus mochilas a cuestas, unas más ligeras y con menos problemas y dificultades que otras, 

Pero todas encorvan y doblan las espaldas “porque cuando es mucho, hasta el algodón pesa.”

Y en éste mundo de apariencias, simulaciones, y de poses fingidas, entre afectos y desafectos, y amores y desamores.

Entre la salud y la enfermedad, entre la riqueza y la pobreza, entre el político y el hombre de trabajo. 

Entre lo real y lo imaginario,  ahí, es donde reside y habita  el llamado Síndrome del pato de Stanford.

Aquel que tranquilo y sereno sobre las aguas deleita con su hermoso nadar, de aquí para allá, y de allá para acá, como si  el viento lo empujara   y de un lado a otro lo llevara, a veces lento, 

otras, rápido y con destreza.

Pero es con   sus patas,  que por debajo del agua, el pato rema  sin cesar, mientras balancea y zigzaguea su   cabeza como diciendo que si.

“Siganme los buenos”

Y  se mantiene a flote,

con singular elegancia,

sin que apenas se note

 y en casi nada se perciba 

el  esfuerzo  que hace 

y que  con sus  patas realiza

Nadar es su meta,    mantenerse a arriba,

amén de los trotes

de eso se trata la vida.

Darse por entero, en pie de lucha, sin miedo a romperse en pedazos, pero cuidando siempre, que  así no suceda.

“Estoy un poco lastimado pero no estoy muerto. Me recostaré para sangrar un rato. Luego me levantaré a pelear de nuevo.”

John Dryden.

Ese es el mundo y su cruce. tan raro, tan extraño

que ni mundo parece 

Pero al fin y al cabo,

El  mundo es

Con Dios siempre, a sus pies.


Por LEONARDO CABRERA DÍAZ

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