"La soberbia, un vicio que envenena el sentimiento de fraternidad". Papa Francisco
CIUDAD DEL VATICANO (6 Marzo 2024).- A la multitud congregada en la plaza de San Pedro para la audiencia general, el Papa invitó a aprovechar la Cuaresma para luchar contra este mal, detrás del cual "se esconde el pecado radical, la absurda pretensión de ser como Dios". El "verdadero remedio" es la humildad.
"La soberbia es la auto-exaltación, el
engreimiento, la vanidad": la catequesis de la audiencia general de hoy en
la plaza de San Pedro está dedicada a este vicio, el último del recorrido sobre
los vicios y las virtudes iniciado el pasado 27 de diciembre. La leyó monseñor
Pierluigi Giroli, padre rosminiano de la Secretaría de Estado, "un
ayudante mío", comentó el Papa al presentarlo, "porque todavía estoy
resfriado y no puedo leer bien". La lectura que la precede está tomada del
libro del Eclesiástico:
“La soberbia es odiosa al Señor y a los hombres (…)
¿De qué se ensoberbece el que es polvo y ceniza? (…) El Señor derribó los
tronos de los poderosos y entronizó a los mansos en lugar de ellos.”
De
todos los vicios, la soberbia es la "gran reina"
Francisco describió al soberbio: "es aquel que
cree ser mucho más de lo que es en realidad; aquel que se estremece por ser
reconocido mayor que los demás", a los que desprecia por considerarlos
inferiores. El Papa recordó la catequesis del pasado miércoles, en la que se
habló de un vicio similar, la vanagloria, pero "es una enfermedad infantil"
si se compara con la soberbia. Y afirmó:
Analizando las locuras del hombre, los monjes de la
antigüedad reconocían un cierto orden en la secuencia de los males: se empieza
por los pecados más groseros, como la gula, y se llega a los monstruos más inquietantes.
De todos los vicios, la soberbia es la gran reina. (…) Quien cede a este vicio
está lejos de Dios, y la enmienda de este mal requiere tiempo y esfuerzo, más
que cualquier otra batalla a la que esté llamado el cristiano.
Jesús
nos enseñó a no juzgar nunca
Dentro del mal de la soberbia, continuó el Papa, está
"la absurda pretensión de ser como Dios", está por tanto el pecado
radical. Arruina las relaciones humanas, envenena ese "sentimiento de
fraternidad" que debería unirnos a todos. El soberbio también se revela
como tal en su físico y en actitudes particulares:
Es un hombre fácil de juzgar desdeñosamente: por nada
emite juicios irrevocables sobre los demás, que le parecen irremediablemente
ineptos e incapaces. En su arrogancia, olvida que Jesús en los Evangelios nos
dio muy pocos preceptos morales, pero en uno de ellos fue inflexible: no juzgar
nunca.
El
ejemplo del apóstol Pedro
A la persona soberbia es imposible hacerle ni siquiera
una pequeña crítica u observación, continuó el Pontífice. Es imposible
corregirle, con ella sólo hay que tener paciencia "porque un día su
edificio se derrumbará". Y citó el ejemplo del apóstol Pedro, que
alardeaba al máximo su fidelidad: "Aunque todos te abandonen, yo no lo
haré" (cf. Mt 26,33), para luego descubrirse tan temeroso como los demás
ante el peligro de muerte.
Y así, el segundo Pedro, el que ya no levanta el
mentón, sino que llora lágrimas saladas, será medicado por Jesús y será por fin
apto para soportar el peso de la Iglesia.
La
salvación pasa por la humildad
"El verdadero remedio para todo acto de
soberbia" es la humildad por la que pasa la salvación y María es ejemplo
de ello. En el Magnificat, da testimonio del Dios que "dispersa con su
poder a los soberbios en los pensamientos enfermos de sus corazones". Por
último, Francisco recordó al apóstol Santiago, que escribió a una comunidad
herida por las luchas internas originadas en el orgullo: "«Dios resiste a
los soberbios, pero a los humildes les da su gracia" (St 4,6). Y concluyó
con una referencia al tiempo que estamos viviendo:
Por tanto, queridos hermanos y hermanas, aprovechemos
esta Cuaresma para luchar contra nuestra soberbia.
Por ADRIANA MASOTTI/Vatican
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