En todas las actividades, sean estas de trabajo, de negocios, familiares, sociales, culturales, deportivas, religiosas o políticas, es muy probable que la ingratitud esté sentada a la mesa.
La ingratitud subyace en los hombres, es algo innato, corre en su torrente sanguíneo como semilla infernal que, aunque no en todos los seres humanos germina y crece, si lo hace, y está presente en una gran parte de la población.
Hoy por hoy, la ingratitud anda por sus fueros, está como la verdolaga, a diestra y siniestra, resquebrajando confianza y afectos, y echando por el suelo la moral, la ética y principios…
Uno de sus mejores escenarios, sin lugar a dudas, es la actividad política, en la que hay ejemplos de sobra…
Y en ese aspecto, como en otros tantos que les son perjudiciales, San Cristóbal, no se queda atrás, está puntero.. hay que sacarle su plato aparte.
La ingratitud va de una mesa a otra, sin el menor miramiento, y hasta con cara de orgullo, enfocada solo en seguir degustando del exquisito manjar de las arcas del Estado, como rémoras del poder.
La ingratitud, por demás, histriónica y perversa, se anida y apoya en todo funcionario público, a los que las ínfulas del poder les hace creerse dioses terrenales, y que por tanto, caminan sobre las aguas.
Olvidan, que caminar sobre las aguas, es cosa, solo de Dios.
“Oh miseria humana, a cuántas cosas te sometes por dinero”
Leonardo Da Vinci.
Con Dios siempre. A sus pies.
Por LEONARDO CABRERA DIAZ
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