Cuesta abajo, como el tango de Lepera y Gardel, apuramos el paso a los 60 años. Desde allí, sin dudas, la vida tendrá otro tono; mirar el mundo desde el balcón de las canas y a la orilla de la memoria, hace que todo parezca distinto…Empezamos por elucubrar sobre el número de los peldaños que, subrepticiamente y a su antojo, nos retan a seguir bajando el sendero angosto donde, poco a poco, las luces se agotan. Vivir será siempre, conforme al relato de Borges, la duda inquietante, el milagro imperfecto, la eternidad de un instante. La felicidad, aquello que sin tocar la perfección ni la dicha completa, llena el espíritu y prodiga satisfacción.
Breve y menos pretencioso, al pie de divagaciones
complejas y sencillas, más propias del esfuerzo memorístico que de las fuentes
rigurosas, tropiezo con un pensamiento de María Luisa Bombal: “Puede que la
verdadera felicidad esté en la convicción de que se ha perdido
irremediablemente la felicidad. Entonces empezamos a movernos por la vida sin
esperanzas ni miedos, capaces de gozar por fin todos los pequeños goces, que
son los más perdurables.”
Para la poeta chilena se trata de una joya preciada,
guardada en un escondrijo pequeño: el nimio detalle de saberla escondida
reserva un goce tan elevado como ostentarla permanentemente frente a los ojos
del universo. Ave negra de plumas doradas y cuerpo diminuto que rauda y ligera
sobrevuela la noche oscura y que, no obstante, su evasiva presencia y lejanía, jamás
deja de ser promisoria...
En neuroimágenes observamos que la palabra felicidad,
edulcorante y melosa, forma parte del ramillete gracioso de los vocablos que
más agradan al cerebro humano. Destinados a experimentarla, poseemos un
circuito refinado y misceláneo de interacciones múltiples: la amígdala cerebral
(control de las emociones), el hipotálamo (control del sistema endocrino,
hormonal) y el neocórtex (la racionalización de los actos). La conciencia es
puente y es lámpara, punto de encuentro donde emociones y racionalidad se
equilibran e iluminan. Como un juez, dictamina y acalla las acaloradas disputas
internas que surgen entre ambas.
Zonas y regiones cerebrales activan juntas el llamado
“sistema de recompensa”, liberando neurotransmisores (dopamina, serotonina, y
oxitocina) que irrigan el núcleo accumbens y el córtex prefrontal. La dopamina,
toda una celebridad dentro del universo bioquímico cerebral, vinculada a la
motivación y el aprendizaje, balancea la satisfacción. La serotonina, entre
tantas funciones, es moduladora primigenia del estado anímico, la ansiedad y la
conducta social. La oxitocina, motor de la empatía, conectada a la confianza,
la fidelidad, los sentimientos de conexión y la cercanía con los demás.
La relevancia de los núcleos involucrados en el
procesamiento visual y auditivo adjunta la corteza prefrontal (cognición, toma
de decisiones, planificación) con la amígdala, responsable del procesamiento
emocional, la memoria, la respuesta al miedo y al estrés. Emoción, sentimiento
o ambas cosas a la vez, apreciamos felicidad desde el instante cuando asoma la
ventisca del bienestar, la ráfaga de plenitud que inunda cada centímetro de
nuestro amalgamado paisaje de sensaciones…
Luca Pani, neurofarmacólogo y psiquiatra italiano,
divisa un mecanismo evolutivo que viene impreso en los genes y que, de hecho,
forma parte de la sobrevivencia. Impulso fundacional que motiva la búsqueda de
alimentos y la necesidad de reproducción, es decir, placer y alimentación
emparentados para sobrevivir y multiplicarse.
Atrás, buceando en el océano de la filosofía
occidental, la pregunta por la felicidad ha sido constante y primordial.
Sócrates, estoico sin saberlo, considera que es el último bien del hombre,
labrado con la práctica de la virtud, el conocimiento y la contemplación.
Platón simplifica un conjunto de virtudes, dominado
por la sabiduría, la valentía y la justicia. Que impone al sujeto de la polis
(ciudad) realizar lo que corresponde a cada uno y hacer las cosas de acuerdo al
deber. Diferente a su maestro, Aristóteles abraza una óptica más individual: la
frónesis. Esa prudencia de saber actuar, ante toda circunstancia, entre el
equilibrio y la moderación.
En Epicuro, que incluía mujeres y esclavos en su
escuela, la vida feliz prescinde del conocimiento y la sabiduría, pues, apenas
son medios. Orientados al placer, todos los individuos podían ser felices,
bastaba comer y vivir rodeados de amigos; la filosofía, como propósito de vida,
apenas significaría un eslabón.
Los estoicos, acuden a la imperturbabilidad ante los
cambios de la vida y el azar del espíritu. La mayoría de sus representantes
optaron por la ataraxia (serenidad), vía predilecta para alcanzar la
eudaimonía, en todo caso, la plenitud.
Los cínicos, se decantaron por la vida simple del
perro, según ellos, la única con significado. Mostraron desdén por las riquezas
y las comodidades, símbolo de una vida austera y minimalista que, sin elogios
de la pobreza, descansaba en la sencillez y la libertad, contrariando los
deseos que estimulan los honores, la riqueza y el poder.
Hedonistas ansiaban el placer, que también determinaba
el valor de la acción del sujeto. Mientras los utilitaristas centraron el fin
último en los resultados de las acciones, apelando a la satisfacción de las
preferencias.
El Budismo parte una concepción no teísta, niega la
existencia del alma, postula erradicar la ansiedad y los anhelos molestosos y
agrega la felicidad tal cual un estado de armonía interior cuyo bienestar es
perdurable. Se empeña en “la anulación de los placeres y deseos” hasta lograr
el nirvana, bienaventuranza total, donde ningún deseo puede prevalecer como
prioridad.
Bertrand Russell diría que la conquista de la
felicidad no es el problema, su enemigo visceral habita en las “pasiones
egocéntricas”, enclaustradas en nuestro pensamiento de forma constante. Cifrar
la vida en el ego arrastra la fatiga, el aburrimiento, la envidia, la
competitividad, el victimismo, el sentimiento de pecado y el miedo a la opinión
pública...
Dicho sea: Historia, cultura, religión y sociedad
esculpen nuestra vida. A final de cuentas, somos el resultado de un cerebro que
juega a ser filosófico y, por si fuera poco, apuesta a la felicidad…
Por RICARDO NIEVES
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