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El Pato Donald cumple 90 años

El pato fue creado para acompañar al ratón pero enseguida tomó vuelo propio. Un corto de 1943 cuestionaba el régimen de Hitler y hasta ganó el Óscar. Pero no todos lo interpretaron como el estudio había planeado. Gruñón. Ansioso. Vestido -bueno, vestido a medias- de marinero. Con una voz inentendible y también inolvidable. Atolondrada voz, sobre todo en los picos de ira que, cuanto más altos, más le enrollan la chaqueta marinera al cuello, como si fuera posible que la ropa tuviera estado de ánimo. Sin ninguna intención de ser menos que un protagonista pero también leal a sus amigos y perfectamente consciente de que, más allá de sus intenciones, nunca sería más que un número dos. Capaz de errores graves, de esos errores políticamente incorrectísimos, y también capaz de sentir remordimiento y arrepentirse. Y, de nuevo, porque lo es todo el tiempo, gruñón.

Hace exactamente noventa años, en un corto animado de algo más de siete minutos, hizo su primera aparición el Pato Donald, un personaje que tuvo voz antes de tener cuerpo, personalidad e historias para encarnar. Y tuvo voz antes que cualquier otra cosa porque Walt Disney había quedado maravillado con un currículum que había llegado a sus estudios de animación. Era el de Clarence Nash, un locutor de publicidades que había grabado los efectos de sonido de un grupo de caballos tirando de un carro que repartía leches de la empresa Adohr Milk Company. Walt vio el CV y reconoció enseguida el talento detrás de la publicidad de lácteos, así que quiso esa garganta para su propio beneficio. Y fue alrededor de la voz que Nash empezó a inventarle a Donald, que creció como el pato más famoso de la historia del cine y también de las historietas.

En 1970, en el primer disco que editó tras la disolución de The Beatles, John Lennon incluyó una canción llamada “Working class hero” (“Héroe de la clase trabajadora”). Así, exactamente así, definió Chris Pallant, un investigador de la Universidad Canterbury Christ Church dedicado a la historia de las animaciones de Disney, al Pato Donald. “La popularidad del personaje se basa en que es un héroe de la clase trabajadora. Por eso es que la audiencia lo adora. Se ha conservado bien con el correr del tiempo, siempre persiste ante la adversidad, y es muy popular porque es la imagen de un hombre común”, describió Pallant a Donald en una entrevista con la BBC hace algunos años.

A lo largo del tiempo -noventa años es mucho tiempo- fueron varias las explicaciones de por qué Donald logró consagrarse como un personaje de enorme popularidad. Su capacidad para expresar sus emociones -incluso, y sobre todo, las negativas- generó empatía inmediata entre el público, porque todos tenemos uno o muchos malos días. La velocidad a la que apadrinó repentinamente a sus sobrinos Hugo, Paco y Luis conmovió al público. Su capacidad para arrepentirse después de dañar, también: a esos mismos sobrinos les roba de su alcancía para invitar a una cita a Daisy, su novia histórica, y enseguida lo habita el remordimiento. Lo descubren devolviendo las monedas, se avergüenza, pide perdón: el más humano de los patos animados. “Un hombre común”, en palabras del experto en la historia de Disney.

Daisy no estuvo siempre allí. Apareció por primera vez en un corto de 1940, y después de que Donald tuviera otra novia: Donna. Por algún tiempo, tanto en las películas como en los cómics, Donna y Daisy aparecían alternadamente. Incluso el público llegaba a confundirlas porque los autores parecían solaparlas. Pero en algún momento Daisy se impuso y fue ella quien continuó apareciendo no sólo en las historias protagonizadas por el pato, sino asociada, cada vez con mayor peso propio, a Minnie, a Mickey, a Pluto y a Goofy.

La pareja con Donald era explosiva: ambos podían perder la paciencia rápidamente, aunque ella siempre fue más elegante y sofisticada, incluso para ponerse de mal humor. Y ambos podían cuidar de Hugo, Paco y Luis con cariño y disciplina.

Walt Disney y una de sus más grandes creaciones: el Pato Donald. (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)
Walt Disney y una de sus más grandes creaciones: el Pato Donald. (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)

Donald supo acompañar a Mickey -la enorme estrella del estudio, mucho más  relajado que él- y ser par de Pluto y de Goofy mientras cobraba importancia propia y se convertía en el personaje central de cada vez más historietas y cada vez más cortometrajes. Por su habla inentendible -esa que logró que, todavía al día de hoy, se le llame “efecto Pato Donald” a la voz que se tiene después de inhalar helio-, Donald fue más comprendido en cómics que en películas: fue así que llegó con enorme potencia al público más adulto, que, a diferencia de los más chicos, sabía leer.

Pero hubo, sin dudas, una característica que distinguió a Donald de los demás personajes de los años dorados del mundo inventado por Walt Disney y fue comportarse como un gran trabajador, como un modesto pero cumplidor contribuyente a las arcas públicas y, por todo eso y teniendo en cuenta la bandera de sus creadores y productores, como un gran estadounidense. La época más gloriosa del pato fue nada menos que durante la Segunda Guerra Mundial y hasta se enfundó en un traje nazi para denunciar el régimen de Hitler -y para engrandecer la bandera norteamericana-. Aunque eso le saliera caro, al menos por varios años, al imperio Disney.

De vago a “héroe trabajador”

Hay que decir que para ser identificado como un gran trabajador, el Pato Donald empezó bastante vago. Su debut fue en un cortometraje animado el 9 de junio de 1934. Se llamaba “The wise little hen” (“La gallinita sabia”) y contaba la historia de una gallina que, junto a sus pollitos, pedía ayuda a Donald y a un cerdo para cosechar un campo de maíz. Donald y el cerdo se negaban todas las veces, aunque estuvieran incluso en plena fiesta entre ellos, aduciendo algún síntoma que 

los imposibilitaba: tos, dolor de panza, una descompostura fulminante.

Al final del corto, la gallina y los pollitos ya cosecharon todo el maíz y ella preparó delicias de todo tipo. Les acerca una canasta a Donald y el cerdo, que se ilusionan con probar alguna de esas recetas y se encuentran con un jarabe para curarse de todos esos males que manifestaban padecer. En la escena final, Donald y el cerdo se turnan para castigarse uno al otro, como quien confirma que la lección está aprendida.

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