GOOGLE

Reforma protestante: modelo de transformación integral

MADRID (1 Noviembre 2024).- Por lo tanto, ya que fuimos hechos justos a los ojos de Dios por medio de la fe, tenemos paz con Dios gracias a lo que Jesucristo nuestro Señor hizo por nosotros. 

Debido a nuestra fe, Cristo nos hizo entrar en este lugar de privilegio inmerecido en el cual ahora permanecemos, y esperamos con confianza y alegría participar de la gloria de Dios.

Romanos 5.1-2, Nueva Traducción Viviente

Ambos movimientos —la Reforma protestante en la Ginebra del siglo XVI y la teología de la liberación latinoamericana de finales del siglo XX— buscaron generar una transformación social masiva mediante la aplicación de la atención pastoral y la instrucción catequética. Tanto para Calvino como para Gutiérrez, la congregación local es el nexo del cambio social al modelar un estilo de vida comunitario alternativo que comienza localmente y luego se extiende a la sociedad en general, buscando transformar el mundo a imagen de Dios.1

Rubén Rosario Rodríguez

Sin temor a equivocarnos, es posible afirmar que la carta de san Pablo a los Romanos es la “carta magna” de la fe y de la reforma de la iglesia. Prueba de ello es el impacto que tuvo y el interés que despertó en los años cruciales de las reformas religiosas del siglo XVI cuando Martín Lutero, en un primer momento, y Juan Calvino, más tarde, recurrieron a ella para fundamentar la necesidad de reformar la iglesia, tal como tituló este último al opúsculo que dirigió al emperador Carlos en 1543 antes de la cuarta Dieta de Spira. De esta manera se expresa Calvino:

En una corrupción tan extrema de [la] sana doctrina, en una corrupción de los sacramentos tan infame, en una condición de la Iglesia tan deplorable, aquellos que mantienen que no deberíamos haber actuado tan enérgicamente, quedarían satisfechos con nada menos que una tolerancia perversa por la cual deberíamos haber traicionado la adoración de Dios, la gloria de Cristo, la salvación de los hombres, la administración completa de los sacramentos y el gobierno de la Iglesia. Hay algo engañoso en el nombre de moderación, y la tolerancia es una cualidad que tiene una apariencia justa y parece digna de elogio; pero la regla que debemos observar en todo lo que está en juego es esta: nunca soportar con paciencia que el nombre sagrado de Dios sea atacado con blasfemias impías; que Su verdad eterna sea suprimida por las mentiras del Diablo; que Cristo sea insultado, Sus misterios sacrosantos contaminados, las infelices almas cruelmente destruidas, y la Iglesia se retuerza en agonía bajo los efectos de una herida mortal. Esto sería no mansedumbre, sino indiferencia sobre cosas a las cuales todas las demás deberían posponerse.2

Lutero había salido airoso de su encuentro con las verdades teológicas paulinas lo que le permitió descubrir en toda su intensidad la doctrina de la justificación sólo por la fe (pues no hay que olvidar el debate por el uso de esa palabra en su traducción que tan bien defendió en su Misiva sobre la traducción, 1530) y desarrollar después una sólida “teología de la cruz” (a contracorriente de la “teología de la gloria” que tanto combatió). No debemos olvidar la bomba teológica que representó el comentario de Karl Barth a esa carta en 1919, auténtico petardo en contra del liberalismo que lo formó académicamente. Y, más recientemente, el enorme interés que se ha suscitado en ella por parte de un buen número de estudiosos de la filosofía, especialmente el italiano Giorgio Agamben (El tiempo que resta) y el noruego Ole Jakob Løland (El apóstol de los ateos). Todo ello, y más, contribuye a acercarnos una vez más a este monumento teológico que, junto con otros segmentos del Nuevo Testamento hicieron que las reformas religiosas del siglo XVI y posteriores se cimentaran y establecieran firmemente las transformaciones derivadas de su lectura.

La Reforma protestante: modelo de transformación integral

Lutero y Calvino.

Transformación espiritual individual

La profunda interpretación teológica que empieza Pablo en Ro 3.21 le permitió asumir la forma y el contenido de la fe y contribuir a interiorizar la relación directa con Dios desde la experiencia psicológica, espiritual y hasta mística de la justificación. Al famoso versículo de Ro 3.23 le sigue una de sus primeras afirmaciones, verdadera avalancha textual, que debería ser más tomada en cuenta: “pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de expiación por medio de la fe en su sangre. Esto lo hizo Dios para manifestar su justicia, pues en su paciencia ha pasado por alto los pecados pasados, para manifestar su justicia en este tiempo, a fin de que él sea el justo y, al mismo tiempo, el que justifica al que tiene fe en Jesús.” (Ro 3.24-26). Más adelante, en el cap. 4, el apóstol analiza la figura de Abraham como máximo modelo de la fe justificadora (4.3b, 22-25)

La posibilidad de una relectura profunda de las Escrituras en clave individual (aunque no se excluyen los claros aspectos comunitarios), tal como la practicó el apóstol, condujo a la Reforma a desembocar en la necesidad del libre examen de la Biblia y el sacerdocio universidad de los/as creyentes. En el primer caso, la eventual transformación de los/as creyentes en lectores asiduos permitiría una familiaridad inédita que, si bien no ha resuelto todos los problemas colaterales, ha enseñado a los/as fieles a extraer del texto sagrado aquello que necesita cada quien “para sí”, tal como lo planteaba la lectio divina desde la antigüedad. En el segundo, se atisbaba la posible “revolución de los laicos” que asumiendo su apostolado personal invadirían todos los oficios, dones y ministerios dondequiera que se encontrasen al santificar cada trabajo o empleo como medio visible para servir y glorificar a Dios.

El teólogo valdense italiano Giorgio Tourn (autor de una biografía de Calvino) ha escrito páginas ejemplares sobre la forma individual en que, siguiendo la experiencia y la de fe de Lutero los creyentes pueden apropiarse de los beneficios de la comunión con Jesucristo:

La fe no es la superación de la condición humana, su traslado a otra dimensión; el creyente sigue siendo el hombre que siempre ha sido, un hombre pecador en lo más profundo de su condición. En su comentario a Romanos 11.1, Lutero escribe estas palabras significativas, llenas de contenido por su sencillez: Semper homo est in peccato, in iustificatione, in iustitia, id et semper peccator, semper penitens, Semper iustus, el creyente está siempre en el pecado, en la justificación, en la justicia, y al mismo tiempo pecador, penitente (arrepentido) y justo”.3

La transformación es efectiva, pero convive siempre con las realidades humanas profundas, permanentes.

Transformación teológica 

En Ro 5.1-11 leemos las conclusiones de la argumentación sobre la justificación desde Abraham y para toda su descendencia espiritual, ahora a través de Jesucristo, el justificador por excelencia. La cadena de beneficios que granjea la fe en él es larga: paz con Dios (v. 1), acceso a la gracia (2a), gozo en el sufrimiento (3), resistencia (4a), esperanza (5a) y la presencia del Espíritu Santo (6). Lo que sucedió con Abraham antes de la Ley y de Cristo se magnifica con la actuación de éste, quien cumplió todos los requisitos legales y jurídicos para transferirnos su justicia total. Este acto de transferencia forense es la zona teológica más densa a la que Pablo se asoma, incluso de manera metafísica (metateológica) al observar más adelante los “paquetes antropológicos” del Primer Adán y del Segundo Adán (vv. 12-19). Su observación sobre ello es sobrecogedora: “El don [regalo] de Dios no puede compararse con el pecado de Adán, porque por un solo pecado vino la condenación, pero el don de Dios vino por muchas transgresiones para justificación” (v.16). así comenta Barth esta sección:

La realidad viviente de ambos polos opuestos es la necesidad con la que ellos apuntan a Dios como su origen y meta. Pero esta necesidad divina empuja de la culpa y el sino a la reconciliación y a la redención. Porque la crisis de muerte y resurrección, la crisis de la fe, es el giro del No divino al Sí divino, y nunca a la vez también lo inverso. Por tanto, hay que considerar y comentar aún que la pragmática invisible del mundo nuevo es, en su forma, la misma que la del mundo viejo, pero que no es la misma en su significado y fuerza, sino la absolutamente superior, la contrapuesta.4

Ésta es la sustancia de la aportación teológica paulina que aprovechó la Reforma en todas sus manifestaciones pues como comentó después Calvino la justificación es “la aceptación con la que Dios nos recibe en su favor como justos” (IRC III, 11, 2). La aceptación es el término clave. Dios nos recibe en su favor como justos, como si fuéramos justos. Y agrega: “Así pues, se llama justificado aquel que no es tenido por pecador, sino por justo, y con este título aparece delante del tribunal de Dios, ante el cual todos los pecadores son confundidos y no se atreven a comparecer” (IRC III, 11, 7). La justificación se convertiría, por tanto, en el “principio material” de la Reforma como complemento del “principio formal” que es la Biblia misma.5 Es, pues, el pilar teológico principal del edificio de la Reforma. Con ello, era imposible mirar teológicamente hacia atrás.

Transformación litúrgica

Todo esto haría posible, para san Pablo, un nuevo culto, lógico, ordenado y eminentemente espiritual, como nos recuerda en 12.1, basado en su clásica exhortación a “no adoptar las costumbres de este mundo sino a transformarse (metamorfosis) mediante la renovación de la mente para así comprender cuál es la voluntad de Dios” (12.2). Esta transformación instauró en el mundo una nueva forma de adoración, de culto, más apegado a las realidades históricas, pero también más en sintonía con lo que vive en la mente de cada creyente y adorador/a. La persona justificada, en uso total de su sacerdocio, se presenta a sí misma “como un sacrificio vivosanto y agradable a Dios”. Por eso la fe reformada insiste tanto en la preeminencia de la mente, aunque no para producir fieles fríos o “calculadores” sino para poner en acción todos los potenciales que Dios ha puesto en ellos/as. “Amar a Dios con la mente” se convirtió en el ideal calvinista porque el culto es mucho más que la mera celebración litúrgica:

debemos servir a Dios también aquí, en la realidad dada ahora, en la vida presente, determinada corporalmente, y no en una existencia incorpórea, soñada o configurada por la fantasía. Él nos ha destinado tareas concretas en las cuales el cuerpo y los miembros han de ser puestos a su servicio. Tampoco debe extrañarnos que Pablo llame “vivo” a este sacrificio. La idea de la “vida” impregna toda la epístola. “El justo por la fe vivirá”, y por consiguiente su sacrificio es una ofrenda viva, santa y agradable a Dios y su culto real y verdadero, o como se traduce con frecuencia la expresión que Pablo usa aquí: jé logikè latreía, un “culto racional”. Cualquier espiritualización del significado del servicio cristiano es contrario a la intención de Pablo; él habla específicamente del cuerpo y los miembros como entregados al servicio de Dios.6

Transformación integral de la existencia humana

Para el legado teológico reformado, la gran transformación espiritual debe ir acompañada, lógicamente, de una serie de cambios sociopolíticos y económicos. De ahí que el tan traído y llevado origen del capitalismo moderno en la fe calvinista ha sido puesto en tela de juicio, pues ante la aparición de la Modernidad de inspiración y talante burgueses, ella puso por delante siempre, como lo hizo san Pablo en la segunda parte de Ro 12 (vv. 9-21), el rostro humano de la fe comunitaria en el sentido de una sana imagen de cada uno/a, del amor fraterno, de profunda solidaridad con quienes sufren y se alegran, del apoyo mutuo, de la presencia siempre pacificadora y hasta de alimentar al “adversario” si es posible, con enorme realismo: “Si es posible, y en cuanto dependa de nosotros…” (v. 18). Esta perspectiva ética es resultado de la justificación, de la profundización en una espiritualidad cada vez más robusta, de una sana comunión con Dios y con el prójimo, pero también de una adecuada comprensión del funcionamiento de la sociedad: sus aspectos sociopolíticos y económicos, que tan bien se han analizado y criticado desde esta tradición de fe.

Recientemente han aparecido dos volúmenes relacionados con esta visión transformadora integral resultado de la reforma calviniana: La ética de Calvino, de François Dermange, profesor de la Universidad de Ginebra, y Calvino para el mundo. La perdurable relevancia de su teología política, social y económica, del Dr. Rubén Rosario Rodríguez, puertorriqueño, profesor de la Universidad de San Luis (Missouri), de inspiración jesuita. En ambos encontramos desarrollada la gran preocupación reformada por encontrar canales de acción para que esta fe en apariencia tan “perfecta” se aplique eficazmente en medio de los conflictos y contradicciones del mundo, tarea nada sencilla. Dermange extrajo de muchos documentos calvinianos poco leídos nuevas vetas que iluminan la posible praxis de las comunidades cristianas en esos campos (esferas).

La Reforma protestante: modelo de transformación integral

Ginebra, ciudad de refugio.

Rosario Rodríguez encuentra incluso a un “Calvino indocumentado” (una auténtica “teología del exilio”) que nos puede ayudar al menos a comprender la crisis humanitaria causada por las migraciones forzadas de las personas: “En la Institución, Calvino conecta la hospitalidad y el apoyo que se debe dar al extranjero y al pobre con las doctrinas de la gracia de Dios y de la imagen divina en la humanidad, y parece estar hablando de refugiados religiosos cuando sostiene que dentro de ellos la imagen divina ‘debe notarse con mucho cuidado’. Sobre esta base, concluye: ‘Por lo tanto, no tenemos razón para rechazar a nadie que venga ante nosotros necesitando nuestra ayuda’. Pero no es suficiente decir que Calvino, él mismo un exiliado, defendió a otros que eran también exiliados”.7

Y finalmente, afirma:

Cuando los cristianos reformados de los Estados Unidos ignoran el sufrimiento de los refugiados (la imagen de Dios en medio de ellos), cuando se esconden silenciosamente detrás de un estado de derecho injusto (poniendo las leyes de la nación por encima de las leyes de Dios), cuando se someten pasivamente a un líder injusto (poniendo la soberanía del líder por encima de la soberanía de Dios), no sólo corren el riesgo de cometer injusticia contra su vecino, sino que también corren el peligro de cometer idolatría contra su Dios. El siglo XXI ya está marcado por una migración global masiva. La persecución religiosa, la angustia económica, el odio racial y el conflicto político están impulsando enormes movimientos de almas y cuerpos creados a la imagen de DiosMientras los cristianos reformados de todo el mundo luchamos por encontrar la manera de responder, haríamos bien en aprender de nuestro propio pasado migratorio.8

Conclusión

Si se asume el señorío de Cristo sobre todas las cosas, ningún aspecto de la vida social puede quedar fuera de él, lo que ha sido una permanente premisa reformada: toda cultura y civilización están bajo la mirada y el juicio de Dios (según san Pablo) y todo lo que existe está ahí para dar gloria a Dios. Estas fórmulas básicas deben ser llevadas a la realidad para oponerse creativa y proféticamente a las situaciones contrarias a los principios y valores del Reino de Dios (ejemplos de ello son las confesiones de fe de Cuba, 1977, Belhar, 1982, y de Accra, 2004) hasta lograr, como dice el apóstol “…que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre” (Fil 2.10-11). Amén.



Por LEOPOLDO CERVANTES-ORTIZ/Vatican News

No hay comentarios.: