En la historia política del Uruguay y de América Latina, pocos personajes han logrado conectar con el pueblo desde la sencillez como lo hizo José "Pepe" Mujica. Pero si hubo alguien que lo acompañó con la misma humildad y ternura, fue Manuela, su perra mestiza de tres patas.
Manuela no era una mascota común. Vivía junto a Mujica
y su esposa, Lucía Topolansky, en la modesta chacra del Rincón del Cerro. Allí
corría libre entre cultivos, periodistas y visitas curiosas. Perdió una de sus
patas traseras en un accidente con un tractor que manejaba el propio Mujica,
pero eso no le impidió seguir siendo activa y alegre.
Más allá de su discapacidad, Manuela se convirtió en
una imagen entrañable de la vida del presidente campesino. Se le veía en
entrevistas, caminando con dificultad entre las cámaras o simplemente durmiendo
a la sombra mientras Mujica hablaba de política, pobreza o felicidad.
Cuando murió en 2018, con más de 20 años, Mujica dijo
que su partida le había “matado al niño viejo” que llevaba dentro. Su deseo de
que sus cenizas reposen junto a las de ella, bajo una secuoya en su chacra, es
testimonio de un vínculo profundo.
Manuela no fue solo un perro. Fue símbolo de un modo
de vivir y de mirar el mundo. Con ella, Mujica mostró que la ternura también es
una forma de hacer política.
Por PABLO
VICENTE
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