Pedro Henríquez Ureña, el saber como autoridad; el destacado intelectual dominicano falleció el 11 de mayo de 1946, hace ya 79 años

Ha sido Ernesto Sabato quien por estos días me ha traído al recuerdo a Pedro Henríquez Ureña, destacado intelectual dominicano nacido el 29 de junio de 1884 y fallecido el 11 de mayo de 1946, hace ya 79 años.

En sus memorias tituladas Antes del fin, escribe el ilustre argentino, premio Cervantes 1984, justo al evocar su etapa estudiantil en el Colegio de la Universidad Nacional de La Plata: «Y se me cierra la garganta al recordar la mañana en que vi entrar a la clase a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos que con palabra mesurada imponía una secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña. Aquel ser superior, tratado con mezquindad y reticencia por sus colegas, con el típico resentimiento de los mediocres (…). A él debo mi primer acercamiento a los grandes autores, y su sabia admonición que aún recuerdo: “Donde termina la gramática empieza el gran arte” (…)».

Por su libro Gramática castellana, que concibiera junto al lingüista español, radicado en Argentina, Amado Alonso, ha sido conocido, además de por sus múltiples ensayos, este ser que destilaba humanismo, lo mismo en sus clases –más allá de la naturaleza de la materia–, que en las tentativas que acometiera.

Hijo de Francisco Henríquez y Carvajal –patriota y amigo de Martí–, y hermano de los también conocidos Max, escritor y diplomático, y Camila Henríquez Ureña, filósofa y educadora, entregada al proceso revolucionario cubano, en tanto puso su talento en la forja de un nuevo espectro cultural en la Isla, desde las aulas universitarias, Pedro tuvo tempranas inquietudes literarias, animadas por la obra de su madre, la poetisa Salomé Ureña, una de las más importantes voces poéticas del siglo xix dominicano. 

Tenía 17 años cuando llegó a Estados Unidos con Fran, su hermano mayor, y allí apreciaría el mundo cultural de esos años, lo cual lo entusiasmaría, sin que lo abandonaran ni su patriotismo ni el sentimiento antiyanqui que ya había nacido en él, debido a la arremetida norteamericana para con otros países, en especial, con el Caribe. Sus padres lo querían mentor de las ciencias, pero lo ganó la literatura.

Desde allí, llegaría a Cuba en abril de 1904, donde se quedaría por casi dos años. En la Isla, comenzó a desarrollar una ardua labor literaria, a partir de su ya apertrechado intelecto de cultura moderna y clásica, recogida en fundamentales ensayos, no solo de temas artísticos, sino además con serios análisis del contexto político-social de la región.  En versos, cantó a Poe, Baudelaire, Víctor Hugo, Walt Whitman, Hostos y Martí.  Fue codirector de la revista santiaguera Cuba Literaria y publicó aquí sus Ensayos críticos. Tenía 21 años.

En otras tierras de América reinarían su escritura y su magisterio. En Estados Unidos se doctoró en Letras; en suelo azteca, fungiría como Director General de Enseñanza Pública y catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En Argentina fue docente universitario, y fundaría la Universidad Popular Alejandro Korn, que dirigiría hasta su deceso.

En su patria, dos instituciones de renombre designan a quien ha sido considerado uno de los más descollantes humanistas del siglo xx: la Biblioteca Nacional de República Dominicana, y la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña.

 

 

Por MADELEINE SAUTIÉ/Granma

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