"Por ladrón de caballo el día que un banilejo humilde metió preso a Trujillo”

Antes de llamarse “Jefe”, antes de llenar el país de bustos y miedo, Trujillo fue un simple ladrón de caballos, arrestado por un agente honrado que jamás se dejó comprar. 

Esta es la historia de Mecola, el hombre que lo llevó preso —y que luego prefirió la pobreza digna a la limosna humillante del tirano. ¿Quién recuerda hoy al que encarceló al dictador cuando aún era nadie? 

La historia real que merece ser contada

Corría el año 1912. Baní era un pueblo tranquilo bajo la presidencia de Eladio Victoria, y entre sus calles polvorientas, un joven telegrafista llamado Rafael L. Trujillo Molina ya comenzaba a dejar huellas… pero no de gloria, sino de delito.

Aquel año, Trujillo fue acusado de robar un caballo. Lo buscaron en Boca Canasta, donde celebraba en una fiesta, y fue arrestado por orden de Marcial Soto. La misión de llevarlo preso hasta San Cristóbal recayó en un agente modesto pero incorruptible: Manuel de Jesús Guerrero Castillo, mejor conocido como Mecola.

Lo amarró, lo escoltó y lo condujo, paso a paso, hacia su destino como todo preso. Pero al llegar a Yaguate, Trujillo pidió un favor que revela su vanidad prematura: que lo desamarrara para no pasar “en esas condiciones” frente a la casa de una novia. Mecola, conmovido por lo humano del gesto, accedió. Tomaron café. Luego retomaron el camino. Al llegar a San Cristóbal, lo entregó sin escándalo, sin gloria… y sin saber que acababa de arrestar al futuro dictador más temido del Caribe.

El intento de humillación que nunca funcionó

Años después, ya convertido en “Benefactor de la Patria”, Trujillo regresó a Baní. Mandó a buscar a Mecola. Le sonrió con falsa cortesía y le dijo:

“Usted puede molestarme cuantas veces quiera en mi gobierno.”

Era una trampa: lo quería obligado a pedirle algo. Lo quería sometido, humillado, agradecido. Pero Mecola le respondió con dignidad:

“Si me quiere ayudar, pásame una subvención… pero sin yo pedirla.”

Y se marchó. No le tembló la voz. Ni la conciencia.

Trujillo lo intentó tres veces más. Mecola nunca cedió.

Cuando contar la verdad era arriesgar la vida, Mecola eligió el silencio. Y cuando la dictadura cayó, decidió contar su historia sin miedo ni rencor. Murió pobre, pero con la frente en alto, a los 95 años, en 1971, después de haber sido ejemplo vivo de integridad moral.

Hoy, en una época que glorifica el poder sin preguntar por su origen, esta historia es un recordatorio de que la dignidad no se compra y que el valor de un hombre no lo dicta su uniforme, sino sus decisiones.

Trujillo ya mostraba rasgos narcisistas en su juventud: su obsesión por la imagen lo llevó a pedir que lo desamarraran para impresionar a una novia.

Mecola fue el primero en ponerle esposas al futuro dictador… y el único al que Trujillo nunca pudo doblegar.

Este episodio, contado en 1962 por Fabio Herrera Miniño, fue silenciado por décadas por miedo a represalias.

La historia fue compartida por Franklin Pimentel y preservada oralmente por la comunidad de Baní como símbolo de resistencia civil.

¿Qué les parece?

¿No merece este banilejo un lugar en nuestra memoria nacional?

¿No deberíamos enseñarle a las nuevas generaciones que la honradez también escribe historia?


Por ANDRÉS JULIO RIVERA BAZIL

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