El Señor Resucitado sigue llamando a las puertas de nuestras vidas con la ternura de quien conoce nuestras luchas, nuestras alegrías y también nuestras penas.
No llama con estruendo ni exige con violencia; lo hace
con la suavidad del amor que respeta la libertad. En medio del ruido del mundo
y del ajetreo diario, su voz permanece, firme y serena, esperando ser
escuchada.
Ojalá no
pasemos de largo, distraídos o temerosos, y sepamos reconocer esa llamada que
es siempre una invitación a la vida plena. Abramos nuestro corazón, tantas
veces cansado, agobiado o herido, y dejémonos renovar por su esperanza, esa que
no defrauda y que sostiene.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR
RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO
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