El Espíritu del Resucitado continúa obrando en la Iglesia con una fuerza silenciosa pero transformadora, impulsando a los creyentes a vivir en comunión auténtica.
Esta acción del Espíritu no se limita a los primeros
tiempos del cristianismo, sino que permanece viva y activa en cada época,
guiando a la Iglesia por caminos de unidad verdadera.
Sin embargo, esta unidad no implica uniformidad ni
anula las diferencias; al contrario, es una unidad que se enriquece en la
diversidad.
La variedad de carismas, culturas, lenguas y formas de
vivir la fe no son obstáculos, son hechos que el Espíritu armoniza para
edificar el Cuerpo de Cristo.
Así, la Iglesia se convierte en signo vivo del amor
trinitario, donde cada miembro aporta lo suyo en una comunión que refleja el
Reino de Dios.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR
RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO
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