De León XIV a los sacerdotes: Configuren cada vez más su corazón con el de Cristo
CIUDAD DEL VATICANO (27 Junio 2025).- En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, León XIV preside, en la basílica de San Pedro, la misa con 32 ordenaciones sacerdotales, con la que concluye también el Jubileo de los sacerdotes e invita a los sacerdotes a poner la Eucaristía en el centro, a meditar la Palabra, a ejercitar la caridad, a cuidar del pueblo de Dios y a cultivar la unidad en la Iglesia. Miren el sólido ejemplo de quien en la vida ha servido al Señor y a los hermanos con fe y dedicación, dice a los jóvenes sacerdotes.
«¿Quieren ejercer el ministerio sacerdotal durante
toda su vida en el grado de presbíteros», «cumplir digna y sabiamente el
ministerio de la palabra», «celebrar con devoción y fidelidad los misterios de
Cristo», «implorar la misericordia divina para el pueblo que se les ha
confiado», «estar cada vez más estrechamente unidos a Cristo»? Las preguntas
que el Papa planteó a los 32 ordenandos procedentes de Italia, India, Sri
Lanka, Rumanía, África Central, San Vicente y las Granadinas, Camerún, Angola,
Vietnam, Etiopía, Tanzania, Ghana, Nigeria, Corea, México, Uganda, Australia,
Papúa Nueva Guinea, México, Kenia, Brasil, Croacia, Eslovaquia, Ucrania,
siguieron una intensa homilía centrada en cómo los sacerdotes pueden hacer
«presente en el mundo» el «misterio de la encarnación, muerte y resurrección
del Señor» que les ha sido “confiado” y cómo pueden «contribuir a esta obra de
salvación».
En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y en la
XXIX Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes,
instituida por Juan Pablo II en 1995, el Papa León XIV presidió esta mañana, 27
de junio, en la Basílica de San Pedro, la Misa con las ordenaciones
sacerdotales, con la que concluye también el Jubileo de los Sacerdotes, y se
dirigió en primer lugar a los sacerdotes «que han venido a la tumba del Apóstol
Pedro para pasar por la Puerta Santa, para sumergir sus vestiduras bautismales
y sacerdotales en el Corazón del Salvador». Les exhorta a poner la Eucaristía
en el centro de su vida, a no olvidar la oración, a cuidar el pueblo de Dios, a
ejercitar la caridad y, sobre todo, a cultivar la unidad en la Iglesia, de la que
han de brotar frutos de paz.
No
dejarse fascinar por modelos inconsistentes
El Pontífice pide a los nuevos sacerdotes que tengan
presentes aquellas «maravillosas figuras de santidad sacerdotal» que la Iglesia
ha tenido y tienen todavía hoy: «sacerdotes, mártires, apóstoles incansables,
misioneros y campeones de la caridad». «Atesoren tanta riqueza: interésense por
sus historias, estudien sus vidas y sus obras, imiten sus virtudes, déjense
encender por su celo e invoquen con frecuencia y con insistencia su
intercesión», son los consejos del Pontífice.
Nuestro mundo propone muchas veces modelos de éxito y
prestigio discutibles e inconsistentes. No se dejen embaucar por ellos. Miren
más bien el sólido ejemplo y los frutos del apostolado, muchas veces escondido
y humilde, de quien en la vida ha servido al Señor y a los hermanos con fe y
dedicación, y mantengan su memoria con su fidelidad.
Poner
la Eucaristía en el centro y ejercer la caridad
A partir de la primera lectura de la liturgia, tomada
del profeta Ezequiel, que "habla de Dios como de un pastor que guarda su
rebaño, contando sus ovejas una por una: va en busca de las perdidas, cura a
las heridas, sostiene a las débiles y enfermas”, el Pontífice indica a los
sacerdotes que “en un tiempo de grandes y terribles conflictos, que el amor del
Señor, del cual estamos llamados a dejarnos abrazar y moldear, es universal, y
que a sus ojos —y por tanto también a los nuestros— no hay lugar para divisiones
ni odios de ningún tipo”.
En segunda, continúa el Papa, san Pablo recuerda «que
Dios nos reconcilió “cuando aún éramos débiles” y “pecadores”», exhortándonos
«a abandonarnos a la acción transformadora de su Espíritu que habita en
nosotros, en un camino diario de conversión», aliento y algunas indicaciones. Y
añade:
Nuestra esperanza se basa en la conciencia de que el
Señor nunca nos abandona; nos acompaña siempre. Sin embargo, estamos llamados a
cooperar con Él, ante todo, poniendo en el centro de nuestra existencia la
Eucaristía, «fuente y culmen de toda la vida cristiana», luego «por la fructuosa
recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de
la Penitencia» y, por último, con la oración, la meditación de la Palabra y el
ejercicio de la caridad, conformando cada vez más nuestro corazón al del «Padre
de las misericordias».
Que
todos conozcan a Cristo y tengan en él la vida eterna
Luego, citando la página del Evangelio de Lucas dedicada
a la «alegría de Dios -y de todo pastor que ama según su Corazón- por el
regreso al redil de una sola de sus ovejas», el Pontífice explica a los
sacerdotes que «es una invitación a vivir la caridad pastoral con el mismo
espíritu generoso del Padre», y también a cultivar «su deseo: que nadie se
pierda, sino que todos, también a través de nosotros, conozcan a Cristo y
tengan en él la vida eterna». Y especifica lo que esto significa concretamente.
Es una invitación a unirnos íntimamente a Jesús,
semilla de concordia entre los hermanos, cargando sobre nuestros hombros a los
que se han perdido, perdonando a los que han errado, yendo en busca de los que
se han alejado o han quedado excluidos, cuidando a los que sufren en el cuerpo
y en el espíritu, en un gran intercambio de amor que, naciendo del costado
traspasado del Crucificado, circunda a todos los hombres e impregna al mundo.
León XIV se refiere a la carta encíclica Dilexit nos
de su predecesor, el Papa Francisco, que escribía al respecto: «De la herida
del costado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa,
que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible
una humanidad nueva».
Unidos
en la caridad
Pero es en el ministerio sacerdotal en el que se
detiene el Papa, «ministerio de santificación y reconciliación para la unidad
del Cuerpo de Cristo», como leemos en Lumen Gentium, hasta el punto de que
Presbiterorum Ordinis, otro documento del Concilio Vaticano II, «pide a los
presbíteros que se esfuercen por “conducir a todos a la unidad en la caridad”,
armonizando las diferencias para que “nadie se sienta extraño”», y les invita a
«estar unidos al obispo y en el presbiterio».
En efecto, cuanto mayor sea la unidad entre nosotros,
tanto más sabremos llevar también a los demás al redil del Buen Pastor, para
vivir como hermanos en la única casa del Padre.
Este es el «fruto gozoso de comunión que une a los
fieles, a los presbíteros y a los obispos», que tiene su raíz por «en el
sentirse todos rescatados y salvados por la misma gracia y por la misma
misericordia», de la que hablaba San Agustín en el Sermón 340, aclara León. Se
trata del discurso «pronunciado en el aniversario de su ordenación» que
contiene la célebre frase: “Para ustedes soy obispo, con ustedes soy
cristiano", ya citada en su primer discurso la tarde de su elección al
solio de Pedro, el 8 de mayo.
Tras
las huellas de Cristo para llevar la paz al mundo
Y hablando de unidad, León XIV vuelve a manifestar su
«gran deseo», expresado en la Misa de inicio de pontificado, hace poco más de
un mes, de «una Iglesia unida, signo de unidad y de comunión, que se convierta
en fermento para un mundo reconciliado», y nos exhorta a vivirlo y a
comprometernos por la concordia entre los pueblos.
Hoy vuelvo a compartirlo con todos ustedes:
reconciliados, unidos y transformados por el amor que brota abundantemente del
Corazón de Cristo, caminemos juntos tras sus huellas, humildes y decididos,
firmes en la fe y abiertos a todos en la caridad, llevemos al mundo la paz del
Resucitado, con esa libertad que nace de sabernos amados, elegidos y enviados
por el Padre.
Estén
cerca del rebaño
Por último, a los que han venido a Roma desde
distintas partes del mundo para ordenarse sacerdotes, el Pontífice recomienda
«algunas cosas simples, pero que considero importantes para su futuro y para el
de las almas que les serán confiadas»:
Amen a Dios y a los hermanos, sean generosos,
fervorosos en la celebración de los sacramentos, en la oración - especialmente
en la adoración - y en el ministerio; sean cercanos a su grey, donen su tiempo
y sus energías a todos, sin escatimarse, sin hacer diferencias, como nos
enseñan el costado abierto del Crucificado y el ejemplo de los santos.
«Encomendémonos finalmente todos a la maternal
protección de la Bienaventurada Virgen María, Madre de los sacerdotes y Madre
de la esperanza - concluye León XIV - que sea ella quien acompañe y sostenga
nuestros pasos, para que podamos configurar cada vez más nuestro corazón con el
de Cristo, sumo y eterno Pastor».
Por TIZIANA
CAMPISI/Vatican News
No hay comentarios.: