Hoy, al celebrarse el Día del Escritor, levanto mi voz como uno más entre quienes hemos asumido la tarea de escribir, como un acto profundo de comunicación y servicio.
Hoy, en tiempos modernos, ya poco se empuña el lápiz, pero sigue vivo el intelecto que dicta las ideas desde lo más hondo del ser. Ahora son los teclados, las pantallas y las inteligencias artificiales quienes reciben y transmiten el fuego interior del pensamiento.
En estos tiempos de tecnología, donde las letras fluyen por pantallas y dispositivos, la esencia no ha cambiado: escribir sigue siendo un modo de encarnar el pensamiento.
Por ello, la palabra, sea hablada o escrita, tiene el poder de construir esperanza o sembrar dolor.
Por eso, quien
escribe tiene también el deber de discernir, porque la palabra no es un juego:
es vida que se da o se niega.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR RAMON
DE LA ROSA Y CARPIO
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