La tala descontrolada de árboles y la contaminación de nuestros ríos siguen siendo heridas abiertas en el corazón de nuestra patria.
Se trata de un problema ambiental y de una falta grave contra el orden creado por Dios. Al destruir bosques y ensuciar las aguas, deterioramos la vida misma y provocamos consecuencias irreversibles.
Cada árbol arrancado y cada río envenenado es un llamado urgente a la conversión ecológica. La naturaleza sufre, y junto a ella, también nosotros.
Necesitamos una conciencia nueva, responsable y comprometida, que defienda la creación y valore sus recursos como un regalo divino que debemos cuidar, proteger y leer con amor a los que vienen detrás.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR RAMÓN DE LA ROLSA Y CARPIO
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