En este Día Internacional de los Niños Inocentes Víctimas de Agresión, la conciencia del mundo se dirige hacia quienes han sufrido violencia, abuso o abandono. No podemos permanecer indiferentes ante el dolor de tantos pequeños que ven truncada su alegría por la injusticia de los adultos.
Es nuestro deber como sociedad, como Iglesia y como seres humanos, garantizar entornos seguros, amorosos y formativos para ellos. Cuidar a un niño es honrar la vida misma. Que cada uno se convierta en guardián vigilante de la infancia, sembrando esperanza donde otros han sembrado dolor.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO
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