Dios y la humanidad lloran al unísono ante el dolor que provocan las guerras, cuya crudeza se manifiesta en cada rincón del mundo donde la violencia ha echado raíces.
Las víctimas no son números: son madres, hijos,
ancianos, sueños truncados. La violencia, lejos de resolver conflictos,
multiplica el sufrimiento.
En este dolor compartido, Dios no es indiferente; su
llanto acompaña al ser humano, clamando por justicia, misericordia y paz.
Solo cuando se
desarmen los odios y se construyan puentes de reconciliación, podrá la
humanidad volver a sonreír con Dios.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR
RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO
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