Cuando se está en la cúspide, rodeado de aplausos yatenciones, parece que todos te quieren. Las puertas se abren solas y las sonrisas abundan.
Pero esa es la ilusión del poder: una compañía
prestada, que se desvanece cuando ya no se tiene influencia ni se reparte nada.
Al dejar la carga, la agenda se vacía, el teléfono
suena poco y el entorno se reduce a unos pocos leales, si acaso.
Es entonces cuando uno descubre quién está por afecto
y quién lo estuvo por interés.
El poder, mientras dura, deslumbra; pero al irse, deja
al descubierto una de sus verdades más duras: su inevitable soledad.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR
RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO
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