La naturaleza, obra maravillosa de Dios, parece hoy levantar su voz con fuerza frente al abuso constante al que la sometemos. El ver tantas sequías, tormentas devastadoras y temperaturas cada vez más altas son señales de un planeta herido. Es la respuesta de una creación que sufre ante la indiferencia y el egoísmo humano.
Durante demasiado tiempo hemos actuado como dueños
absolutos, olvidando que somos custodios, no propietarios, de la creación. Dios
nos la confió para cuidarla, no para destruirla. Escuchemos el clamor de la
tierra antes de que sea demasiado tarde.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR RAMÓN
BENITO DE LA ROSA Y CARPIO
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